Mitologías

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Mitologías es una aplicación desarrollada por Robert Bierkamp para la plataforma Firefox OS en la cual se tiene como objetivo reunir la mayor cantidad de historias mitológicas en una misma aplicación para un estudio mas cómodo de estas.

Cada semana se actualizara con 3 nuevas mitologías.

Si deseas colaborar con el proyecto, puedes escribirnos un correo a: robertgbierkamps@gmail.com


  • Robert Bierkamp

Soy diseñador web, desarrollador novato para Firefox OS, estudiante de diseño gráfico, amante de la literatura y la música. Mis mitologías preferidas: Nórdica y Griega.


Framework utilizado: Intel Appframework-master


La mitología aparece de manera prominente en la mayoría de las religiones y, de igual modo, la mayoría de las mitologías están relacionadas con, al menos, una religión.

El término se suele usar más frecuentemente en este sentido para referirse a las religiones fundadas por sociedades antiguas, como la mitología griega, la mitología romana y la mitología escandinava. Sin embargo, es importante recordar que, mientras que algunas personas ven los panteones escandinavo y celta como meras fábulas, otros las consideran religiones. Del mismo modo, ello también sucede al analizar las mitologías de los pueblos indígenas (ejemplo la Mitología de América del Sur); en el que se pueden observar casos en que aún se profesan las religiones nativas.

Generalmente, muchas personas no consideran los relatos que rodean al origen y desarrollo de religiones como el cristianismo, judaísmo e islam, como crónicas literales de hechos, sino como representaciones figurativas o simbólicas de sus sistemas de valores.

Aun así, igualmente, muchas personas entre ellos ateos, agnósticos, o creyentes de algunas de estas mismas religiones, emplean las palabras mito y mitología para caracterizar como falsas o a lo sumo dudosas, las historias que aparecen en una o más religiones, o a las religiones diferentes a la que es creyente. De este modo la gente que pertenece a la mayoría de las religiones que están presentes actualmente, se ofende cuando se toma a su fe como un conjunto de mitos; ya que para ellos, esto, equivale a decir que su religión en sí es una mentira, lo cual va en contra de sus creencias. Ejemplo de ello sucede en muchos grupos cristianos en relación con los relatos de la Biblia, en el cual sus creyentes no consideran, generalmente, que sean mitológicas algunas de sus historias, y que sólo se usa esta palabra para referirse a ellas en un sentido peyorativo.

Sin embargo, la mayoría de la gente está de acuerdo con que cada religión tiene un conjunto de mitos que se ha desarrollado alrededor de sus escrituras religiosas; ya que en sí la palabra mito se refiere a hechos que no son posibles de ser verificados de manera objetiva. De este modo, igualmente se considera que se puede hablar de mitología judía, mitología cristiana o mitología islámica, para referirnos a los elementos míticos que existen en estas creencias; sin hablar de la veracidad de los principios de la fe o de las versiones de su historia; pues la creencia de su religión como algo verdadero compete a la fe y creencias de cada persona, y no del estudio de los mitos.

Ejemplo de ello, son los sacerdotes y rabinos de hoy en día dentro de los movimientos judíos y cristianos más liberales, además de los neopaganos, que no tienen problemas en admitir que sus textos religiosos contienen mitos. Así, ven sus textos sagrados como verdades religiosas, reveladas por inspiración divina, pero mostradas en el lenguaje del género humano. Aun así, como sucede en todo ámbito, otros, al contrario, no están de acuerdo con ello.

Por lo tanto, para los propósitos de este artículo, se usa la palabra mitología para referirnos a historias que, aunque pueden pertenecer o no a la realidad, revelan verdades y visiones fundamentales sobre la naturaleza humana, a menudo gracias al uso de arquetipos. Además, los relatos que analizamos expresan los puntos de vista y las creencias de un país, una época, una cultura o una religión que las originaron.

La mitología griega está formada por un conjunto de leyendas que provienen de la religión de esta antigua civilización del Mediterráneo oriental. Los griegos, aunque no practicasen la religión, conocían estas historias, las cuales formaban parte de su acervo cultural.

Los dioses del panteón griego adoptaban figuras humanas y personificaban las fuerzas del Universo; al igual que los hombres, los dioses helenos eran impredecibles, por eso unas veces tenían un estricto sentido de la justicia y otras eran crueles y vengativos; su favor se alcanzaba por medio de los sacrificios y de piedad, pero estos procedimientos no eran siempre efectivos puesto que los dioses eran muy volubles.

La mitología griega es absolutamente compleja, llena de dioses, monstruos, guerras y dioses entrometidos. Algunos estudiosos afirman que llegó a haber hasta 30.000 divinidades en total.

La familiaridad con los grandes mitos de la antigüedad clásica es tan esencial a la cultura de una persona moderna como pueda serlo el conocimiento de la historia o el de las ciencias físicas. ¿Puede creerse medianamente culta una persona que no conozca la leyenda de Prometeo, que no haya oído hablar de la culpa y expiación de Edipo, de la inmensa pasión de Fedra, de las heroicas hazañas de Hércules o de las interesantes aventuras de Ulises?

Esta mitología comparte una estrecha similitud con la mitología romana, en cuanto a los nombres de varios dioses y personajes de importancia. También se relacionan en cuanto a la parte mitológica de la religión; creencias, tradiciones y todo lo ligado o referente a Mitología.

Zeus era hijo de los titanes Cronos y Rea, y fue el dios supremo de los griegos, que vivía en el monte Olimpo al noreste de Grecia. Allí moraba con su esposa Hera y los otros diez dioses mayores.

Homero a menudo le llama «el que acumula nubes». Regía y explotaba todas las fuerzas de los cielos, la lluvia, la nieve, el granizo y la tormenta. A él se asocian cria­turas como el águila, el ave de presa que reinaba en los cielos y con cuya forma raptó y forzó a Ganímede. Su árbol sagrado era el roble. Su arma favorita era el rayo, con el que destruía a todos sus enemigos. También llevaba el aegis o capa de piel de cabra sobre sus hombros, que le servía como escudo, al igual que a su hija Atenea (ver Atenea). Zeus anunciaba su llegada extendiendo la capa y oscureciendo los cielos.

Además de ser el dios de los cielos, era el padre de todos los dioses y los hombres, título honorario, ya que, aunque su descendencia fue numerosa, no todos los dioses eran hijos suyos, ni había sido el creador de la humanidad. En este papel garantizaba el gobierno de los nobles y protegía la vida de la familia, asegurándose de que hombres y dioses mantuvieran los valores no escritos de las leyes divinas que nadie podía romper.

Había una ley sagrada de hospitalidad hacia el viajero y cualquiera que la violase sería severamente castigado. Cualquiera que jurase en falso o atacase o matase a alguien suplicando en el altar de un templo perdería el favor de los dioses.

Zeus podía castigar a todos los transgresores. Tántalo, que ofreció a los dioses la carne de su propio hijo Pelops, tuvo que soportar el castigo eterno en el Tártaro, la parte más oscura del Averno (ver Tántalo). Las Danaides, que habían violado las leyes sagradas del matrimonio al matar a sus maridos en la noche de bodas, y el villano Sísifo, que incluso burló a la muerte (ver Danaides, Las y Sísifo), se encontra­ron con el mismo destino. Ni siquiera los dioses podían mediar en los principios bá­sicos de la vida y la muerte. Cuando Asclepio, dios de la medicina, consiguió resuci­tar a un muerto, Zeus lo condenó a morir. El titán Prometeo, que luchaba por los de­rechos de la humanidad, quedó expuesto a una horrorosa tortura, ya que había desve­lado su gran secreto, el fuego, a la huma­nidad.

Zeus es retratado como una figura imponente y majestuosa con abundantes cabellos y una barba larga mientras vigila a los dioses del Olimpo haciendo de pater­familias. Los otros dioses tenían sus propios intereses, pero siempre era el análisis de Zeus el que se convertía en ley. Las reuniones en el Olimpo no eran para discutir, sino para anunciar sus decisiones. Si quería avisar a los mortales, lo hacía a través de señales como el vuelo del águila y los rayos. A veces enviaba a los mensajeros del Olimpo, Iris o Hermes, a la tierra para dar instrucciones.

Zeus era el más joven de los hijos de Cronos y Rea, aunque Homero pensaba que fue el mayor. Sus hermanos eran Hestia, Deméter, Hera, Hades y Poseidón. Todos ellos habían sido devorados por su padre al venir al mundo, pues sabía que sería destronado por uno de ellos. Al nacer Zeus, Rea le dio a su marido una piedra envuelta en unos pañales, mientras el bebé era llevado a Creta para que Amaltea cuidase de él en el monte Ida o Dicte (ver Amaltea). Los residentes de Arcadia creían que Zeus había nacido allí, pero los cretenses mantenían que su lugar de nacimiento era una cueva de la isla. Cuando creció, el dios hizo que su padre vomitase a sus hermanos, con la ayuda de la oceánide Metis, personificación de la sabiduría. Tras la Guerra de los Titanes, los dioses se convirtieron en dueños del mundo, gracias a la victoria en la que Zeus se quedó con los cielos, Hades con el averno y Poseidón con las aguas. Zeus quedó por encima de ellos, por ser el líder de la revuelta.

Zeus estaba casado con Hera, su hermana y diosa protectora del matrimonio, pero nunca le fue fiel. Sus hijos fueron Ares, Eileitia y Hebe. Se cree que Hefesto también era hijo suyo, pero Hesiodo creía que sólo era hijo de Hera. Zeus tuvo más descendencia con ninfas, mortales y otras diosas.

Hera se convirtió en su séptima esposa, según la versión de Hesiodo. La primera fue Metis, que no le dio descendencia, ya que Gaya y Urano le habían anunciado que su hijo lo destronaría, por lo que Zeus devoró a Metis y de su cabeza nació después la diosa Atenea (ver Atenea).

La segunda esposa habría sido Temis, personificación de la ley, con la que tuvo a las Fates (ver Moiras, Las). La tercera fue Eurinome, la oceánide con la que tuvo a las Cariátides o Gracias. Con su hermana Deméter tuvo a Perséfone, raptada des­pués por su hermano Hades (ver Perséfone). Mnemosine o «Memoria» fue su quinta esposa, con quien tuvo a las musas. Después tuvo a Apolo y a Artemisa con Leto, tras la cual llegaría Hera.

La esposa siempre fue muy celosa y la lujuria de Zeus le daba la razón. Así, sedujo a la princesa Dánae, encerrada en la torre de bronce, con una lluvia de oro (ver Dánae y Perseo), raptó a la princesa fenicia Europa en forma de toro (ver Europa) y visitó a Leda, con la que tuvo a Helena y uno de los Dioscuros, en forma de cisne (ver Leda). Hera castigó a muchas de sus doncellas y a los descendientes de su marido. A Semele, madre de Dioniso, le dijo que debería pedirle al dios que se apareciese en su forma divina y no mortal, lo cual provocó que se abrasara al mirarle (ver Semele). Alcmene y su hijo Heracles sufrieron la persecución de Hera (ver Alcmene y Heracles), momento en que el dios, enfurecido, suspendió a su mujer por las muñecas con yunques en los tobillos.

El intento de Hera, ayudada por Atenea y Poseidón, de encadenar a Zeus y destronarle indica cuál era el estado de su relación. El plan falló gracias a la intervención de Tetis y el gigante Briareo (ver Tetis).

Durante la Guerra de Troya, Hera permitió que su esposo diese pasos en falso para que los griegos, sus protegidos, ganasen. Incluso llamó a Hipnos para que le ayudase, prometiéndole la mano de una de las Cariátides (ver Hypnos).

Estas historias muestran que el poder de Zeus no era completo, pues él mismo estaba a merced de los caprichos de las Fates o diosas del destino. Por eso, a veces se resignaba a ver morir a los mortales a los que quería. Pero hay versiones que nos ha­cen creer que era el dios el que lo decidía todo (ver Moiras, Las).

El culto a Zeus empezó pronto en el mundo griego, con un santuario en Dodona (Epiro). Del roble sagrado que hacía de oráculo predecía el futuro de los hombres sacudiendo las hojas. Sus intenciones podían leerse en los rayos y en el vuelo de las águilas.

Olimpia, que no el Olimpo, era uno de los centros de adoración de Zeus, siendo el lugar donde se celebraban los Juegos Olímpicos cada cuatro años en su honor. Allí se le erigió un templo, con la famosa estatua esculpida por Fidias que con sus 12 m de altura fue considerada una de las siete maravillas del mundo antiguo.

Júpiter, el equivalente romano de Zeus, era el dios del cielo y de la meteorología. Su templo más conocido está en la colina Capitolina, mirando hacia el foro romano.

Hera es la diosa con mayor rango en el Olimpo, pues es esposa y hermana de Zeus, el dios de los dioses en la mitología griega.

Esta diosa es la hija mayor de Cronos y Rea, y como todos sus hermanos fue tragada por su padre, hasta que Zeus fue salvado de las terribles fauces paternas y, luego, pudo entonces liberar a todos sus hermanos.

Durante la lucha que hubo entre Zeus y los titanes, la diosa fue criada -según unas versiones- por Océano y Tetis, con quienes ella quedó muy agradecida, por lo que cuando ellos riñeron, ella trató de reconciliarlos. Otros narran que fue criada por las Horas, por el héroe Témeno e incluso por las hijas de Asterión.

Una vez que Zeus ganó la gran batalla y se estableció el poder olímpico, éste contrajo matrimonio con Hera. Se cuenta que ella era su tercera esposa, después de Metis y Tetis, no obstante el amor entre Hera y Zeus era anterior incluso a la batalla con los titanes. La boda fue más que suntuosa, y de acuerdo a la tradición, se indica como lugar de la celebración el jardín de las Hespérides (aunque a veces se dice que las manzanas de este jardín fueron sólo el regalo de Gea a Hera el día de su casamiento, y que la diosa las cembró en su jardín). En la Ilíada se cuenta que la boda se llevó a cabo en la cumbre del Ida de Frigia. También, se ha mencionado que se realizó más bien en el lugar místico de Eubea. La divina unión tuvo como frutos cuatro hijos: Hefesto, Ares, Ilitía y Hebe.

Como esposa del líder de los dioses, Hera se convirtió en la protectora de todas las mujeres casadas. Por ello, se la representa como mujer celosa, vengativa y violenta, pues Zeus -que le era infiel constantemente- provocaba sus iras, de las que hacía víctimas no sólo a las amantes sino a los hijos producto de los amores prohibidos.

Fue así como Heracles cayó en desgracia con Hera, pues era hijo de Zeus y Alcmena, y fue tal vez el que más sufrió la cólera de la diosa. A ella se le ocurrió la idea de los doce trabajos a los que se sometió al semidios, y lo persiguió sin límite hasta el fin de sus días.

Sin embargo, estos ataques de celos también le costaban caros a la diosa, pues Zeus siempre protegía a sus hijos y a sus amantes de la venganza de Hera. Por ejemplo, cuando Heracles se vio envuelto en una tormenta enviada por Hera cuando él regresaba de tomar Troya, Zeus la suspendió del Olimpo y le ató un yunque en cada pie. Hera más tarde se reconcilió con Heracles.

Las leyendas en que esta importante diosa interviene son muchas. Por ejemplo, persigue a Io, la convierte en vaca y convence a los Curetes de desaparecer a su hijo, interviene en el trágico origen de Sémele, produce la locura de Tamante e Ino por haber criado a Dionisios, hijo bastardo de Zeus con Sémele. Aconseja a Artemisa para que asesine a Calisto, e intenta impedir el parto de Leto, de dónde nacieron Apolo y Artemisa.

Sin embargo, la ira de Hera no siempre se relaciona con los celos, a veces también lucha por poder. Por ejemplo, castigó a Tiresias y lo dejó ciego, por darle la razón a Zeus en una discusión que entabló la pareja sobre quién gozaba más de los placeres del amor, si el hombre o la mujer.

Además, participó en el concurso de las manzanas para averiguar cuál diosa era la más bella, donde Paris fue árbitro. Como éste eligiera a Afrodita, su cólera cayó sobre él y sobre Troya, por lo que la balanza se inclinó por los griegos o aqueos, hecho que se confirmaba porque Hera naturalmente estaba designada como la protectora de Aquiles, héroe griego hijo de Tetis, a quien Hera le debía tanto, como ya dijimos. Incluso, la diosa extendió su protección a Menelao, y lo hizo inmortal. Anteriormente, Hera había protegido a los Argonautas, y ayudó a que salieran bien librados de las Rocas Cianeas y de los pasos de Caribdis y Escila.

Por otro lado, se sabe que la diosa participó en la lucha contra los Gigantes y que fue perseguida y atacada por Porfirión que se había enamorado de ella. Éste intentó hacerla suya por la fuerza, pero mientras le arrancaba los vestidos, Zeus llegó en auxilio de la diosa y le envió un rayo al atacante que fue asesinado completamente por un flechazo de Heracles. De igual forma, Ixión también la atacó con un deseo incontrolable y violento, pero Zeus una vez más la protegió mediante una nube que modeló para engañar al pérfido.

Sus atributos comunes eran el pavo real, cuyo plumaje pasaba por ser los ojos de Argos, el guardián que Hera le asiganra a Io, y sus plantas eran el helicriso, la granada y el lirio. En la mitología latina o romana fue conocida como Juno.

Afrodita es la diosa del amor y la belleza, y se identifica en Roma con la antigua divinidad itálica Venus. Según una tradición es hija de Urano y según otra de Zeus y Dione.

En el caso de la primera historia, el nacimiento ocurre en el momento que Cronos (dios del tiempo) corta los genitales de su padre Urano y los lanza al mar, de donde surge Afrodita. De ahí que se le conozca como “la diosa nacida de las olas” o “nacida del semen de dios”.

Una vez que salió del mar, Afrodita fue llevada por los vientos Céfiros, primero a Citera y luego a Chipre, donde las Horas la vistieron y la guiaron a la morada de los Inmortales.

Posteriormente, Platón imaginó que había una Afrodita Urania, la diosa del amor puro e hija de Urano; y Afrodita Pandemo, hija de Dione y diosa del amor vulgar. Sin embargo esta es una concepción filósofica tardía.

Afrodita es partícipe de un sinnúmero de leyendas. Primero, se casó con Efesto (el divino cojo y dios del Fuego), pero estaba enamorada de Ares (dios de la Guerra).

Cuenta Homero (escritor de La Odisea y La Iliada) que mientras los enamorados se entregaban a la pasión en una madrugada, en el lecho de Afrodita, Efesto celoso les había puesto una trampa, pues el Sol le había contado que su amada le estaba siendo infiel.

Cuando los amantes se dieron cuenta ya estaban atrapados en una red mágica que tenía el esposo de la bella diosa, y éste fue a llamar a todos los dioses para que fueran testigos del engaño. Todos se burlaron del asunto, pero Poseidón (dios del Mar) pidió clemencia y por eso Afrodita y Ares fueron liberados.

La diosa avergonzada huyó a Chipre, mientras que Ares se fue a Tracia. Sin embargo, sus amores tuvieron fruto y de tal unión nacieron Eros (dios del amor) y Anteros, Deimo y Fobos (el Terror y el Temor) y Harmonía. A veces también se agrega a Príapo.

Además de Ares, Afrodita estuvo involucrada amorosomente con Adonis y Anquises con quien tuvo a Eneas (héroe troyano y personaje de La Eneida de Virgilio) y a Lirno.

Pero, la diosa fue especialmente conocida por sus maldiciones e iras, pues cuando alguien caía en la desgracia de ofender a la diosa, se condenaba a tormentos terribles. Por ejemplo, castigó a la Aurora con un amor irrefrenable por Orión, ya que había cedido a las seducciones de Ares. También castigó a todas las mujeres de Lemnos, ya que éstas no la honraban, y las impregnó con un olor insoportable que provocó que sus hombres las abandonaran. De igual manera castigó a las hijas de Cíniras y las obligó a prostituirse con extranjeros.

Por otra parte, caer en su gracia era igual o más peligroso. Cuando la Discordia lanzó una manzana a la más hermosa de las diosas, e hizo que compitieran Afrodita, Palas Atenea y Hera, y Zeus decidió que fuera Alejandro (Paris, héroe troyano) el que definiera quién era la más hermosa, cada una le ofreció un regalo a cambio de que la escogiera. Palas Atenea le ofreció hacerlo invencible en la guerra, Hera le prometió el reino del universo, y Afrodita la mano de Helena (hija de Zeus y hermana de los Dioscuros), quien era la mujer más hermosa del mundo. Paris eligió a Afrodita y fue por esta promesa que se inició la famosa Guerra de Troya.

Afrodita agradecida con Paris, lo protegió durante toda la campaña así como a los demás aqueos, incluyendo a su hijo Eneas, a quien logró salvar de la muerte.

Aunque Troya iba a perder la guerra definitivamente, Afrodita logró rescatar la raza de los aqueos con su hijo Eneas, quien luego viajara a una tierra desconocida donde sus descendientes Rómulo y Remo fundarían Roma.

Así es como para lo romanos Afrodita, Venus para ellos, fuera su protectora particular y por eso César le levantó un templo bajo la invocación de Venus Madre.

Los animales favoritos de esta diosa eran las palomas, y estas aves arrastraban su carro. Sus plantas eran la rosa y el mirto.

Apolo, también conocido como Phoebus Apollo (Febo Apolo), fue uno de los dioses griegos más importantes. Pertenecía al grupo de los 12 dioses que habitaban en el Olimpo junto a Zeus. Apolo, hijo de Este y de Leto, era entre otras cosas el dios del arte de la adivinación, de las artes -la música, sobre todo- y la arquería. También era el dios de la luz ligada al sol (Phoebus, Febo o foibos significa «brillante»). Con sus flechas era capaz de causar enfermedades infecciosas, aunque también era capaz de curar, por lo que se le conocía como «el que ataca de lejos». Esta naturaleza dual también se reflejaba en el hecho de que fuese la deidad de los pastores que guardaban el ga­nado y asimismo se le identificase con su gran enemigo el lobo.

Apolo venía de Licia, en lo que hoy día es el suroeste de Turquía. Alrededor del año 1000 a.C. Febo Apolo ya era adorado como uno de los dioses griegos más importantes.

Leto dio a luz a Apolo y a su hermana melliza Artemisa, diosa de la caza, en la isla de Delos, donde se había refugiado de la ira de Hera, la esposa de Zeus (ver Hera). Apolo se hizo adulto muy rápido y se trasladó a Delfos, en la península griega donde habitaba la serpiente gigante Pitón en una grieta de la superficie. Pitón era hermana de Gaya, la diosa de la tierra. Tiempo atrás se había enemistado con Leto y había intentado evitar el nacimiento de Apolo y Artemisa. Apolo acabó con el monstruo «con mil flechas», según cuenta el poeta Ovidio en su obra. Aunque tuvo que hacer penitencia por el pecado de haber acabado con la serpiente divina, se le permitió fijar su oráculo donde antes había estado Pitón. El oráculo de Delfos, relacionado con los santuarios de Apolo y situado según los griegos en el ombligo de lo que era la tumba de Pitón (el centro del mundo), mantiene una extraordinaria reputación desde la Antigüedad. No sólo existía en la mitología, sino que realmente también se podía visitar y de hecho mucha gente lo consultaba. La sacerdotisa Pitia (de Pitón) daba respuestas sentada en un taburete de tres patas sobre la grieta en la tierra en la que estuvo la serpiente gigante y a través de la cual obtenía las respuestas susurradas por Apolo. Este oráculo lingüístico era oscuro y se podía interpretar de muchas formas, lo que le dio con el tiempo su fama de ser infalible. De acuerdo con el pensamiento moderno, Pitia pudo sucumbir a los humos tóxicos que emanaban de las profundidades y que confundían sus ideas hasta hacer de su habla un ruido ininteligible. Sus términos eran un tesoro que se interpretaban como una predicción útil para la gente.

Los Juegos Pitios empezaron en Delfos después de la muerte de Pitón. Empezaban con la música para seguir con los acontecimientos deportivos. De acuerdo con la leyenda, los primeros sacerdotes de Delfos llegaron desde Creta cuando Apolo, transformado en delfín, les llevó en barco hasta el puerto de la localidad.

Después de matar a Pitón, Apolo acabó con muchos más seres valiéndose de sus flechas. Con su hermana Artemisa acabó con el gigante Titio, que había tratado de violar a su madre. Este acto no fue reprendido por Zeus. Titio fue condenado a sufrir eterna tortura en el Tártaro, la zona más lúgubre del mundo de los muertos.

Niobe también fue víctima de la venganza de Apolo y Artemisa. Era la esposa de Anfión, rey de Tebas, y tenía siete hijos y siete hijas. Ella presumía de ser más fértil que Leto e incluso, llevada por su orgullo, consideró innecesario hacer sacrificios por la diosa. Niobe sufrió un castigo ejemplar por su arrogancia. Apolo mató a sus siete hijos con sus flechas y Artemisa hizo lo mismo con sus hijas. Cuando su hija más joven, Cloris, se abrazó a su madre agonizando, Niobe pidió clemencia para que la dejasen viva, pero todo fue en vano, pues aún se disparó una flecha más para rematarla. Según algunas versiones, sin embargo, Cloris salvó su vida (ver Chloris). Niobe se convirtió en piedra debido al dolor (ver Níobe).

Apolo tuvo que hacer penitencia por sus actos de violencia y hubo de ponerse al servicio de un mortal. Durante su tarea como esclavo, entre otras cosas construyó los muros de Troya junto al dios del mar, Poseidón. Según otras versiones hizo este trabajo por dinero, pero el rey troyano Laomedón se negó a pagarle.

Durante la Guerra de Troya, Apolo fue el más fanático y temido de los seguidores troyanos entre las divinidades. Causó la epidemia de Plaga entre los griegos cuando éstos secuestraron a la hija de uno de sus sacerdotes. De acuerdo a ciertas versiones, Apolo fue responsable de la muerte de Aquiles, el héroe griego, que perdió la vida cuando una de las flechas de Paris le alcanzó el ta­lón. Podría haber sido el propio Apolo el que hubiese hecho acertar a un arquero medio como aquel en la parte más vulnerable de su cuerpo. Apolo les aseguró dones proféticos a Heleno y Casandra, los hijos del rey troyano Príamo. Pero como Casandra le rechazó como amante, Apolo no la dejó disfrutar de su don de predecir el futuro e hizo que nadie la creyese, aunque siempre acer­taba.

Casandra no fue la única mujer que le rechazó, pues lo mismo hizo la ninfa Dafne. Eros, ofendido ante el desprecio de Apolo, se vengó haciendo que se enamorase de Dafne que, desesperada, huyó con el volup­tuoso dios. Cuando estaba muy cerca de atraparla, ella rogó que la liberasen del cuerpo que había despertado su deseo y la convirtiera en arbusto de laurel (ver Daphne). Apolo tuvo más fortuna con los muchachos. Su relación con el atractivo Jacinto fue trágica, no obstante, ya que Apolo le mató accidentalmente al arrojar un disco (ver Hyacinthus).

A pesar de todo, Apolo llegó a tener descendencia y el hijo que concibió con la princesa Coronis, llamado Asclepio, se convirtió en el dios de la Medicina. Asclepio no llegó al mundo de una manera convencional, pues cuando la princesa engañó a Apolo, Artemisa decidió matarla. Fue el propio Apolo, o quizá Hermes, el que rescató el cuerpo de Asclepio del vientre de su madre que yacía muerta.

Un aspecto importante del dios Apolo es el poder que tenía su don para el arte y la música. Con su capacidad creativa lideraba a las nueve musas, deidades que tutelaban las artes y las ciencias. Apolo inventó la cí­tara, un instrumento de origen griego, reco­nocido como antecesor del laúd y de la guitarra. Pero su favorito era el arpa y es con el que aparece en casi todas sus representaciones, a pesar de no ser invención suya, sino un regalo de Hermes después de robarle unas cabezas de ganado (ver Hermes). Apolo también tocaba la flauta de manera magistral. El sátiro Marsias, que pensaba que sabía tocar mejor que el dios, se atrevió a retarlo y sufrió una humillante derrota ante él, que acabó además desollándole vivo. El rey frigio Midas también sufrió reacciones de Apolo cuando intentó criticar su capacidad musical y compararse con él. Después de oír al dios Pan tocar Su lengüeta y a Apolo con su arpa, y mostrarse en de­sacuerdo con la opinión mayoritaria que prefería la música de Apolo, el dios, irritado, lo castigó poniéndole orejas de burro.

Como Apolo daba a los oráculos sus predicciones, se convirtió en fuente de inspiración para poetas, cantantes y músicos que tocaban los instrumentos que él había crea­do. El dios griego se introdujo en la cultura romana como uno de los símbolos más im­portantes de la admiración e imitación que suscitaba todo lo griego. El primer emperador romano, Augusto, le dedicó un templo en el año 28 a.C. en la colina del Palatino, en el mismo corazón de Roma, para demostrar que también él, como máximo dirigente del Imperio Romano, estaba extendiendo su civilización por todo el mundo.

Ares, hijo de Zeus y de su esposa Hera, fue el dios griego de la guerra. Era uno de los 12 dioses del Olimpo y, al contrario que la do­tada e inteligente Atenea, que también diri­gía los asuntos de la guerra, se trataba de un dios sin modales, violento y agresivo, sin ningún aspecto positivo para la humanidad. Incluso su padre le dijo que le odiaba más que al resto de los dioses y que la única razón para tolerarle era que fuese hijo suyo y de su esposa Hera.

Fue en el Argo donde embarcaron los Argonautas hacia la lejana tierra de Colchis, al este del mar Negro. La embarcación podría haber sido muy similar a esta réplica moderna de un barco ateniense.

Ares no se casó, pero sí tuvo muchas re­laciones extramatrimoniales. Su relación más famosa es la que mantuvo con Afrodita, la diosa del amor y de la belleza, a través de la cual concibió a Armonía, esposa de Cadmio, y a los gemelos Deimos (temor) y Fobos (miedo). La historia señala que Hefesto, marido de Afrodita, advertido sobre el enga­ño al que estaba sometido, fabricó una red casi invisible para ponerla sobre su lecho. Cuando Ares y Afrodita yacían sobre él, quedaron atrapados y fueron humillados ante todos los dioses (ver Afrodita).

Ares era adorado en la ciudad-estado griega de Esparta, en la que todo se relacionaba de alguna manera con la guerra. Pero también se le respetaba en Atenas, ciudad de la cultura pues la colina en la que se situaba la alta corte de justicia ateniense se llamaba el Areópago o «colina de Ares». De acuerdo con el mito, un hijo de Poseidón había violado a una mortal, Alcipe, en ese lugar. Ares le castigó hasta la muerte y allí mismo fue juzgado y absuelto por el consejo de los dioses, motivo por el cual la colina llevó su nombre desde entonces.

Ares apoyó a los troyanos durante el con­flicto con Grecia, si bien su actuación en el campo de batalla fue discreta. El mortal Diomedes le hirió y le hizo huir, pero también fue derrotado después de enfrentarse a Atenea. El gran héroe Heracles no fue menos e hirió a Ares en alguna ocasión.

En el Argo se embarcaron los más destacados héroes de Grecia. Este relieve de un barco fue realizado en el siglo vin a.C. en Anatolia, cuya costa norte fue recorrida por los Argonautas.

Marte, el dios romano de la guerra que era el equivalente de Ares, era mucho más significativo para los romanos, ya que era el padre de Rómulo y Remo, fundadores de la ciudad. De hecho, fue parcialmente responsable del enorme éxito del nuevo imperio, que se estableció gracias a sus ejércitos perfectamente organizados y su obsesión por la supremacía militar. Los romanos le dedicaron el Campus Martius o Campo de Marte en el corazón de la ciudad. También el mes de marzo recibió ese nombre en su honor.

Esta diosa equivale en Roma a Diana, la Cazadora. Según algunas tradiciones, es hija de Démeter (diosa de la fertilidad); sin embargo es más común que se considere hermana gemela de Apolo (dios del arte y de la adivinación), y por lo tanto hija de Leto y Zeus (dios de los dioses).

Ella es la primogénita, e inmediatamente ayudó a Apolo a venir al mundo. Luego, recién nacidos, Apolo y Ártemisa que tenían grandes habilidades de cazadores, mataron a un dragón que se disponía a atacarlos. Pero, una de sus más renombradas hazañas es la de asesinar, entre los dos, a los hijos de Níobe, quien había insultado a Leto. Apolo se enfrentó y acabó a los seis muchachos, mientras que Ártemisa se encargó de la seis doncellas. Famoso es también el hecho de que para salvar a su madre mataron al gigante Ticio que trataba de violarla.

Ártemisa se mantuvo eternamente virgen y joven, por lo que siempre fue un emblema de las doncellas jovenes. Nunca conoció la dependencia a hombre. Su único placer era la caza, y debido a esto andaba siempre armada con una arco, con el que cazaba y perseguía a sus víctimas que iban desde veloces ciervos hasta humanos caídos en desgracia. Uno de sus castigos clásicos, es enviar la muerte a las mujeres que van a dar a luz. Las muertes repentinas e indoloras son también de su cosecha. Es muy propicia a la cólera y es en extremo vengativa.

Dentro de sus luchas y triunfos más destacados se pueden contar el combate contra los Gigantes, donde se enfrentó a Gratión. De igual forma, venció en combate a los monstruos Alóadas; en Arcadia, a Búfago (el devorador de bueyes); a Orión, el cazador gigante, quien habría incurrido en la cólera de la diosa, por retarla a lanzar el disco, según algunas tradiciones. En otras versiones, Orión intenta robar a una de sus compañeras, e incluso hay quienes dicen que el cazador intentó violar a la propia Ártemis. Otra de sus víctimas importantes fue Calisto, a la que mató por orden de Hera (esposa de Zeus), quien quería castigarla por haberse dejado seducir por Zeus.

Interviene en la historia de la familia de los atridas (Agamenón y Menelao), pues Agamenón al matar un ciervo, comparó su habilidad con la de la propia diosa. Ésta en respuesta, inmoviliza su flota y exige el sacrificio de Ifigenia, a quien salva en el último momento trasladándola a Táuride.

Se ha identificado a la diosa con la luna errante por las montañas, paralelamente a su hermano que era la personificación del sol. Sin embargo, no todos los cultos o mitos referentes a Ártemisa son celenes (lunares), pues en el panteón helénico era clasificada como la diosa de las bestias, e incluso ha sido objeto de cultos que incluían el sacrificio humano, como el de Táuride.

Ártemisa era la protectora de las amazonas, quienes eran cazadoras y guerreras como ella y estaban libres del yugo masculino igual que ella. (ver Las Amazonas).

Su culto se expandió por todas las regiones montañosas de Grecia como Arcadia, el territorio espartano, el monte Taigeto, Élide y Laconia entre otras. Su mayor templo se encontraba en Éfeso, donde la cazadora había asimilado a la diosa de la fecundidad asiática.

Dioniso, hijo de Zeus y Semele, es el famoso dios del vino, sobre todo si lo toma­mos en la forma de Baco, aunque su significación en la cultura griega es mayor. Como dios de la vegetación y del éxtasis, Dioniso fue uno de los dioses más impor­tantes del panteón durante el periodo He­lenístico (325-30 a.C.)

Dioniso era originalmente adorado en Tracia y en Frigia, donde cumpliría la misma función que Deméter. Hasta más tarde no empezó a introducirse su figura en la mitología griega. En la obra de Homero, que vivió sobre el 800 a.C, todavía se le trata como un dios menor, aunque posteriormente su culto es de los más exaltados. Sus principales discípulas, las Ménades («locas») o Bacantes, eran famosas por el fervor de su devoción. Con giros frenéticos alcanzaban el éxtasis vestidas con pieles de ciervo, mientras vagaban con antorchas y cayados llamados thyrus que estaban rematados con madera de pino y envueltos en hiedras y viñas. Incluso a veces devoraban animales vivos.

Dioniso fue concebido por Zeus y Semele, hija de Cadmo, fundador de Tebas. Zeus le hizo el amor en forma humana, pero después de sufrir el engaño de la celosa Hera, la joven quiso ver al dios en su forma verdadera. Zeus sabía las terribles consecuencias que acceder a su deseo podía conllevar, pero no se negó a ello. Cuando Semele vio a Zeus en todo su esplendor quedó abrasada (ver Semele), pudiendo el dios salvar a Dioniso del vientre de su madre justo a tiempo. Hizo una hendidura en su pierna e insertó al pequeño dios en ella. De esta manera nació Dioniso poco tiempo después. Ino, hermana de Semelé, se apiadó de él y lo cuidó un tiempo (ver Ino).

Dioniso fue criado por las ninfas y por Sileno, un anciano robusto que montaba en un burro o tenía que apoyarse en los sátiros muy a menudo, dado su estado de embriaguez. Pese a estar borracho con mucha frecuencia, Sileno era un hombre sabio con el don de profetizar el futuro. El anciano fue parte del séquito del dios cuando ya era adulto. El resto lo formaban las ninfas, los sátiros y las Ménades.

Los sátiros siempre han sido representados con pezuñas y cuernos, e incluso Dioniso tuvo aspecto de animal durante un tiempo. Cuando Hera le impuso condiciones de vida complicadas, Zeus -quizá Hermes- le transformó en una cabra y le puso a salvo con las ninfas en el monte Nysa. Según otras versiones, fue en esta montaña donde Dioniso descubrió el secreto del vino y de la viticultura que luego extendió por todo el mundo.

Hay otras versiones sobre el nacimiento y los primeros años de Dioniso, que aseguran que el muchacho era hijo de Deméter o de Perséfone, lo cual indicaría su papel en ciertos misterios y ritos religiosos para iniciados. En este caso, Zeus debería haber tomado la forma de una serpiente. Después de la muerte de Dioniso a manos de los titanes según las órdenes de Hera, Zeus le dio su corazón a Semele para que se lo comiese, tras lo cual nació de nuevo y empezó la historia de Zeus y la joven. Uno de los epítetos que se le dedica al dios es el de «dos veces nacido», lo que se explicaría también por haber sido concebido en el vientre de Semele y haber nacido de la pierna de Zeus.

Como recién llegado entre los dioses, Dioniso no fue muy bien recibido. Hera le odiaba, pero otros dudaban de su divinidad. Licurgo, rey de los Edones, intentó matarle, pero Tetis, la diosa del mar se apiadó de él y dejó ciego a Licurgo. Penteo, rey de Tebas, lugar donde nació Dioniso, no le reconocía como divinidad. Dioniso llegó entonces a la ciudad disfrazado de joven apuesto acompañado de las Ménades y Penteo le mandó a prisión. Pero las cadenas que le sujetaban se cayeron y las puertas de la cárcel se abrieron para el dios, que le dijo a Penteo que las Ménades y las tebanas representarían orgías espectaculares en el monte Cithaeron (Citerión) bajo su encantamiento, lo que despertó la curiosidad de Penteo. Para poder ser testigo de tales excesos debería disfrazarse de mujer y esconderse en lo alto de un árbol, donde fue descubierto por las Ménades que, en pleno éxtasis, creyeron ver un Icón y, siguiendo a Agave, su madre y una de las Ménades más fanáticas le bajaron del árbol y le destrozaron. Agave volvió en sí después y enterró a su hijo, tras lo cual se exilió junto a sus padres, Cadmo y Armonía.

Esta historia encierra parte del miedo y de la aversión que muchos aristócratas griegos adoradores de los viejos dioses del Olimpo sentían por el nuevo dios y sus discípulas enloquecidas. En diversas ciudades se narraban historias de gente que, debido a su fanática adoración de Dioniso, se había vuelto loca y sufría ataques peligrosos. Es exactamente lo que les sucedió a las hijas del rey Midas.

Dioniso le dio a la humanidad el vino, regalo que provocó diversas reacciones. Según el mito ateniense, había instruido en la viticultura a ícaro y a su hija Erígone. Pero cuando sus vecinos se emborracharon temieron que se les estuviese envenenando y mataron a ícaro. Erígone se suicidó al ver lo que le había ocurrido a su padre y, como resultado, Dioniso castigó con la locura a los atenienses, provocando que muchas mujeres se ahorcasen como había hecho Erígone. Cuando los atenien­ses fueron conscientes de la injusticia cometida, decidieron celebrar un festival en honor de las dos víctimas colgando retratos en los árboles.

En Aetolia (Etolia), Dioniso fue muy bien recibido. El rey Eneo, cuyo nombre se parece a la palabra oinos, que significa «vino» en griego, le ofreció a su esposa Altea. De su unión nació Deianeira, futura madre de Heracles. Dioniso, agradecido, le regaló al rey el don de la viticultura.

Dioniso se casó con Ariadna, hija del rey cretense Minos, que había ayudado antes a Teseo a acabar con el Minotauro. Según algunas versiones, Ariadna había quedado abandonada en la isla de Naxos al marcharse Teseo, con el que había huido de Creta, y Dioniso se apiadó de ella. Otras versiones cuentan que Dioniso la reclamó como esposa y Teseo tuvo que ha­cer el camino de regreso a Atenas en solitario (ver Ariadna y Teseo).

El culto a Dioniso se extendió gradualmente por toda Grecia y más allá, pues sus túnicas frigias y su carácter exuberante recordaban a todo lo foráneo. Durante los meses de invierno en Atenas se celebraban diversos festivales por Dioniso, siendo los más famosos el Major Dionysia y el Minor Dionysia. La Anthesteria, celebración de febrero, era un festival floral en el que se consumía el vino nuevo y se traía a Dioniso en un barco -carrus navalis para los romanos. Este es el origen de la fiesta de carnaval que precede a la Cuaresma en el cristianismo y que retiene elementos de la locura de las Ménades.

Durante los festivales dionisíacos de marzo había comedias, tragedias y juegos de sátiros en el teatro de Dioniso situado al pie de la Acrópolis. La tragedia -del término griego tragoidia que significa «canción de cabra»- se desarrolló a partir de canciones y bailes que representaban los granjeros disfrazados de cabras. Así, el culto a Dioniso dio origen a un género literario que se lee y se representa no sólo en su formato original, sino que se ha ido modernizando hasta llegar a ser lo que es hoy día con las tragedias de los autores contemporáneos.

Con todo el énfasis de la embriaguez y el éxtasis, Dioniso representaba un aspecto peculiar de la civilización griega que contrastaba con la personificación sensible, intelectual, artística y controlada del dios Apolo. Dioniso también era adorado en Delfos, centro del culto a Apolo. En invierno, cuando éste salía para morar con una tribu que vivía en el Norte helado, se celebraban las festividades dionisíacas. En primavera, con el regreso de Apolo, Dioniso moría para renacer al año siguiente.

El Orfismo, en el que se asocia a Orfeo con Dioniso, fue el comienzo de la adoración de este último, que se desarrolló en el refinamiento teológico del culto que emergió en Grecia alrededor del siglo vi a.C. Al principio los sacerdotes de Dioniso persiguieron a los practicantes de este culto, pero finalmente el Orfismo se mezcló con el culto dionisíaco (ver Orpheus).

Baco, el dios romano del vino, era representado sobre los sarcófagos durante el Imperio Romano como figura salvadora que surge entre los muertos y promete la vida eterna. Cuando el cristianismo sustituyó a los viejos dioses, la figura del dios del vino se vio reemplazada por otro personaje victorioso frente a la muerte que era Jesucristo. Muchos otros ritos «satánicos» posteriores, en los que los participantes llegan a un estado de éxtasis a través del alcohol y las drogas, mantienen semejanzas con los ritos dionisíacos y bacanales en los que el dios se aparecía a sus discípulos en forma de cabra.

Hades era el dios de la muerte, que regía el reino de los muertos. Este dios sombrío y oscuro era hijo de los titanes Cronos y Rea, y como sus hermanos Zeus y Poseidón, que tenían el poder sobre el cielo y los mares, él lo tenía en el mundo que no se veía y que recibió el nombre de Hades.

El mundo de los muertos de los griegos se representaba como un reino bajo la tierra, aunque según algunas fuentes se encontraba en la zona más alejada de Occidente, en el confín del mundo. Tras la muerte, las almas de los muertos llevaban una existencia apesadumbrada e incómoda como espíritus o sombras no corpóreas. Primero llegaban hasta el límite de este reino con Hermes, el mensajero de los dioses, en su tarea de Hermes Psychopompos -«guía de las almas»- (ver Hermes).

Tras ello, Charon (Caronte) se encargaba de llevarlos en su bote a través de las aguas de la laguna Estigia, que separaba el mundo de los muertos del de los vivos. El barquero sólo hacía su trabajo si recibía a cambio una moneda llamada óbolo. Cual­quier muerto que no hubiese sido enterrado con el óbolo en sus labios vagaría por la tierra sin descanso (ver Charon).

A su llegada, los muertos se sometían al juicio de tres personajes: Minos y Radamantis, antiguos reyes de Creta, y Eaco, antiguo rey de Egina. Después de esto la mayoría de los muertos quedaban despo­seídos de su cuerpo, su sangre y sus emociones, sin conciencia humana en este nuevo lugar para ellos. Una vez que habían bebido el agua del pozo de Letos, que significa «olvido», perdían la memoria de su existencia terrenal. Aunque la existencia en este mundo no fuese una tortura, se trataba de una estancia tediosa, como atestiguó Aquiles al asegurarle a Odiseo, tras su visita al Averno, que prefería ser sirviente en una casa pobre antes que ser rey de todas las almas del mundo de los muertos.

Había excepciones a la hora de vivir junto a Hades. Aquellos que se hubiesen distinguido por sus virtudes y su justicia podían vivir en una especie de paraíso que se llamaba Elíseo o Campos Elíseos. Se trataba de un privilegio para unos pocos. Según Homero, Menelao, esposo de Helena pudo permanecer allí tras su muerte.

El Tártaro era lo más parecido al Infierno y estaba en la zona más oscura y profunda del Hades. Allí quedaron confinados los titanes y aquellos que habían cometido crímenes horrendos, como el gigante Titio, que había matado a Leto (ver Leto), Tántalo, que debía sufrir la sed y el hambre eternos viendo cómo caían a su alrededor manjares exquisitos (de ahí «la tortura de Tántalo», ver Tántalo), Sísifo, que debía hacer rodar una roca hacia lo alto de una colina para empezar inmediatamente des­pués de que se cayese («el trabajo de Sísifo», ver Sísifo), Ixion, que se encontraba atado a una rueda giratoria (ver Ixióny las Danaides, Las, las 50 hijas del rey Danao, condenadas a llenar cubos de agua sin fondo por haber matado a sus maridos en la noche de bodas).

No había escape posible del Averno, y cualquiera que intentase huir se convertía en presa del terrible perro de tres cabezas Cerbero (ver Cerbero). Sólo unos pocos mortales pudieron visitar el Averno, siempre para hacer algún trabajo o por motivos especiales. Heracles tuvo que cargar con Cerbero como parte de sus Doce Trabajos e incluso se dice que rescató a Alcestis (ver Heracles y Alcestis). Orfeo fue a buscar a su amor, Eurídice (ver Orpheus), y Odiseo a consultar su futuro al vidente Tiresias (ver Odiseo y Tiresias). Eneas acudió a hablar con el alma de su padre (ver Aeneas) y Psique a coger el ungüento que había preparado Perséfone, esposa de Hades. Teseo y Prithous (Pritio) intentaron rescatar a esta última del Averno, pero quedaron atrapados en las cadenas del olvido de Hades.

Pese a que el dios del Averno no tenía fama de ser especialmente cruel o malvado, la superstición hacía que nadie se atreviese a decir su nombre, que significaba «el invisible», pues los cíclopes le habían hecho un casco que le permitía ocultarse. Los griegos preferían llamarle Pluto, que significa «el rico», epíteto que hace referencia a los múltiples recursos minerales que esconde la tierra. Los romanos le llamaron Dis para mantener ese significado. Había muchas otras descripciones eufemísticas para el dios de la muerte como «el buen consejero» y «el hospitalario».

Hades estaba casado con la joven Perséfone, hija de su hermano Zeus y de su hermana Deméter, diosa de la agricultura. Zeus se la había prometido como esposa sin el conocimiento de la madre. Cuando la muchacha fue raptada mientras recogía flores en Sicilia, su grito se oyó en todos los lugares, pero su madre no pudo hacer nada para que no se la llevase al reino de la oscuridad.

Deméter hizo cuanto pudo para recuperar a su hija, pero Hades no estaba dispuesto a ceder, sin importarle su desconsuelo. Una antigua norma indicaba que cualquiera que comiese en el Averno nun­ca podría salir de él. Hades convenció a Perséfone para que ingiriese unas semillas de granada y así quedar atrapada. Finalmente, Zeus decidió que la joven debería pasar parte del año con su madre y parte del año con su esposo. Con este mito explicaron los griegos la sucesión de las estaciones. Mientras estaba con su madre la tierra producía cosechas dado el buen hu­mor que le producía, pero cuando estaba con Hades, el llanto de Deméter sumía a la tierra en la desolación. Hades y Perséfone nunca tuvieron descendencia, (ver Deméter y Perséfone).

Hefesto, el dios impedido y deformado de la artesanía, la herrería y el fuego según los griegos, era hijo de Zeus y Hera. Según el poeta Hesiodo, Hefesto era hijo de Hera únicamente, al igual que Atenea era hija de Zeus nada más. Hefesto era uno de los 12 dioses del Olimpo que convivían con Zeus. Era un trabajador muy diestro y sus hermosas creaciones para los otros dioses y para los más privilegiados mortales eran famosas. Su culto era especialmente intenso en la isla de Lemnos, donde se supone que tuvo su forja. Los romanos creyeron que ésta se encontraba en el corazón del monte Etna, en Sicilia.

Hefesto trabajó sobre un yunque con la ayuda de los cíclopes. Su conexión con Lemnos se entiende debido a que Zeus le expulsó del Olimpo durante una pelea do­méstica con Hera, en la que él había defendido a su madre. Después de un largo viaje por el aire llegó a esa isla.

No era la primera vez que había sido expulsado del Olimpo, ya que antes Hera había hecho lo mismo, avergonzada de la deformidad de su hijo. Hefesto llegó entonces al Océano y allí le salvaron las diosas Tetis y Eurinome. A su cuidado, el joven se empezó a interesar por la artesanía y a hacer todo tipo de joyas. Hefesto se vengó de su madre tiempo después haciéndole un trono de oro con cadenas invisibles. Hasta que Dioniso lo emborrachó, Hefesto no quiso liberar a su madre. Tras la reconciliación, el herrero recibió como esposa a Afrodita, que con el tiempo sería castigada como lo había sido Hera, ya que Hefesto descubrió que le engañaba con Ares, dios de la guerra. Hizo una red invisible que situó sobre su lecho y allí fueron descubiertos los dos adúlteros, momento que Hefesto aprovechó para invitar a todos los dioses a ver el espectáculo (ver Afrodita). En esta ocasión, tanto el marido como los amantes se convirtieron en motivo de mofa.

Hefesto hacía reír a menudo a los otros dioses. Homero describe cómo el dios impedido hizo en cierta ocasión de escanciador: «Una irrefrenable risa se extendió entre todos los dioses cuando vieron a Hefesto sin aliento renqueando por toda la sala» (la Ilíada, Libro I). Por otro lado, en este mismo libro el poeta le describe como un magnífico y habilidoso trabajador que realiza obras en los palacios de los dioses del Olimpo y en su propio hogar. A petición de Tetis hizo una armadura fabulosa para su hijo Aquiles, la cual llegó a manos de Héctor duran­te la Guerra de Troya. La descripción de la armadura que hace Homero difícilmente iguala a la belleza del escudo que Hefesto forjó para el gran héroe griego.

Hermes era hijo de Zeus y de la ninfa Maia, hija de Atlas, uno de los 12 dioses del Olimpo. Tenía múltiples funciones, pues era mensajero de su padre, guía de las almas de los muertos en el Averno, símbolo de la prosperidad entre los humanos y protector de los viajeros, los mercaderes y los ladrones. Era ingenioso, diestro y astuto, como un joven sin problemas a la hora de gastar bromas o mentir sin que le descubriesen. Su aspecto era el de un joven atractivo con un sobrero alado y unas sandalias también aladas que le daban una extraordinaria movilidad. En su mano llevaba una vara que le servía para hacer magia o para hipnotizar a la gente.

Hermes llegó al mundo en Arcadia, donde Zeus visitó a su madre en la cueva del monte Cilene. Inmediatamente después de su nacimiento, el joven precoz inventó un instrumento musical, la lira, tensando cuerdas sobre el caparazón de una tortuga. Esa misma noche, en Macedonia, robó 15 de las vacas de Apolo y las llevó al Peloponeso borrando sus huellas. Sacrificó dos de ellas a los dioses y luego regresó a la cueva a descansar en su cuna.

Apolo le buscó y le encontró gracias a Bato, el pastor locuaz que traicionó a Hermes y fue convertido en basalto por los dioses. El pequeño Hermes afirmó no haber robado nada, pero después de acudir a Zeus se llegó al acuerdo de hacer un intercambio. Hermes se podría quedar con el ganado si le regalaba la lira a Apolo. En adelante los dioses serían amigos y Hermes hizo de protector de pastores, rebaños y manadas.

Como patrón de los viajeros, Hermes viajaba también a menudo, pues era responsable del correo. En la antigua Grecia, el hermaiherm, pilar fálico de piedra rematado con la cabeza de Hermes servía como punto de entrega del correo en las carreteras y en las calles. Venían de las pilas de piedras que los viajeros depositaban una a una en puntos concretos del camino. Tiempo después en las ciudades, los hermaiherm fueron también ubicados frente a las puertas de las casas y de los gimnasios, ya que éste era un dios especial para los atletas.

Hermes tuvo todo tipo de romances. El más importante de sus descendientes fue el dios Pan, nacido de su relación con una ninfa. De su romance con Afrodita nació el bello Hermafrodito, que después adquirió también rasgos femeninos debido a una ninfa, y Príapo, poseedor de un gigantesco falo. Según otras versiones, Príapo sería hijo de Dioniso. El pastor Dafnis fue otro de sus hijos. Las mortales le adoraban, entre ellas Herse, hija del rey ateniense Cecrops. Su hermana Aglauro, terriblemente celosa, sólo permitió que el dios se acostase con su hermana a cambio de dinero. Como castigo, Hermes la convirtió en una estatua de basalto. Otro de los amores del dios fue la habilidosa Apenosien, que al principio era demasiado rápida para él pero que al final fue superada después de haber escapado una vez.

Como mensajero y hombre diestro, Hermes hizo trabajos para los dioses y otros importantes seres inmortales. Apoyó a su padre en sus aventuras fuera del matrimonio, ya fuese para eliminar al monstruo de 100 ojos Argo, guardián de lo (ver lo) o para llevar a los toros a la playa donde quería seducir a Europa. El rey troyano Príamo viajó con Hermes hasta la tienda de Aquiles, donde le rogó al héroe que le entregase el cuerpo de su hijo Héctor. Odiseo, no menos astuto que Hermes, recibió del dios unas hierbas que le hacían inmune a las tretas de Circe (ver Circe).

Hermes hizo también una gran labor como guía de las almas en su tránsito hacia el otro mundo. Todos llegaban de la mano de Hermes Psicopompos («guía de las almas») hasta la laguna Estigia, donde debían pagar un óbolo para subir en la barca que llevaba Caronte hasta el reino de Hades.

Mercurio, el dios romano que se igualaba con Hermes, fue originalmente el dios del comercio y por ello se le representaba con un monedero en sus manos.

Poseidón, el gran dios del mar que reinaba sobre los mares y todos los medios acuáti­cos, era hijo de Cronos y de Rea, y hermano mayor de Zeus. Era uno de los 12 dioses mayores que habitaban en el Olimpo, aunque casi siempre estaba en su palacio bajo las aguas y sólo visitaba el Olimpo cuando quería ver a los otros dioses.

Cronos y los otros titanes (ver Cronos y Titanes, Los) habían reinado hasta que Zeus inició una guerra contra ellos. Pero tras la victoria de los jóvenes dioses Zeus, Hades y Poseidón, el mundo quedó dividi­do entre ellos. Zeus dominó el cielo y Po­seidón el mar. Siendo el rey de todos los dioses, Zeus dominaba además la tierra, el territorio neutral en el que el dios del mar se hacía notar a través de los terremotos. El iracundo Poseidón era temido como «el que sacudía la tierra», según palabras de Homero, e instigaba las mareas más abruptas y las tormentas en alta mar.

Poseidón no aceptó de buena gana que su hermano fuese el soberano de todos los dioses. En una ocasión llegó a conspirar contra él, con la ayuda de Hera y Atenea, para intentar derrocarle. Los tres maquinaron la forma de encadenarlo, pero la nerei­da Tetis vino a rescatarlo y llamó al gigan­te de 100 brazos Briareo, de extraordinaria fuerza, para que acudiese al Olimpo. Allí se situó junto al trono de Zeus en actitud amenazante y consiguió sofocar la rebelión.

El temible y caprichoso dios del mar, con el que los navegantes debían llevarse bien, fue adorado en todo el mundo griego y romano. Se han conservado numerosas imágenes suyas como una figura imponente con su barba y su tridente, arma que utilizaba para pescar y que había sido un regalo de los cíclopes, que también le dieron a Zeus los rayos y a Hades el casco que lo hacía invisible. Sin embargo, según algunos, Poseidón había sido al principio un dios de la tierra, pues su nombre significa «esposo de la tierra», pero posteriormente había sustituido a deidades marinas como Nereo y Proteo. Se cree que en cierta ocasión también fue adorado con la forma de un caballo, al igual que Hera lo fue en la de una vaca y Atenea en la de una lechuza. A Poseidón se le atribuía la creación de varios animales, como el caballo, el toro y el delfín.

El dios regalaba sus excepcionales caballos a los mortales de vez en cuando. Así, le regaló a Pelops los equinos con los que ganó la carrera por su futura esposa Hipodamia (ver Pelops) y, junto a otros dioses, le dio a Peleo los caballos parlantes e inmortales Janto y Balio tras su boda con la diosa Tetis. El mismo Poseidón tenía una cuadriga tirada por caballos de mar que le permitía viajar por las olas a gran velocidad. Su esposa Anfritrita, hija de la deidad marina Nereo, vivía a su lado en un palacio de oro bajo el mar. Estaban rodeados de un extenso séquito de ninfas. Su hijo Tritón, una especie de sirena masculina (ver Tritón para más detalles) y sus hijas Rodé y Bentesicime también vivían con ellos.

Al igual que su hermano Zeus, Poseidón no era un marido fiel, pues sedujo y forzó a numerosas diosas, ninfas y mortales con las que tuvo incontables descendientes. Ya antes de su boda con Anfritrite había tenido un amorío con su hermana Deméter e incluso había concebido al gigante Anteo con su abuela Gaya. El infame cíclope Polifemo también era hijo suyo (ver Poliphemus) y además se le atribuye la paternidad del gran héroe Teseo. Poseidón hizo invulnerable al efecto de las armas a su hijo Cieno, aunque eso no sirvió para evitar que Aquiles lo matase, cosa que hizo utilizando la correa de su propio casco. Poseidón transformó después a su hijo en un cisne.

Una de las muchas víctimas de la lascivia de Poseidón fue Medusa (ver Gorgonas, Las). Aunque la apariencia con la que nos la han transmitido era aterradora, parece ser que Medusa había sido bella con anterioridad. Tanto que Poseidón había perdido el control y la había forzado en un santuario de Atenea, que se enfadó tanto que decidió castigarla y llenarle el cabello de serpientes. Cuando Perseo mató a Medusa poco después, la gorgona estaba embarazada de su relación con Poseidón. Tan pronto como fue decapitada nacieron de la sangre derramada los hijos de Poseidón Crisaor y Pegaso, el caballo alado (ver Belerofonte).

Otras víctimas de la lujuria de Poseidón fueron la bella princesa Córnix, que escapó del dios en el último momento cuando Atenea la trasformó en un cuervo y la hija del rey de Tesalonia, Canis, a cuya petición Poseidón la convirtió en un hombre tras la violación.

Al igual que el resto de dioses, Poseidón podía adoptar la forma que quisiese y explotar esa habilidad para sus escarceos amorosos. Así, se disfrazaba de caballo, de toro, de ave, de carnero o de delfín.

Las relaciones de Poseidón con los mortales no fueron exclusivamente sexuales. Con Apolo, por ejemplo, construyó la muralla de la ciudad de Troya para el rey

Laomedón, que después no quiso pagar al dios del mar el precio acordado en oro. Poseidón se vengó inundando la ciudad y exigiendo que la hija del rey fuese sacrificada ante un monstruo marino. Heracles la rescató y también fue engañado por el rey (ver Heracles). Como tenía fama de implacable, el resentimiento de Poseidón alcanzó incluso a los descendientes del rey y por eso se convirtió en el más ferviente defensor de los griegos, junto a Apolo, durante la Guerra de Troya. No obstante, tras la guerra tampoco los griegos se libraron de su ira porque entonces mató al «pequeño Ájax», hijo de Oileo, que había mancillado el santuario troyano de Atenea forzando allí a la princesa Casandra (ver Ajax). Odiseo también fue víctima de la ira de Poseidón tras dejar ciego a su hijo Polifemo.

Entre Poseidón y Minos, rey de Creta, estalló otro conflicto cuando el rey le pidió un toro para sacrificarlo en su honor. El dios le regaló un toro blanco tan bello que el rey decidió quedárselo, lo que provocó la furia de Poseidón, que hizo que la mujer del rey, Pasifae, se enamorase del animal y copulase con él para concebir al Minotauro, criatura monstruosa con cuerpo de hombre y cabeza de toro (ver Minos, Minotauro, El y Pasifae). Este hecho tuvo secuelas terribles.

Los problemas de Poseidón con los atenienses fueron de carácter distinto. Había competido con Atenea por el dominio del Ática, donde está Atenas, ofreciendo a sus habitantes el regalo más útil. Poseidón clavó su tridente en la tierra sobre la Acrópolis y produjo un pozo de agua negra. Pero Atenea hizo crecer un olivo en el mismo punto y fue declarada ganadora y protectora de la ciudad. Poseidón no soportaba la derrota y causó entonces una terrible inundación en el Ática, pero Zeus intervino poco después para que se reconciliase con los atenienses. Desde entonces fue adorado de la forma que él quiso y la ciudad dependió de las embarcaciones y del comercio marítimo.

Después de dos mil años de cristianismo, Poseidón, sobre todo bajo su nombre romano de Neptuno, ha permanecido como uno de los dioses griegos más conocidos. Zeus ha tenido durante el periodo cristiano una existencia más oscura y Hades incluso ha sido olvidado. Desde el Renacimiento, Poseidón (Neptuno) ha consolidado su posición de privilegio en la iconografía occidental. Aparece en incon­tables fuentes monumentales del periodo neoclásico. En la era moderna, apareció un nuevo rito por este dios: los marinos y los pasajeros que cruzan el Ecuador por primera vez reciben el «bautismo de Neptuno», una ceremonia en la que la tripulación se viste como Neptuno y vierte agua de sal sobre los no iniciados para luego beber con ellos.

La historia de la guerra de Troya sufrió, en el curso del tiempo, numerosos cambios y ampliaciones.

El meollo de esta historia está contenido en los dos poemas épicos de Homero, la Ilíada y la Odisea. Los episodios relatados o brevemente aludidos en dichos poemas, fueron elaborados o desarrollados por los poetas posthoméricos, ya sea relacionándolos con otras tradiciones populares, ya agregándoles detalles de su propia invención.

Cuenta Homero que una vez que Helena hubo sido raptada por París, Menelao y Agamenón visitaron a todos los jefes griegos exhortándolos a tomar parte en una expedición que aquéllos preparaban con el objeto de vengar la afrenta.

Agamenón fue elegido comandante en jefe; los más destacadas héroes griegos que le seguían eran, su hermano Menelao, Aquiles y Patroclo, los dos Ayax, Teucro, Néstor y su hijo Antíloco, mises, Diomedes, Idomeneo y Filoctetes.

Las huestes griegas, compuestas de 100.000 hombres, que contaban con 1.186 barcos, se concentraron en el puerto de Aulis. Allí, mientras celebraban un sacrificio bajo un plátano, surgió una víbora debajo del altar, ascendió por el árbol y devoró un nidal con ocho pichones de gorrión, junto con la madre de los pajarillos.

Calcas, el adivino de la expedición, interpretó que ese hecho significaba que la guerra duraría nueve años y que terminaría en el décimo, con la destrucción de Troya.

Agamenón había recibido por su parte un oráculo del dios de Delfos, según el cual Troya caería después de que los mejores griegos se querellaran entre sí.

El sitio de la ciudad

La partida hacia Troya se realiza inmediatamente y después de instalar el campamento entre la costa y las murallas de la ciudad, Mises y Menelao se dirigen como embajadores a la corte de Príamo, para pedir la entrega de Helena. La demanda, a pesar de la inclinación de la propia Helena y de las admoniciones del troyano Antenor cae en el vacío, debido a la oposición de Paris, y la guerra queda declarada.

El número de los troyanos, cuyo héroe principal es Héctor, apenas alcanza a la décima parte del de los sitiadores. Y aun cuando los primeros cuentan con poderosos aliados, tales como Eneas, Sarpedóny Glauco, no se atreven por temor a Aquiles, a afrontar un encuentro abierto con sus enemigos.

Por otra parte, los aqueos nada pueden hacer frente a la ciudad bien defendida y fortificada, viéndose obligados a limitar su acción a la ejecución de emboscadas y a desbastar las vecindades de la plaza; la falta de víveres los obligaba, asimismo, a organizar expediciones por las zonas próximas, que se llevaban a cabo por mar y tierra bajo el mando de Aquiles.

Llegó al fin el año décimo, el decisivo en el sitio de Troya .Crises, sacerdote de Apolo, llega al campo de los griegos vestido con sus ropas sacerdotales, para rescatar a su hija Criseida, del poder de Agamenón. Es rudamente rechazado y Apolo castiga a los griegos infligiéndoles una plaga. En una asamblea de los griegos, convocados por Aquiles, Calcas declara que el único modo de apaciguar al dios, es el de entregar a la joven sin rescate .Agamenón asiente a ese deseo general, pero, a modo de compensación, quita a Aquiles, a quien se considera el instigador de toda la trama, a su esclava favorita, Briseida.

Aquiles, ofendido, se retira airado a su tienda e implora a su madre Tetis que obtenga de Zeus la promesa de que los griegos sufran continuas derrotas en la lucha con los troyanos, hasta tanto Agamenón, le rinda una satisfacción.

Los troyanos salen inmediatamente a campo abierto y Agamenón, inducido por una promesa de victoria que le sugirió un sueño enviado con tal propósito por Zeus, elige el día siguiente, como día de la batalla.

Las huestes de ambos bandos están frente a frente, dispuestas a entrar en lucha, cuando deciden, de común acuerdo, que el conflicto por Helena y por los tesoros saqueados, sea decidido en duelo singular, entre Paris y Menelao.

París es vencido en el duelo y sólo es salvado de la muerte por la intervención de Venus. Cuando Agamenón exige el cumplimiento del tratado, el troyano Pandareo rompe el armisticio, disparando una flecha contra Menelao, con lo que dio comienzo al primer encuentro general de la guerra, en el cual Diomedes realiza milagros de bravura bajo la protección de Minerva, llegando, inclusive, a herir a Marte y a Venus.

El día termina con un duelo no decisivo entre Héctor y Ayax, hijo de Telemón. En el armisticio que sigue a continuación, ambos bandos dan sepultura a sus muertos y los griegos rodean su campamento de un muro y se atrincheran.

Al iniciarse de nuevo la lucha, Zeus prohíbe a los dioses tomar parte en ella y ordena que la batalla termine con una derrota de los griegos. Durante la noche siguiente, Agamenón planea la retirada, pero Néstor le aconseja que se reconcilie con Aquiles. Los esfuerzos de los intermediarios resultan inútiles y pese a los esfuerzos de Agamenón que lucha con bravura, son heridos varios héroes, entre ellos Ulises, Diomedes y el mismo Agamenón. Los griegos se retiran tras el muro de su campamento, para cuyo ataque preparan los troyanos cinco destacamentos.

Ataque troyano

La defensa de los griegos es valerosa, pero Héctor logra destrozar con una roca la puerta de entrada de las fortificaciones y el torrente enemigo se precipita incontenible dentro del campamento griego. Una vez más, los héroes griegos que aun están en condiciones de combatir, especialmente los dos Ayax e Idomeneo, consiguen rechazar a los troyanos con ayuda de Poseidón, mientras Ayax estrella a Héctor contra el suelo, con una piedra; pero este último no tarda en resurgir en el campo de batalla, con nuevo brío, otorgado por Apolo, por orden de Zeus.

Poseidón es obligado a dejar librados a los griegos a su propia suerte. Estos se retiran nuevamente hacia sus barcos, que Ayax defiende en vano, cuando Aquiles, cediendo a los ruegos de su amigo Patroclo, envía a éste, cubierto con su propia armadura, al mando de los mirmidones, en ayuda de los derrotados griegos.

Creyendo que tenían ante sí al mismo Aquiles, los troyanos huyen ante Patroclo, presas de terror, perseguidos por éste, hasta los muros de la, ciudad, y sufriendo muchas bajas, incluso la del valiente Sarpedón, cuyo cuerpo es rescatado de los griegos, sólo después de una encarnizada lucha.

Finalmente, Héctor, con la ayuda de Apolo, da muerte a Patroclo; la armadura de Aquiles está perdida y aun el cuerpo del héroe griego es rescatado a duras penas. Aquiles se arrepiente entonces de su enojo, se reconcilia con Agamenón y al día siguiente, provisto de una nueva y espléndida armadura, forjada por Vulcano, a pedido de Tetis, venga la muerte de su amigo, dando muerte a infinidad de troyanos y, por último, al propio Héctor.

Con el entierro de Patroclo y con los juegos funerales establecidos en su honor, con la entrega del cuerpo de Héctor a Príamo y con entierro del héroe troyano, para lo cual quermite Aquiles un armisticio de once días, termina la Ilíada.

Poco después de la muerte de Héctor, las leyendas posteriores hacen llegar a las Amazonas en ayuda de los troyanos, siendo muerta la reina de aquéllas, Pentesilea, a manos de Aquiles. Aparece luego Memmon, a la cabeza de los etíopes y da muerte a Antíloco, hijo de Néstor, y es muerto, a su vez, por Aquiles.

Se cumple en ese momento el oráculo recibido por Agamenón en Delfos. Durante un banquete de sacrificio estalla una violenta disputa entre Aquiles y Ulises, pues éste afirma que sólo con la astucia y no con la fuerza, podrá; Troya ser capturada.

Inmediatamente y, mientras se forzaba la entrada de Troya por la puerta Scean, o según otra leyenda, durante la boda de la hija de Príamo, Polixena, en el templo de Apolo timbreano, Aquiles cae muerto por una flecha de París, dirigida por, aquel dios.

Una vez realizado el entierro del héroe, Tetis ofrece las armas de su hijo, como un premio al más bravo de los griegos, correspondiendo dicha recompensa a Ulises.

En ese momento, el rival de Ulises, Ajax, se suicida. Los griegos hallan, sin embargo, cierta compensación por tales pérdidas. Procediendo de acuerdo con la admonición de Heleno, hijo, de Príamos, que había sido capturado por Ulises, según la cual Troya no podría ser conquistada sin las flechas de Hércules y la presencia de un descendiente de Eaco, fueron a buscar a Filoctetes, el heredero de Hércules, que había sido abandonado en Lemmos, y a Neoptolemo, el joven hijo de Aquiles, quien fue traído de Esciros.

Este último, digno hijo de su padre, mata al último aliado de los troyanos. Eurífilo, el bravo hijo de Telefos; Filoctetes mata a París, con una de las flechas de Hércules. Aun cuando hubiera sido cumplida la última condición para la captura de Troya, es decir, el retiro del Palladium, del templo de Minerva, en la ciudadela, empresa que realizaron Diomedes y Ulises, se advierte que la ciudad sólo puede caer mediante alguna estratagema.

El caballo de madera

Por consejo de Minerva, Epeio, hijo de Panopeo, construye un gigantesco caballo de madera, en cuyo vientre se ocultan los más bravos de los griegos, bajo la dirección de Ulises, mientras que el resto, después de quemar su campamento, se embarcan y parten en sus barcos, sólo para anclar detrás de Tenedos.

Creen los troyanos que los griegos se han retirado, salen de la ciudad y encuentran el caballo de madera, dudando qué hacer con él. Según algunas leyendas, fueron engañados por el traicionero Sinón, un pariente de Ulises, quien se habría quedado en el lugar, por propia voluntad.

Explicó a los troyanos que había escapado a la muerte a la que había sido condenado por la maldad de Ulises y que el caballo había sido erigido como expiación por el robo del Palladium; destruirlo, sería fatal para Troya. En cambio, si se lo introducía en la ciudadela, Asia llegarla a conquistar a Europa.

La suerte de Laocoonte elimina toda duda del espíritu de los troyanos. Como la puerta de la ciudad resulta demasiado estrecha, rompen una parte del muro, para que pueda pasar el caballo, que es arrastrado hasta las ciudadelas, como ofrenda dedicada a Minerva.

Mientras los troyanos festejan lo que estiman un triunfo, Sinón abre durante la noche el vientre del caballo. Los héroes salen de su interior y prenden las hogueras que dan a la flota griega la señal, previamente convenida, para el retorno.

Así fue capturada Troya; todos sus habitantes fueron muertos, o bien arrastrados a la esclavitud, y la ciudad quedó arrasada por la rapiña y las llamas. Los únicos sobrevivientes de la casa real fueron Helena, Casandra y Andrómaca, viuda ésta de Héctor, además de Eneas.

Una vez que Troya hubo sido destruida y saqueada, Agemenón y Menelao, contrariamente a la costumbre, convocaron a los embriagados griegos a una asamblea, celebrada por la noche. Se produjo una división entre ellos, pues mientras la mitad de los reunidos estaba de parte de Menelao, deseosos de retornar en seguida a sus hogares, la otra mitad, de acuerdo con Agamenón, quería apaciguar a la diosa Minerva, la cual había sido ofendida por el ultraje del Ayax locrio.

El ejército griego quedó, pues, dividido en dos partes. Sólo Néstor, Diomedes, Neoptolemo, Filoctetes e Idomeneo, alcanzaron sus hogares sanos y salvos; mientras que Menelao y Ulises tuvieron que pasar antes largas vicisitudes.

La muerte sorprendió a Ajax y a Agamenón, inmediatamente después de su vuelta al hogar.

Las creencias religiosas originarias de griegos y romanos se pierden en las tinieblas de los tiempos primitivos. Casi nada sabemos de ellas, y los propios helenos y latinos nada nos han dicho al respecto en sus escritos más antiguos. Pero, como sea que el estudio moderno de las religiones de otros muchos pue­blos ha demostrado que en los comienzos más remotos, en todas partes se creyó en un solo dios, podemos admitir que también fuera así en los griegos y los romanos. Seguramente ellos tuvie­ron al principio una fe monoteísta, y, en su mente, este dios único debió de ser el creador del mundo y del género humano, y lo adoraron y honraron como a un padre. Sólo poco a poco la fantasía de esos pueblos fue creando una pluralidad de dioses y diosas, al sospechar la presencia de seres personales detrás de las enigmáticas fuerzas de la Naturaleza y de la vida. En las más antiguas obras escritas por los griegos, las dos grandes epopeyas del poeta Homero, la Iliada y la Odisea, nos sale ya al paso un gran número de divinidades, a cada una de las cuales se le asigna una esfera de acción bien determinada. Pero esta teología homérica es ya el resultado de una larga evolución.

Según esta concepción, los dioses griegos viven como seres suprahumanos, pero de modo completamente parecido al de los hombres, y se hallan jerarquizados como en un Estado. Si es cierto que reinan sobre la Naturaleza y el hombre, con todo necesitan, como éste, de comida, bebida y sueño, y están aquejados de las pasiones y flaquezas morales propias de la humana naturaleza. Se nutren de ambrosía, el manjar celestial, y beben néctar, la celestial bebida, con lo cual gozan de la inmortalidad, que, no obstante, pueden perder en determinados casos. Considérase a los dioses como omnímodos y omnipotentes, pero esta sabiduría y este poder son distintos para las diversas divinidades y tienen sus limitaciones. Ignoran muchas cosas que ocurren en su inmediata proximidad y, aun queriéndolo, no pueden intervenir en todos los casos. Como los seres humanos, sufren pesares y preocupaciones, no obstante llamarse «libres de cuitas». En figura se parecen también a los hombres, solo que son más bellos y de más noble porte, y con frecuencia tienen talla gigantesca. Su sangre es un líquido más noble que el humano. A las personas se les presentan, ya en su figura verdadera, ya transformados en criaturas humanas, y se les aparecen en sueños, manifestándoles su voluntad por medio de signos milagrosos.

El Estado de los dioses griegos es una copia de la organización social caballeresca de la humanidad en la época homérica. A la cabeza se halla el dios supremo, Zeus, quien convoca a los demás dioses a solemne consejo, de igual modo que lo hace un rey humano con los nobles, y aun cuando su voluntad es decisiva, no siempre es aceptada sin discusión por todos los consejeros. Las asambleas celestiales discurren con frecuencia de modo muy parecido a las terrenales. Con todo, también la voluntad de Zeus está limitada, debiendo someterse a la fuerza del Destino, bajo cuya ley inexorable se halla el curso del universo todo.

Los griegos fijaron la residencia de los dioses en la más alta cumbre de su país, el Olimpo. Allí está su palacio, edificado por Hefesto, el ingenioso dios del fuego. Ura multitud de divinidades inferiores realiza los servicios necesarios. Las Horas guardan las puertas y cuidan de los caballos inmortales de los dioses; Iris, la diosa del arco que lleva su nombre, sirve de mensajera; Hebe, la divinidad de la juventud perpetua, sirve el néctar a los dioses; las nueve Musas, divinidades de las artes y las ciencias, amenizan la compañía en la mesa con sus cantos, y las Gracias, diosas del donaire y la elegancia, las acompañan con sus danzas.

El griego de la época homérica se permitía muchas libertades con sus dioses. Sus rasgos excesivamente humanos no podían inspirarle un gran respeto. Cuando un dios, fuera el que fuera, no accedía a sus deseos, llegaba incluso a odiarlo. Para el griego, el culto exterior se limitaba a oraciones y votos, abluciones y expiaciones, sacrificios y ofrendas. El hombre de la Antigüedad casi no conocía más oración que la impetratoria, que dirigía a los dioses antes de iniciar alguna empresa impor­tante. Oraba en voz alta, de pie y con la cabeza descubierta, purificándose previamente con el lavamanos y rociándose con agua; luego se ponía una corona y cogía ramas envueltas en lana. A continuación dirigía al dios su demanda en términos breves. Las oraciones en acción de gracias eran raras. Otra forma de orar era el voto, por el cual el hombre se comprometía a realizar algún acto compensativo en el caso de que su petición fuese atendida; prometíase a la divinidad un sacrificio o una ofrenda particularmente valiosos. También podía pedirse a los dioses el castigo para los enemigos o gentes mal­vadas, dirigiendo entonces la plegaria en forma de maldición o imprecación.

El acto del culto propiamente dicho era el sacrificio, que podía ser cruento o incruento. Como víctimas se sacrificaban en el altar generalmente bueyes, ovejas, cabras y cerdos y, para realzar la solemnidad, a veces los animales se inmolaban en gran número, caso en el cual se daba al sacrificio el nombre de hecatombe. Los sacrificios incruentos consistían, por lo general, en libaciones, tortas de harina, fruta e incienso. Las ofrendas eran ricos objetos de adorno, que pasaban a ser propiedad del dios y se depositaban en su templo. Muchos templos guardaban valiosas ofrendas votivas en cámaras propias. En tiempo de Homero, el culto divino estaba a cargo de los sacerdotes, si bien, como en épocas anteriores, podían oficiar también los reyes o jefes de familia.

La antigua creencia según la cual los dioses manifiestan su voluntad a los hombres por medio de presagios, exigía la presencia de sacerdotes capaces de interpretar esos agüeros y, a base de ellos, predecir el futuro. De la interpretación de los sueños cuidaban unos adivinos especiales. También se concedía particular atención al vuelo de las aves y a los fenómenos celestes, en los cuales se veían revelaciones divinas. Otro modo de investigar el porvenir era el examen de las víctimas: la disposición de las principales visceras de los animales sacrificados y sus diversas manifestaciones en el curso del sacrificio. Estas investigaciones de la voluntad divina se practicaban especialmente en tiempo de guerra; por eso en el ejército griego jamás faltaba el augur o adivino.

Frente a la exuberancia imaginativa de la religión griega, la de los romanos se caracteriza por su sobriedad y pobreza de fantasía. Los romanos fueron un pueblo de campesinos, y el campesino es amigo de la simplicidad. Pero también es propio del romano un notorio sentido del derecho, lo cual presta un sello particular a su religión. Es muy estricto y puntilloso en sus relaciones con los dioses, y por nada del mundo bromeará con ellos. En consecuencia, concede la máxima importancia a la rigurosa disciplina y al exacto cumplimiento de sus deberes religiosos. Por eso sus oraciones tienen formas bien concretas, que él observa escrupulosamente, y en el ritual de los sacrificios sigue las normas establecidas hasta en los detalles más nimios. Sólo cuando el romano entró en contacto con la cultura helénica y se dejó influir por ella, abrió también el corazón a sus ideas religiosas, y del mismo modo que asimiló el hele­nismo, así también sus divinidades fueron equiparándose a las griegas, perdiendo casi por completo su sello latino y conservando casi únicamente el antiguo nombre romano. Las divinidades antiguas, tan numerosas que puede decirse había una para cada actividad de la vida, fueron pasando casi todas a segundo plano, con excepción de Jano, el espíritu de la puerta de la casa y del año. Tenía dos cabezas; con una cara veía el pasado, y con la otra el porvenir. Era también el señor de la guerra y de la paz. En tiempo de guerra, las puertas de su templo per­manecían abiertas, y al llegar la paz se cerraban, cosa rara en la historia —tan llena de hechos bélicos— de Roma. Entre los romanos desempeñaron un importante papel los dioses Lares y los Penates, espíritus protectores de la familia y el hogar.

Dueño del poder Zeus lo compartió con sus hermanos, Poseidón y Hades, a quienes dio respectivamente el dominio de los mares y el de las naciones subterráneas. Pero entonces los gigantes, nacidos de la sangre de Urano, quisieron escalar el Olimpo.

Ante la presencia de los gigantes palidecieron las estrellas, retrocedió el Sol y la Osa se hundió en el mar. Para asaltar el Olimpo los gigantes colocaron una montaña sobre la otra, y desde la cúspide atacaron a los dioses utilizando como proyectil rocas y troncos de árboles incendiados. Los dioses huyeron aterrorizados y muchos huyeron a Egipto adoptando diversas formas hasta que se organizó la oposición a los gigantes. Si bien los gigantes tenían un origen divino había una forma de darles muerte, el asesinato debía ser cometido por un dios y un mortal en combinación. Como existía una hierba mágica en la tierra capaz de hacer inmortales a los gigantes, antes de que éstos lo advirtieran Zeus se apoderó de ella gracias a que el Sol, la Luna y la Aurora no brillaron y de esa manera nadie tuvo la luz necesaria para encontrarla.

Los dioses comenzaron a armar una contraofensiva y la primera en prestar auxilio a Zeus fue Estigia, que gobernaba un río subterráneo. Ella fue acompañada también por sus hijos: la Victoria, el Poder, la Emulación y la Fuerza. Como agradecimiento de Zeus a Estigia, éste dispuso que en adelante fuesen inquebrantables los juramentos que se hacen por ella. Otros dioses acudieron luego a la ayuda de Zeus entre ellos Ares y Atenea.

Pero era imprescindible encontrar un mortal para poder asesinar a los gigantes. El elegido fue Heracles (Hércules), semidiós hijo de Zeus y Alcmena. Heracles en el carro de su padre derribó a Alcinoeo, caudillo de los gigantes, el cual cayó en su tierra natal, Flegras (Tracia) y como según la leyenda los gigantes no podían morir en el lugar donde habían nacido Heracles tomó a Alcinoeo a cuestas y lo llevó a otra región para matarlo con su maza.

Luego Porfirión saltó desde la gran pirámide de montañas y como no pudo sorprender a Atenea se lanzó contra Hera a la que intentó estrangular. Entonces Eros le lanzó una saeta, cambiando la ira del gigante por una lasciva desenfrenada. Porfión intentó ultrajar a Hera pero Zeus aprovechando la oportunidad lo hirió con su rayo y Heracles lo terminó rematando. Efialtes, otro gigante había obligado a Ares a arrodillarse ante él y Apolo lo hirió con una saeta. luego Heracles lo terminó rematando.

Ya desde épocas remotísimas preocupó a los hombres el problema de la supervivencia del alma después de la muerte. Al principio se hallaba extendida la creencia de que las almas de los difuntos se quedaban cerca del cuerpo sepultado; por eso se depositaba en la tumba multitud de objetos: vasijas conteniendo manjares y bebidas, artículos de adorno, toda suerte de enseres domésticos, armas y vestidos, con objeto de que el desaparecido no echara en falta lo que tanto había apreciado en vida. Cuanto más rico era el muerto, más cosas se ercerraban en su tumba. De las tumbas de los reyes proceden los llamados «tesoros», que nos dan preciosas informaciones sobre los objetos de uso y adorno utilizados en épocas pretéritas.

Más tarde surgió la creencia ?cuándo y dónde, son cosas imposibles de establecer hoy? de que las almas de los muertos no habitaban en la tumba, sino reunidas en algún lugar situado muy profundamente debajo de la Tierra. Ésta es la concepción que encontramos en la poesía homérica. La idea que en aquella época las gentes se hacían de la existencia después de la muerte es lúgrube y triste; no podía ser de otro modo en una religión basada en el goce de la vida terrena. En la muerte, las almas pierden la conciencia y el recuerdo de los placeres de este mundo, y sólo vuelven a adquirir noción de su anterior existencia gracias a la sangre animal que se hace correr en el suelo en los sacrificios funerarios. Así se comprende que los héroes de la leyenda griega se aferren con todas sus fuerzas a la vida, y se lamenten dolorosamente de la brevedad de la terrena exis­tencia y de sus penalidades. Son características las palabras de Aquiles, que, vuelto a la conciencia de las cosas por Ulises en los infiernos, confiesa apenado: «Más quisiera ser jornalero en casa de un pobre, que rey de todos los muertos en el reino de las sombras».

Según la concepción que se manifiesta en la poesía de Homero, en las profundidades de la Tierra se encontraba el reino de los muertos y, debajo de él, a tanta distancia como está el cielo de la Tierra, el Tártaro, donde se hallan encarcelados los tita­nes. La entrada a este reino de las sombras estaba en el confín occidental de la Tierra, allende el Océano, en el nebuloso país de los cimerios, en medio de un bosque de álamos y sauces consagrados a Perséfone. Posteriormente se conocieron otros accesos al infierno, y se creyó verlos en todas aquellas partes donde simas vertiginosas parecen conducir al seno de la Tierra. Eneas, el legendario fundador del pueblo romano, desciende a los infiernos por el lago Averno, en las cercanías de Cumas, en el sur de Italia, con objeto de que su difunto padre le revele el porvenir.

En primer lugar, el alma del fenecido entraba en un recinto ocupado por un prado donde crece el asfódelo, la flor de los muertos. El infierno propiamente dicho es el Erebos, región de tinieblas surcada por los ríos del mundo subterráneo. El pri­mero de éstos es el Aqueronte, que debe ser cruzado por las almas al entrar en el infierno. Un barquero llamado Caronte, sentado en una barca, es el encargado del pasaje, por el cual percibe, como salario, un óbolo, pequeña moneda griega de plata que se ponía al afecto en la boca del difunto. El otro río es el Corito, el río de las lamentaciones. Sigue luego el Leteo, de cuyas aguas beben los muertos, perdiendo, al hacerlo, el recuerdo de todos los sucesos de la existencia terrena, principalmente las alegrías. El Leteo es, pues, el río del olvido. También fluían en el reino de las sombras el Piriflégeton, «el fuego llameante», y la Estigia, «la odiada», por la cual juraban los dioses. Caso de haber quebrantado su juramento, habrían debido pasar este río, perdiendo así la inmortalidad. Era el juramento más terrible que podían pronunciar. En el Aqueronte monta la guardia el perro tricéfalo Cerbero, que tiene la cola y una melena formadas por serpientes. Saluda a los que entran meneando el rabo, pero jamás les permite salir.

Las almas de los muertos eran imaginadas como sombras sin cuerpo que vagaban por los infiernos sin voz ni conciencia de las cosas, llevando una existencia fantasmal, monótona y des­provista de todo goce. Según otras tradiciones, están sujetas a las ocupaciones ordinarias que tenían en la Tierra, conservan el rango que les correspondió en el mundo y son capaces de sufrir castigos.

En las épocas más primitivas no se cree aún en una remuneración por las acciones realizadas en vida. Esta creencia pertenece a tiempos más recientes. También hay que aguardar a leyendas más tardías para encontrar las referencias de un tribunal que juzga a los muertos, integrado por los fabulosos reyes Minos, Radamante y Éaco. Según esta tradición, las almas de las personas virtuosas eran conducidas al Elíseo, donde llevaban una existencia plácida en medio de un magnífico paisaje; las de los perversos, en cambio, eran arrojadas al Tártaro, lugar destinado a los condenados a perpetuo sufrimiento. En cuanto a las sombras de los que no fueron buenos ni malos, yerran en el prado de los asfódelos.

En el Tártaro, los titanes y un gran número de grandes pecadores sufren eterno castigo. Tenemos en primer lugar al rey Tántalo, condenado a sufrir hambre y sed por los siglos de los siglos. En su vida terrena había sido tan estimado de les dioses, que incluso lo invitaban a comer en su mesa. Pero él no se mostró digno de aquel honor: reveló a los hombres los secretos de los olímpicos, robó néctar y ambrosía y los repartió entre sus amigos. Finalmente, su insolencia llegó hasta el extremo de invitar a los dioses a un banquete y servirles a su propio hijo inmolado, con el fin de poner a prueba la omnisciencia de los celestiales. Éstos se dieron cuenta del desafuero y resucitaron al niño. Tántalo hubo de expiar su crimen en el infierno, donde se hallaba sumergido en un lago, con agua hasta la barbilla, mientras encima de su cabeza pendían los frutos más exquisitos, sin que jamás pudiera él calmar el hambre y la sed. Los frutos se apartaban cuando él trataba de alcanzarlos con la mano, y el agua del estanque se alejaba de su ávida boca. Además, sobre su cabeza oscilaba una gran peña que constantemente amenazaba con desprenderse, con lo cual una continua angustia mortal venía a juntarse al hambre y la sed que sufría. Todavía hoy son proverbiales los «suplicios de Tántalo».

Sísifo, un legendario rey de Corinto, penaba su extrema perfidia. Una vez había llegado a engañar a los propios dioses y a la muerte. Por eso estaba condenado en el infierno a empujar cuesta arriba una enorme peña; pero, cada vez que llegaba con ella a la cumbre de la montaña, la roca volvía a rodar hasta el pie y Sísifo tenía que empezar de nuevo su vano trabajo. Hoy hablamos todavía de un «trabajo de Sísifo», refiriéndonos a un esfuerzo inútil.

Ixión, soberano del fabuloso pueblo de los lapitas, persiguió con su amor a la diosa Hera, y en castigo fue atado en el infierno a una rueda que gira con él sin descanso. Un crimen similar cometió el rey de los lapitas Pirítoo, quien, a la muerte de su esposa, quiso raptar de su reino a la diosa Perséfone; pero prendido, fue condenado a un suplicio similar al de Tántalo. Está sentado a una mesa ricamente servida con los manjares más deliciosos, que una de las Erinias le impide alcanzar. También pende sobre su cabeza una roca que a cada momento amenaza aplastarlo.

Ticio, hijo de Gea, persiguió a Leto, la madre de Apolo y Artemisa. Ello le valió ser encadenado en el suelo del infierno, donde unos buitres le devoraban el hígado, que se regeneraba constantemente.

Las hijas del rey griego Dánao, las Danaidas, hubieron de casarse con los hijos del rey Egiptos, cediendo a la voluntad de los padres de ambos y contra sus deseos. Pero en la pri­mera noche de matrimonio las muchachas asesinaron a sus maridos, excepto a uno solo. En castigo, están condenadas a echar agua en un tonel hasta llenarlo, cosa imposible para toda la eternidad, puesto que el tonel tiene el fondo agujereado. Así, aún llamamos hoy a un trabajo pesado e inútil el «trabajo de las Danaidas».

El infierno es también el escenario de la leyenda del cantor Orfeo. Nada podía resistir al poder de su canto; el hechizo de su voz era tal, que lo escuchaban los bosques y las rocas, los ríos detenían su curso y las fieras se amansaban y se agolpa­ban a su alrededor. Al morir su joven esposa Eurídice, descendió él a los infiernos a impetrar que le fuese devuelta. Su canto dolorido afectó incluso a Hades y Perséfone, y por primera vez vertieron lágrimas las Erinias. Orfeto fue autorizado para llevarse su esposa a la tierra, pero a condición de que en el camino no se volviese a mirarla. Mas el ardoroso marido no pudo dominar su anhelo, y antes de llegar a la salida del Averno, dirigió los ojos a Eurídice. En el mismo momento desapareció ella de su vista.

Introducción

La expedición de los griegos al Cólquide, bajo el liderazgo de Jasón, es una de las más importantes operaciones de los tiempos mitológicos dado que en ella participaron los gruerreros más selectos de Grecia.

Poetas líricos como Píndaro, se inspiraron en el mito de los Argonautas. Los tres grandes poetas trágicos escribieron también inspirándose en la expedición de los Argonautas. Esquilo, escribió las tragedias “Atamas”, “Ipsipili”, “Argo” y “Caviro”. Sófocles escribió las tragedias “Atamas”, “Cólquides”, Squite” y “Rimotomoi”. De todas estas obras no se conservó ninguna. De las obras de Eurípides sólo se salvó la renombrada “Medea”.

Frixo y Hele

Hijos de Nefeli y Atamante que reinama en Orcómeno en Beocia. Atamante, dejándose llevar por las insinuaciones de Ino (deseosa de echar a Nefeli y de casarse con él) cedió a sus deseos, convirtiendo a Ino en su esposa y en una mala madrastra para los niños. Su odio hacia ellos, la llevó a diseñar un plan: convenció a las mujeres del lugar para que hornearan las semillas que se almacenaban para la siembra. Tales semillas, como era de esperar, luego de plantadas, no dieron fruto y cayó gran pobreza en la región.

Atamante envió a sus emisarios a Delfos para consultar el oráculo y que los dioses decidieran lo que debían hacer. Ino interceptando y sobornando a los enviados, debían comunicar el siguiente augurio: que para que la tierra volviera a dar frutos, era necesario el sacrificio de Frixo, al dios Zeus. Entonces el pueblo se sublevó y pidió al rey que cumpliera con el oráculo. Atamante cedió a la presión popular y Frixo se dirigía al altar de sacrificios cuando su madre, Nefeli, les envió un cordero de dorado vellón.

Frixo y Hele montaron en el lomo del animal que los llevó muy lejos de allí. Pasando por la península trácica Hele se agachó para mirar algo, se mareó y cayó en las aguas del Ponto, que desde entonces se llamó Helesponto (el mar de Ponto). Frixo llegó solo a Cólquide, donde reinaba el rey Eeetes, hijo de Helios y de la oceánide Perse, y hermano de la maga Circe. En este sitio sacrificó al carnero en acción de gracias a Zeus y pidió la protección de Eetes. El rey de Cólquide le casó con su hija y Frixo le regaló el vellocino de oro (la piel del cordero). El rey lo colgó de un roble en el bosque ofrendado al dios Ares y puso un dragón y una enorme serpiente que nunca dormía para vigilarlo día y noche.

Pelías y Jasón

En Yolco reinaba Pelías, hijo de Poseidón y de Tiro, que astutamente había destronado a su hermanastro Esón. Esón, temeroso de que su malvado hermanastro asesinase a su hijo Jasón, que era el verdadero heredero del trono, le buscó refugio en la cueva del centauro Quirón, en el monte Pelión y le confió su crianza y formación. El sabio Quirón lo instruyó en las letras y en las artes de su época y llegado a una edad adecuada, le envió a Yolco a reclamar sus legítimos derechos al trono.

El apuesto joven, al cruzar el río Anauro perdió una de sus sandalias al ser arrrastrada por la corriente. Cuando Jasón se presentó en Yolco con una sandalia, el rey Pelías quedó muy desconcertado, pues un antiguo augurio del oráculo le había advertido que alguien con una sola sandalia, que bajaría del monte, le destronaría y mataría.

Cuando el sobrino de Esón pretendió la corona que le pertenecía por derecho legítimo, el astuto Pelías afirmó entonces haber visto en sueños a Frixo, que clamaba volver a su lugar de origen y pedía lo mismo para el vellocino de oro, que estaban el Cólquide, en el reino de Eetes. Rogó al joven Jasón que cumpliera con este vaticinio y dispuso la construcción de una nave para emprender el viaje. Jasón debía organizar la expedición con el fin de aliviar el alma de Frixo y cumplir su deseo. Pelías prometió y juró por los dioses que a la vuelta de Jasón a Yalco, con el vellocino de oro, le devolvería su derecho al trono.

Los preparativos de los Argonautas

Jasón aceptó la propuesta de Pelias y empezó a prepararse para el viaje. Ordenó a Argo, arquitecto y constructor de navíos, la fabricación de una nave de cincuenta remos. La embarcación resultó espléndida como ninguna otra de la época. Gracias a un trozo de madera procedente del roble sagrado del oráculo de Dodona, regalo de la diosa Atenea, el navío podía hablar y tenía el don de la profecía. Era un barco muy veloz y por eso se llamó Argo (Argos=rápido). Mientras se dotaba la nave, el centauro Quirón aconsejó a Jasón que enviara heraldos por toda Grecia para invitar a los jóvenes más valientes y valerosos de aquellos tiempos a participar en este largo viaje. Y así sudió, la tripulación de Argo, los llamados Argonautas eran todos héroes e incluso hijos de dioses. Entre ellos estaban Tifis, el timonero de Argo, Orfeo, el músico, los adivinos Idmón y Mopso, Heracles, Hilas, Idas, Cástor y Plideuces, Periclímeno, hijo de Neleo, y Peleo, hermano de Telamón y muchos otros, que constituían la flor de la hombría y el heroísmo juntos.

El viaje del Argo

Tras haber realizado un sacrificio en honor de Apolo, los Argonautas embarcaron en la costa de Págasas, y se pusieron en marcha con favorables presagios.

Su primera escala tuvo lugar en la isla de Limnnos, habitadas sólo por mujeres, pues todos los hombres habían muerto. Los Argonautos se unieron a las mujeres en espera a que ésas concibieran hijos varones y luego partieron. Después de pasar por Samotracia, entraron en el Helesponto y llegaron al reino de Cício, a la tierra de los Doliones, donde el rey y sus súbditos los acogieron con hospitalidad. Se hicieron a la mar, pero los vientos les regeresaron al mismo lugar.

Por un fatal malentendido, los Doliones no reconocieron a los Argonautas, estos tampoco a los Doliones, y así se enfrentaron en una lucha sangrienta, resultando muertos el rey Cícico y su corte. Cuando los Argonautas se dieron cuenta del error era ya demasiado tarde. Los hombres de los dos frentes, arrepentidos, honraron a los caídos.

En las costas de Mísia, donde llegaron los Argonautas, las ninfas se apoderaron de Hilas, el querido amigo de Heracles. Heracles y Polifemo fueron en su ayuda y el viaje siguió sin ellos.

Al pasar por la tierra del adivino ciego Fineo, lo liberaron de las temibles Harpías, y él en agradecimiento les advirtió del peligro de las rocas Cianeas. Eran esas unas rocas que al pasar entre ellas, chocaban entre sí convirtiendo en pedazos a las naves que las cruzaban. Fineo les aconsejó que para saber si podían pasar o no, soltaran una paloma; si ésta conseguía pasar el escollo, ellos también lo harían, de lo contrario, que no se atrevieran. Al llegar a los escollos, los Argonautas lanzaron uina paloma, que logró pasar perdiendo únicamente las plumas de la cola; así cruzó también Argo, sufriendo sólo ligeros daños en la popa.

Después de muchas peripecias, Argo y su tripulación llegaron a las tierras del rey Eetes.

En las tierras de Cólquide

Apenas llegado a Cólquide, Jasón visitó al rey Eetes y le habló de la orden recibida por Pelías. Eetes aceptó entregarle el vellocino de oro, a cambio de que, primero, puesiera un yugo, sin ayuda alguna, a dos toros de pezuñas de bronce que despedían fuego por los ollares, que habían sido regalo de Hefesto y que después arase el campo y sembrase algunos dientes de dragón que le entregaría.

Medea, la hechicera, hija de Eetes, se enamoró locamente de Jasón, y se ofreció a ayudarle, si Jasón la tomaba por esposa. Le entregó un unguento mágico para cubrise el cuerpo y su escudo antes de que se enfrentara a los toros. Este bálsamo lo haría invulnerable por un día, al fuego y al hierro. Le advirtió además que los dientes del dragón apenas sembrados se convertirían en soldados armados listos para acabar con él. Le aconsejó que lanzara una piedra sin ser visto y de este modo por un malentendido sin saber nadie quién había lanzado la piedra al otro, se matarían entre ellos.

Con el auxilio de Medea, Jasón logró vencer los obstáculos. Pero Eetes no cumplió con su palabra, antes bien trató de poner fuego a Argo y de liquidar a los Argonautas. Entonces Jasón, contando siempre con el apoyo de Medea, durmió al dragón guardián, y después de apoderarse, sin ser visto, del vellocino de oro, se dieron a la fuga a toda prisa. Apenas el rey Eetes descubrió la fuga de Jasón y Medea y el hurto del vellocino de oro, se lanzó a la persecución del Argo. Medea, para retrasarlo, dio muerte a Apsirto, su hermano, que viajaba con ella, y empezó a tirar al mar, uno a uno sus miembros. El infeliz Eetes, perdió un tiempo precioso tratando de recoger las partes del cuerpo de su amado hijo, y de este modo los fugitivos lograron alejarse definitivamente.

El trayecto del Argo

Mientras Eetes había anclado en alguna playa del Ponto Euxino para dar sepultura a su hijo, el Argo siguió su camino. Pasó por el Danubio, que entonces unía, se dice, el Ponto con el Mar Adreiático, subió por el Eridano (el Po) y por el Ródano, junto a las tierras donde moraban los Ligures y los Celtas, se adentró de nuevo en el Mediterráneo y cruzó cerca de la isla de las Sirenas. Desde muy lejos se oía el canto embrujador de las Sirenas. En ese momento, Orfeo, músico de Tracia, con su melodiosa lira y su carismática voz, se puso a cantar de tan bello modo, que ninguno de los Argonautas se animó a corresponder a la llamada de las Sirenas. Las nostálgicas melodías de Orefeo les hablaban del hogar, de los seres queridos que les esperaban en la patria y sembró en sus corazones el deseo del retorno.

Los Argonautas después de una larga travesía, pasando por el reino de Circe, por los estrechos de Caribdis y Escila, por la isla de Feacos y por las costas de Libia, llegaron a Creta, donde tuvieron que enfrentarse al gigante Talo, el robot que había creado Hefesto. La astucia y los hechizos de Medea neutralizaron las fuerzas de Talo, puesto por el rey Minos para defender la isla e impedir las incursiones de forasteros.

La vuelta a Yolco

Siguiendo su ruta por el Mar de Creta y tras enormes dificultades, cruzaron el Efeo y llegaron al fin a Yolco, trayendo consigo el codiciado vellocino de oro. Había llegado el momento en que Jasón debía reclamar al rey Pelías su legítimo derecho al trono. Pelías, que mientras faltó Jasón había asesinado a todos los parientes de éste, se negó a cederle el trono. Así Jasón decidió refugiarse una vez más en los mágicos poderes y en la habilidad de su mujer. Medea logró introducirse en el palacio y convencer a las hijas de Pelías para que participaran en el asesinato de su padre creyendo que de este modo le devolvería la joventud perdida. A partir de este punto, son muchas las variantes que existen. Una de ellas narra que Jasón y Medea reinaron en Yolco y años más tarde concibieron un vástago, confiándole su educación al Centauro Quirón. Otra variante dice que se marcharon a vivir en Corinto, dejando el trono de Yolco a Acasto, el único hijo varón de Pelías.

Interpretación del mito de los Argonautas 

Según los hechos de la remota época a la que se refieren, se llega a la conclusión de que hábiles marinos griegos hicieron una serie de proezas al mismo tiempo que describían el mundo con sus viajes, completando así sus conocimientos geográficos. El importante descubrimiento del Ponto Euxino, que hasta entonces se creía que era un mar (pontos=mar) y la difusión del helenismo en las regiones que éste bañaba, es lo que se deduce de los relatos del viaje y el itinerario del Argos.

Polinices y Tideo en la corte de Adrasto

Adrasto, hijo de Tálao, rey de Argos, tuvo cinco hijos, dos de ellos hembras, Argía y Deípile. Acerca de ellas le había dicho un singular oráculo que un día las daría por esposas, una a un león y la otra a un jabalí. En vano el Rey se quebraba la cabeza buscando la explicación de la oscura sentencia, y cuando las muchachas llegaron a la edad nubil, pensó casarlas de manera que no fuese posible la realización de la inquietante profecía. Pero la palabra de los dioses no podía ser burlada. De dos lados opuestos dos fugitivos entraron en Argos. Polinices había sido expulsado de Tebas por su hermano Etéocles; Tideo, hijo de Eneo y de Peribea, hermanastro de Meleagro y Deyanira, había huido de Calidón, donde, en el curso de una cacería, había invo­luntariamente dado muerte a un allegado. Ambos fugitivos se encontraron ante el real palacio de Argos y, tomándose por ene­migos en la oscuridad de la noche, se agredieron mutuamente. Adrasto, atraído por el estrépito de las armas, salió del castillo a la luz de las antorchas y separó a los contendientes. Al ver a su derecha y a su izquierda a los dos héroes rivales, el Rey se asustó como si se le hubiese aparecido una visión, pues del es­cudo de Polinices le contemplaba una cabeza de león, mientras que el de Tideo le presentaba la de un jabalí. El primero llevaba aquel emblema en el escudo en honor de Hércules, el segundo había elegido el suyo en recuerdo de la cacería del jabalí de Calidón y de Meleagro. Entonces comprendió Adrasto el significado de la oscura sentencia del oráculo, e hizo de los dos fugitivos sus yernos. Polinices obtuvo la mano de la hija mayor, Argía; Deípile fue la esposa de Tideo. A ambos prometió el Rey ayudarles a volver a sus patrias respectivas, de donde habían sido expulsados.

En primer lugar se decidió la guerra contra Tebas, y Adrasto reunió a sus héroes, siete príncipes, contándose él mismo, con otros tantos ejércitos. Eran sus nombres Adrasto, Polinices, Tideo, Anfiarao, cuñado de Adrasto, y Capaneo, sobrino del Rey; y por último, dos hermanos, Hipodemonte y Partenopeo. Pero Anfiarac, el cuñado del Rey y que durante mucho tiempo fuera su enemgo, era profeta y como tal previo el desgraciado fin de toda a campaña. Después de esforzarse inútilmente en persuadir a Adiasto y a los demás príncipes a que desistieran de la empresa, buscó un buen refugio, conocido únicamente de su esposa Enfile, hermana del Rey, y se ocultó en él con todo secreto. Los hé­roes estuvieron buscándole largo tiempo, pues sin él, a quien llamaba Adrasto el ojo de su ejército, no se atrevía el Monarca a lanzarse a la campaña. Ahora bien, Polinices, al huir de Tebas, habíase llevado el collar y el velo, nefastos presentes de Afrodita a Harmonía en ocasión de su boda con Cadmo, fundador de Tebas, y que habían sido la perdición de cuantas personas los habían llevado. Aquellos regalos habían traído la desgracia, además de Harmonía, a Semele, madre de Baco, y a Yocasta. La última en poseerlos había sido Argía, esposa de Polinices, destinada también al infortunio, y entonces decidió su marido utilizar el collar para sobornar a Erifile para que revelase, a él y a sus compañeros de armas, el lugar donde se hallaba oculto su maride. Largo tiempo llevaba la mujer envidiando a su sobrina aquel magnífico atavío con que la honrara el extranjero. Al con­templa: ahora las fulgentes piedras preciosas y broches de oro del collar, incapaz de resistir a la tentación, haciendo que Polinices le siguiera, sacó a Anfiarao de su refugio. Éste no pudo ya esquivar su participación en la campaña, tanto menos cuanto que anteriormente, al reconciliarse con Adrasto y recibir de él a su hermana en matrimonio, había prometido dejar a su esposa como arbitro de toda disención que pudiese ocurrir con su cuñado. En consecuencia, pertrechóse para la guerra y reunió a sus seguidores, pero, antes de partir, llamando a su presencia a su hijo Alcmeón, le obligó a prestar el sagrado juramento de que, en cuanto supiese su muerte, le vengase sobre su madre desleal.

Campaña de los siete contra Tebas

También los demás héroes se prepararon, y pronto hubo reu­nido Adrasto un poderoso ejército, dividido en siete cuerpos, con un héroe al frente de cada uno. Entre gritos de júbilo y llenos de esperanza, abandonaron todos la ciudad de Argos al son de clarines y trompetas. Pero ya en camino se presentó la desgracia. Al llegar al bosque de Nemea se encontraron con que una sequía había agostado todas las fuentes, ríos y lagos, mien­tras los ardores del día los atormentaban con una sed ardiente. No podían ya soportar el peso de corazas y escudos; el polvo que la marcha levantaba se les pegaba a los secos paladares; hasta a los caballos se les secaba la espuma de la boca y mor­dían la brida rechinando y con los ollares resecados.

Mientras Adrasto con algunos guerreros recorrían en vano la espesura en busca de manantiales, topáronse de pronto con una triste mujer de rara belleza, con un niño al pecho, sentada a la sombra de un árbol. A pesar de sus pobres vestidos y del cabello flotante, tenía el porte majestuoso de una reina. El sor­prendido Monarca creyó ver ante sí a una ninfa del bosque e, hincándose de rodillas, le rogó, en nombre propio y de los suyos, que los salvara de la grave situación en que los tenía la falta de agua. Pero la mujer respondió con los ojos bajos y humilde acento:

—Extranjero, yo no soy una diosa; tú, a juzgar por tu mag­nífico aspecto, debes descender de dioses; si en mí hay algo sobrehumano será únicamente mi dolor, pues he sufrido más de lo que se pide a los mortales. Soy Hipsípile, otrora regalada soberana de las mujeres de Lemnos, hija del apuesto Toante; hoy, tras innumerables penalidades, raptada y vendida por pira­tas, la cautiva esclava del rey Licurgo de Nemea. Esta criatura que se nutre de mi pecho, no es hijo mío; es Ofeltes, hijo de mi amo, y yo soy su nodriza. Pero gustosa os procuraré lo que me pedís. Una sola fuente brota todavía en este desolado desierto y nadie sino yo conoce su secreto acceso. Es lo bastante copiosa para saciar a un ejército entero; seguidme.

Levantándose, la mujer depositó cuidadosamente el niño sobre la hierba y le arrulló con una canción de cuna hasta que se hubo dormido. Los héroes llamaron a sus compañeros y muy pronto toda la tropa seguía los pasos de Hipsípile por ocultos senderos que serpenteaban por lo más espeso del bosque. Al cabo llegaron a una rocosa hondonada de la que se elevaba finísimo polvo de agua que refrescó los rostros ardorosos de los guerreros que se habían adelantado a su guía y al Rey. En seguida hirió sus oídos el murmullo de una caudalosa cascada. «¡Agua!», fue el jubiloso grito que exhalaron las bocas de los avanzados, los cuales con cuatro saltos descendieron al fondo de la garganta y, de pie sobre las húmedas rocas, llenaban los yelmos con el chorro del fluyente manantial. «¡Agua!», repitió como un eco todo el ejército, y aquel grito de alegría, ahogando el ruido de la catarata, fue a resonar en las montañas que cir­cundaban la hondonada. Echáronse todos a la verdeante orilla del arroyo que se abría paso valle abajo y se deleitaron sorbiendo a grandes tragos el anhelado líquido. Pronto se encon­traron también para los carros y caballos senderos que bosque a través permitieran descender cómodamente hasta el fondo, y los conductores, sin desenganchar las caballerías, las guiaron hasta el tortuoso lecho del río, en el punto donde éste se ensanchaba en un vado, y dejaron que sus bestias, sumergidas hasta el vientre en las aguas refrescantes, apagaran su prolongada sed.

Ya satisfecho todo el mundo la buena Hipsípile, mientras contaba las gestas y los padecimietos de las mujeres de Lemnos, volvió a guiar a Adrasto y sus íéroes, seguidos ahora de las tropas a una distancia respetuosa por el camino ancho, hasta el lugar donde, bajo la copa de árbol, la habían encontrado con el niño. Pero antes de que el itio pudiera verse, el fino oído de la nodriza fue alarmado por elllanto lejano de una criatura; llanto que sus acompañantes oyer«n apenas, pero que ella identificó en seguida como la voz de su pequeño Ofeltes. Hipsípile era madre de otros hijos, mayors y chicos, que había tenido que abandonar al ser raptada de Lemnos por los bandidos, y ahora había transferido todo su naternal afecto a aquel pequeñuelo a quien servía como esclava. Un angustioso presentimiento hizo estremecer su tierno corazón. Echó a correr hacia el lugar perfectamente conocido, donde sdía descansar y dar el pecho al niño. ¡Ay!, éste había desapancido y los errantes ojos de la mujer no descubrían rastro ningmo de él, como tampoco oía ya su voz. Al dirigir la mirada mis lejos, pronto comprendió el terrible destino de que había sido víctima el niño, mientras ella estaba prestando al ejército de los agivos su caritativo servi­cio. Pues no lejos del árbol yacía enroscada una horrible ser­piente, apoyada la cabeza sobre el hinchado vientre, digiriendo en indolente reposo el banquete que acababa de darse. A la desdichada nodriza se le erizó el cabello de espanto y sus gritos llenaron el aire, mientras los héroes acudían apresuradamente. El primero en ver el reptil fue Hpomedonte, quien, sin perder momento, arrancando del suelo una roca la arrojó contra el monstruo; pero el cuerpo acorazado de éste rechazó la piedra como si fuese un puñado de tierra. Entonces el hombre le dis­paró la jabalina, y esta vez no erró el tiro, pues hiriendo a la serpiente en el garguero la punta del proyectil, después de atra­vesar el cerebro, fue a salirle por la cresta. La alimaña revolvióse como una peonza con la larga lanza saliéndole por la herida y expiró al fin con un horrible silbido.

Una vez muerta la serpiente, la infeliz ama se puso a buscar el rastro de su ahijado; a poca distancia encontró la hierba enrojecida de la sangre y, más allá, los huesos mondos del niñito. La desesperada mujer los recogió en su regazo y los entregó a los héroes, quienes procedieron a dar piadosa sepultura al tierno ser de cuya muerte ellos habían sido los involuntarios causantes. Luego le tributaron solemnes juegos funerarios con participación de todo el ejército y en su honor instituyeron los sagrados juegos nemeos, así como su culto como semidiós, bajo el nombre de Arquémoro, es decir, el muerto prematuramente.

No escapó Hipsípile a la cólera que experimentó la madre del niño, Eurídice, esposa de Licurgo, por causa de la muerte de su hijo. Fue por su orden arrojada a una horrible mazmorra en espera de los espantosos martirios que se le reservaban. Pero quiso la suerte que los abandonados hijos mayores de la desven­turada, habiendo seguido las huellas de su madre, entraran en Nemea a poco de aquel suceso y la libertaran.

El sitio de Tebas

—¡Ahí tenéis un presagio de cómo terminará la guerra! ? dijo lúgubremente el adivino Anfiarao al descubrirse la osamenta del niño Ofeltes.

Pero los demás, dando mayor importancia al vencimiento de la serpiente, tuvieron aquella victoria por feliz augurio. Y como el ejército acababa de salir de un grave apuro, todo el mundo estaba de buen humor; nadie prestó oídos a la sombría queja del profeta de la desgracia, y el ejército reanudó alegremente la marcha. Pocos días más tarde las huestes de los argivos se halla­ban ante las murallas de Tebas.

En la ciudad, Etéocles y su tío Creonte habían tomado todas las medidas con vistas a una tenaz defensa; el primero dirigióse a los ciudadanos reunidos:

—Pensad ahora, compatriotas, en lo que debéis a vuestra ciudad natal, que os ha criado en su amoroso seno y ha hecho de vosotros guerreros valerosos. Todos, desde el mozo que no ha llegado todavía a la edad viril, hasta el hombre cuyos rizos blanquean ya, debéis defenderla, defender los altares de sus dioses patrios, a vuestros padres, mujeres y niños, y la libertad de vuestro suelo. Los augures me comunican que esta noche el ejército argivo se concentrará y efectuará un ataque contra la ciudad. Así, hombres, ¡corred a las almenas, a las puertas! ¡Salid con todas las armas! ¡Ocupad las trincheras, guarneced las torres con vuestros proyectiles, guardad cuidadosamente todas las salidas y no os asustéis ante el número de los enemigos! Mis espías se deslizan al exterior y estoy seguro de que me traerán informes exactos. Obraré según ellos sean.

Mientras Etéocles arengaba así a sus caballeros, en la almena más alta del palacio estaba la doncella Antígona con un viejo escudero de su abuelo Layo. Después de la muerte de su padre había permanecido poco tiempo bajo la amorosa protección del rey Teseo de Atenas, y regresó a su patria con su hermana Ismene. Una imprecisa esperanza de poder ser útil a su hermano Polinices, así como el amor a su ciudad natal, habiánla impulsado a ello. No podía aprobar el sitio a que la sometía su hermano y deseaba compartir su suerte. El príncipe Creonte y Etéo­cles la habían acogido con los brazos abiertos, pues consideraban a la doncella como un voluntario rehén y una valiosa mediadora. Ahora, habiendo subido la escalera de cedro del palacio, estaba en la amplia plataforma desde donde el viejo guerrero le explicaba la posición del enemigo. El poderoso ejército adversario se hallaba acampado en torno de la ciudad, en los campos y a lo largo de la orilla del Ismeno, así como en los alrededores de la fuente de Dirce, de remotísima fama. Acababa de po­nerse en movimiento y los batallones se separaban unos de otros. Todo el campo refulgía del brillo de las armas, como mar ondeante. Masa; de infantería y caballería se desplazaban con es­trépito frente a las puertas de la ciudad sitiada.

Ante aquel espectáculo la doncella se asustó; pero el anciano trató de tranquilizarla:

—Nuestras murallas son altas y sólidas —le dijo—; las puer­tas, de roble, tienen fuertes cerrojos de hierro. Por dentro la ciudad está segura, y repleta de valerosos soldados que no rehui­rán el combate.

Luego, cortestando a las preguntas de la muchacha sobre los jefes principales, se puso a enumerarlos:

—Aquél, de reluciente yelmo, que agita con tanta facilidad el brillante escudo de bronce y precede a un batallón, es el príncipe Hipomedonte, que mora en los alrededores de las aguas de Lerna, en Miccnas; su estatura es enorme, como la de un gigante brotado de la tierra. Más hacia la derecha, junto a la fuente de Dirce, hay una que viste exótico traje, como un semibárbaro; es Tideo, el cuñado de tu hermano, hijo de Eneo. Él y sus etolios son escuderos y excelentes lanceros; lo conozco por su escudo de armas, pues me enviaron al campo enemigo en calidad de parlamentario.

—¿Y quién es —siguió inquiriendo la doncella— aquel héroe de porte juvenil y cabello grisáceo que, con salvaje mirada, pasa en este momento frente a la sepultura, seguido lentamente de una tropa magníficamente pertrechada?

—Es Partenopeo —explicóle el viejo—, el hijo de Atalanta, amiga de Ártemis. Pero ¿ves allí aquellos dos héroes, junto a la tumba de las hijas de Níobe? El mayor es Adrasto, el caudillo de todo el ejército; y el menor, ¿no le conoces?

—Sólo veo el pecho y el contorno de su cuerpo ?repuso An­tígona con dolorosa emoción?, y sin embargo, lo reconozco: ¡es mi hermano Polinices! ¡ Ah, si me fuera dado volar con las nubes, estar a su lado y rodear con mi brazo el cuello de mi querido exilado! ¡Cómo fulgura su áurea armadura, cual ma­tinal rayo de sol! Pero ¿quién es aquel otro que, guiando los corceles con mano firme, conduce un carro blanco y agita el látigo con tanta calma y prudencia?

—Aquél es —dijo el anciano— el vidente Anfiarao, señora mía.

—Pero ¿no reparas en aquel que, pegado a las murallas, las recorre de arriba abajo midiéndolas y señalando cuidadosamente los lugares donde los baluartes parecen más vulnerables al asalto?

—Es el insolente Capaneo, que tan terriblemente se mofa de nuestra ciudad y que pretende llevaros, a vosotras, tiernas doncellas, cautivas a las aguas de Lerna.

Antígona palideció y pidió volverse, y el viejo, tendiéndole la mano, la acompañó abajo, al aposento de las muchachas.

Meneceo

Mientras tanto, Creonte y Etéocles celebraban consejo de gue­rra y, poniendo en práctica los acuerdos adoptados, nombraban un jefe para cada una de las puertas de Tebas, con un nú­mero de hombres igual al del enemigo. No obstante, querían, antes de que la lucha empezase, estudiar los presagios que sobre ella pudiesen deducirse de la observación de las aves. He aquí que vivía entre los tebanos, según se dijo ya al narrar la leyenda de Edipo, el adivino Tiresias, hijo de Everes y de la ninfa Caricio. Siendo joven, había sorprendido un día a la diosa Atenea en casa de su madre y visto lo que no tenía que ver; por eso la diosa le había castigado con la ceguera. Su madre Cariclo había suplicado a su amiga que le devolviese la vista, pero ya no estaba en poder de Atenea el hacerlo; sin embargo, compadecida de él, en compensación agudizó su oído de tal manera que entendió desde entonces las voces de las aves, y así se convirtió en el augur de la ciudad.

Creonte envió a su joven hijo Meneceo a aquel ilustre adivino para conducirlo a palacio, y el anciano, acompañado de su hija Manto y guiado por el mancebo, dirigióse con paso vacilante a la real mansión y se presentó ante Creonte. Éste le instó a que revelase lo que el vuelo de las aves le permitía augurar acerca del destino de la ciudad. Tiresias permaneció largo rato silencioso, hasta que finalmente pronunció estas tristes palabras:

—Los hijos de Edipo han cometido un grave pecado contra su padre; ellos aportan a la tierra de Tebas amarga aflicción. Argivos y cadmeos se inmolarán mutuamente, los hijos del uno caerán a manos de los del otro. Sólo un medio de salvación veo para la ciudad, pero aun para el vencedor es demasiado amargo para que mi boca lo publique. ¡Adiós!

Y se disponía a retirarse, pero desistió ante las insistentes súplicas de Creonte.

—¿Te empeñas en oirlo? ?dijo en tono severo?. ¡pues sea! Pero antes dime: ¿dónde está tu hijo Meneceo, el que me acompañó?

—Está a tu lado —respondió Creonte.

—En este caso, que huya lo más lejos que pueda de mi oráculo ?dijo el viejo.

—¿Y por qué? —preguntó Creonte—; Meneceo es el hijo de su padre; sabe callar cuaido debe hacerlo, y se alegrará de conocer el medio que pueda salvarnos.

—Sabed, pues, lo que ne han dicho las aves —dijo Tiresias—. La salvación vendrá, pero por duro camino. El más joven de la raza engendrada por los cientes del dragón caerá; sólo con esta condición será vuestra la victoria.

¡Ay de mí! ?exclanó Creonte?, ¿qué significan tus palabras, anciano?

¡Que el último de los nietos de Cadmo ha de morir, si la ciudad ha de salvarse!

—¿Exiges, pues, la nuerte de mi hijo amado, de mi hijo Meneceo? —repitió el prncipe, indignado—. ¡Aléjate de aquí! ¡No necesito de tus profecías!

—¿Acaso la verdad dejará de serlo porque te trae miserias? —preguntó gravemente Tresias.

Entonces Creonte se irrojó a sus pies y, abrazándole las rodillas, suplicó al ciego vidente, por sus cabellos blancos, que retirase aquel fallo; pero el anciano permaneció inexorable:

—La sentencia es inapelable —dijo—; en sacrificio expiatorio debe derramar su sangre en la fuente de Dirce, donde un día fuera enterrado el dragón; entonces la Tierra se tornará vuestra amiga, pues habrá recibido sangre humana y afín a la suya, a cambio de la que envió a Cadmo sacada de los dientes del dra­gón. Si este adolescente se inmola por su ciudad, será su salvador en la muerte, y Adrasto y su ejército tendrán un triste retorno a su patria. Ahora, Creonte, elige entre las dos suertes.

Así habló el adivino, y se alejó guiado por la mano de su hija. Creonte había quedado sumido en el silencia, hasta que finalmente exclamó con angustia:

¡Con qué gusto moriría yo por mi patria! Pero ¿es fuerza que te sacrifique a ti, hijo mío? Huye, hijo, huye tan veloz como los pies puedan llevarte, de este maldito país, demasiado perverso para tu inocencia. ¡Ve al santuario de Dodona pasando por Delfos, Etolia y Tesprotia, y una vez allí ponte bajo la protección del oráculo!

¡Sí! ?respondió Meneceo con brillante mirada?. ¡Provéeme de todo lo necesario para el viaje, padre, y créeme, no erraré el camino!

Una vez Creonte se hubo tranquilizado al oir la decisión del muchacho, y corrido de nuevo a su puesto, el mozo, en cuanto estuvo solo, echándose al suelo, dirigió con gran fervor este ruego a los dioses:

¡Perdonadme, celestiales, si he mentido al librar a mi padre de su indigno temor con falsas palabras! Cierto que es perdonable su miedo, pues es um viejo; pero yo, ¡qué cobarde sería si traicionase a la patria a la que debo la vida! Oíd, pues, mi juramento, ¡oh dioses!, y acogedlo piadosamente. Voy a salvar a mi patria con mi muerte. La huida sería un deshonor. Subiré a la cornisa de las murallas y, arrojándome en el abismo pro­fundo y tenebroso del dragón, según dijo el profeta, redimiré a mi tierra.

Incorporándose alegremente, el mozo corrió a la almena e hizo lo que había ofrecido. Situándose sobre el punto más elevado de la muralla, paseó la mirada por encima del enemigo en orden de batalla y le envió una breve y solemne maldición; después, sacando una daga que llevaba oculta entre las ropas, se atravesó el cuello de una estocada y, precipitándose de las alturas, fue a estrellarse contra la margen de la fuente de Dirce.

El asalto a la ciudad

El oráculo se había cumplido; Creonte dominó su dolor, y Etéocles dio a los siete responsables de las puertas otras tantas huestes y, donde éstas faltaran, las sustituyó con varias hileras de tropas de caballería, además de infantería ligera situada de­trás de los guerreros armados de escudos, con objeto de proteger debidamente las murallas en los puntos más expuestos a ser atacados. También el ejército argivo se puso en movimiento y empezó el asalto a los muros. Eleváronse los cantos de guerra y sonaron las trompetas, así de las huestes enemigas como de lo alto de las murallas tebanas. Primero Partenopeo, hijo de la cazadora Atalanta, hizo avanzar su tropa apretada, escudo contra escudo, hacia una de las puertas. Representaban sus blasones a su madre derribando de un certero flechazo un jabalí de Etolia. Contra otra puerta se dirigía el sacerdote adivino Anfiarao llevando en su carro animales propiciatorios; pertrechado sencillamente, no llevaba escudo de armas ni otro distintivo particular. La tercera puerta era el blanco de Hipomedonte, en cuyo escudo campeaba el Argos de cien ojos guardando a ío transformada en becerra por Hera. Tideo conducía a los suyos a la cuarta puerta; era su emblema una hirsuta piel de león y con la diestra agitaba con gesto salvaje una encendida antorcha. El desterrado rey Polinices mandaba el asalto contra la quinta puerta; su es­cudo exhibía un tiro de corceles encabritados y furiosos. Avan­zaba hacia la sexta con sus guerreros Capaneo, que se jactaba de rivalizar en la lucha con el dios Ares; el dorso de su escudo representaba un gigante llevando a cuestas una ciudad arrancada del suelo; tal era la suerte que tenían destinada para Tebas. Finalmente, a la séptima y última puerta iba Adraste el rey de los argivos, en cuyo escudo podían verse representadas cien serpientes con niños tebanos en las fauces.

Cuando todos estuvieron lo bastante cerca de las puertas, inicióse la batalla, primero con hondas, despuéscon arcos y jabalinas. La primera embestida fue rechazada victiriosamente por los tebanos, que obligaron a las huestes argivasa retirarse. En­tonces Tideo y Polinices, tomando una decisión rápida, gritaron:

—Hermanos, ¿por qué no os lanzáis al asalto, antes de que los proyectiles os derriben, de una de las puetas, todos a la una, infantes, jinetes y carros?

Esta llamada, propagándose rápidamente ente el ejército, revivió el valor de los argivos. Todos se animann y el ataque volvió a comenzar con vigor creciente, pero sin nejor resultado que la vez primera. Con las cabezas ensangrenadas caían los atacantes a los pies de los defensores y filas eneras exhalaban su último suspiro bajo las murallas, convirtieido en ríos de sangre la tierra seca que circundaba la ciudad.

Entonces el arcadio Partenopeo se lanzó come un ciclón contra su puerta, pidiendo fuego y hachas para derribarla. Un héroe tebano, Periclímeno, que tenía su puesto a escasa distancia sobre la muralla, observaba sus esfuerzos y, en el memento preciso, arrancando del muro un trozo de parapeto de piedra tan enorme que habría constituido la carga de un carro, lo írrojó contra el asaltante con tanta precisión que le aplastó la rubia y ensortijada cabellera y los huesos del cráneo, y lo precipitó al suelo mal herido. Tan pronto como Etéocles vio segura aquella puerta corrió a las demás. En la cuarta se encontró con Tideo, furioso como un dragón bajo los ardores del sol; sacudía la cabeza, cubierta por el empenachado yelmo, y el escudo, que mantenía enhiesto, resonaba de los cascabeles que rodeaban su borde. Él blandía con la diestra la lanza contra el muro y le rodeaba un tropel de escuderos que disparaban una granizada de flechas a lo alto del castillo, obligando a los tebanos a retirarse del para­peto. En aquel momento presentóse Etéocles y, reuniendo a los guerreros como el cazador reúne a los perros dispersos, volvió a conducirlos a las almenas. Luego acudió presuroso a las otras puertas. Topóse también con el embravecido Capaneo, que llevaba al muro una alta escalera de asalto y, jactándose, gritaba que ni el rayo del rey de los dioses le impediría destruir los cimientos de la ciudad conquistada. Con estas retadoras palabras aplicó la escalera contra el muro y comenzó a tirepar por eÜa, protegiéndose con el escudo de una lluvia de piedras. Pero el cas­tigo de su insolencia no estaba reservado a los tebanos; el propio Zeus lo tomó en su mano, enviándole un rayo en el momento en que saltaba ya el reborde de la muralla. Fue el gollpe tan terrible que hizo retumbar la tierra; sus miembros, arrancados, volaron a gran distancia de la escalera; el cabello, inflaimado, se proyectaba hacia el Cielo, y la sangre fluía por el suielo; manos y pies giraban como una rueda, y finalmente el tronco se precipitó al suelo, ardiendo.

Por aquel signo comprendió el rey Adrasto que el padre de los dioses no veía su empresa con buenos ojos, por lo que retiró sus tropas de los fosos de la ciudad y se replegó con ellas. En cambio, los tebanos, saliendo de la villa a pie o en carros, al darse cuenta de aquel signo propicio que Zeus les enviaba, se lanzaron contra las huestes argivas. Carros chocaban contra carros y los cadáveres se amontonaban. La victoria fue de los tebanos, quienes no regresaron al refugio de sus murallas hasta haber rechazado un buen espacio al enemigo.

Duelo de los dos hermanos

De esta manera terminó el asalto a la ciudad de Tebas. Vuel­tos a ella Creonte y Etéocles con sus tropas, el ejército de los derrotados argivos se reagrupó y muy pronto estuvo otra vez en condiciones de avanzar nuevamente hacia la plaza sitiada. Al observarlos los tebanos, el rey Etéocles adoptó una grave re­solución, pues la esperanza de resistir una segunda acometida había disminuido considerablemente a causa de haber quedado sus fuerzas muy debilitadas por el primer ataque. Envió, pues, a su heraldo extramuros al ejército adversario, de nuevo acampado en las inmediaciones, al borde mismo de los fosos circundantes, en petición de un armisticio. Después, subiéndose en la cima más alta de la fortaleza, dirigiéndose en alta voz así a sus huestes propias, formadas en el interior de la villa, como a las argivas, que la rodeaban, dijo:

—¡Dáñaos y argivos, cuantos habéis acudido aquí, y vosotros, ciudadanos de Tebas, no sacrifiquéis con tanto ligereza vuestras vidas en las trincheras, los unos por Polinices, los otros por mí, su hermano! Dejad, será mejor, que yo solo acepte el riesgo de esta lucha y me enfrente con mi hermano en combate singular. Si lo mato, quedo yo único señor de la casa; si muero por su mano, sea el cetro para él, ¡y vosotros, argivos, deponed las armas y volveos a vuestra patria, en lugar de desangraros inútilmente ante estos muros!

De las filas de los argivos salió entonces Polinices y, diri­giéndose al castillo, gritó que aceptaba la proposición de su hermano. De ambos lados todo el mundo estaba cansado de aquella guerra sangrienta que se libraba tan sólo en beneficio de uno de los dos hombres; por eso ambos bandos aplaudieron aquella equitativa idea. Concertóse, pues, un pacto y lo selló el juramento de los jefes, a cuyo efecto los de las dos partes se jun­taron en el campo que se extendía entre los ejércitos. Los hijos de Edipo se armaron entonces de todas sus armas; los nobles tebanos aderezaron al soberano de Tebas, mientras los adalides argivos hacían lo propio con el desterrado Plinices. Así se pre­sentaron ambos cubiertos de acero, fuertes y firme la mirada.

¡Recuerda —gritaron a Polinices sus amigos? que Zeus espera de ti un monumento a la victoria en Argos!

A su vez los tebanos animaban a su príncipe Etéocles:

¡Combates por tu ciudad natal y por el cetro; que este doble pensamiento te dé la victoria!

Antes de que comenzase la fatal pelea, los adivinos de ambos ejércitos procedieron a los sacrificios rituales para deducir, de la forma de las llamas, el resultado de la pugna. El agüero, sin embargo, resultó ambiguo, pues parecía anunciar la victoria o la muerte de ambos contendientes. Terminados los sacrificios y situados los dos hermanos en posición de combate, Polinices, levantando las manos en solicitud suplicante y volviendo la cabeza en dirección a la tierra de los argivos, oró:

¡Hera, señora de Argos, de tu tierra tomé yo mujer, en tu tierra vivo; haz que tu ciudadano venza en esta lucha, haz que se tiñan sus derechos con la sangre del adversario!

Del lado opuesto impetraba Etéocles, vuelto hacia el templo de Atenea en Tebas:

¡Oh hija de Zeus, haz que mi lanza, victoriosa, dé en el blanco, el pecho de quien ha venido a devastar mi patria!

En medio de estas palabras resonaron las trompetas, señal de la sangrienta pelea, y los hermanos se lanzaron con salvaje impulso uno contra otro, atacándose como dos jabalíes que se embisten con los colmillos. Silbaron las lanzas al cruzarse, recha­zadas por los escudos; apuntaron luego los venablos a los res­pectivos rostros, a los ojos, pero los bordes de los escudos, hábilmente manejados, pararon también la embestida. Los pro­pios espectadores sentían destilar el sudor a gruesas gotas de sus cuerpos ante el espectáculo del fiero combate. Al fin Etéocles sufrió una distracción: cuando, al disponerse a atacar de lado, puso el pie derecho sobre una piedra que yacía en su camino, alargó la pierna impremeditadamente por debajo del escudo, y Polinices, acercándosele con la jabalina, le atravesó la tibia de parte a parte. Todo el ejército argivo lanzó un grito de júbilo ante aquel golpe, viendo ya en él la definitiva victoria. Pero al recibir la estocada, el herido, que no había perdido la serenidad ni por un instante, viendo descubierto un hombro del adversario, disparóle su venablo, el cual quedó clavado en la carne, pero de modo que se rompió la punta. Entonces fueron los tebanos quienes dejaron oir un ligero grito de alegría. Etéocles se apartó y, cogiendo una piedramármol, de un golpe quebró en dos la lanza de su enemigo. La lucha volvía a estar igualada, ya que los dos se veían privados de sus armas arrojadizas. Empuñando entonces rápidamente las espadas, aprestáronse al duelo cuerpo a cuerpo; escudo chocó contra escudo y entablóse fragoroso com­bate. Acordóse entonces Etéocles de un ardid que aprendiera en tierras de Tesalia: cambiando de pronto su posición, retrocedió apoyándose sobre el pie izquierdo y cubriéndose cuidadosamente el bajo vientre, y adelantando el pie derecho, hirió a su her­mano, que, no habiendo podido prever el cambio de posición del adversario, no tenía resguardada con el escudo la parte infe­rior del tronco, en pleno vientre, encima de las caderas. Abatido por el dolor, inclinóse Polinices y cayó bañado en torrentes de sangre. Etéocles, seguro ya de la victoria, tiró la espada y abalanzóse sobre el moribundo para despojarle, pero aquel movi­miento iUe su perdición, pues Polinices mantenía firme la espada en la mano y, pese al poco aliento que le restaba, tuvo aún la fuerza suficiente para clavarla en el hígado de Etéocles, inclinado sobre él. Desplomóse éste junto al hermano moribundo y de este modo quedó cumplida en ambos la maldición paterna.

Abriéronse las puertas de Tebas, y las mujeres y los criados se precipitaron al exterior para ir a llorar sobre el cadáver de su soberano, mientras Antígona se arrojaba encima de su hermano polinices para escuchar de sus labios sus postreras palabras. Etéocles se había extinguido antes que su adversario; su pecho exhaló sólo un profundo suspiro y expiró. Pero Polinices respi­raba aún y, volviendo a su hermana los ojos agonizantes, díjole:

—¡Cómo me duele tu suerte, hermana, y también la del hermano muerto, que de amigo se convirtió en mi enemigo! ¡Sólo ahora, al morir, me doy cuenta de lo que le quise! Pero tú, hermana mía, entiérrame en mi patria y reconcilíame con mi enojada ciudad natal; ya que me privó de la soberanía, siquiera me conceda esta gracia. Ciérrame también los ojos con tu mano, pues ya la noche de la muerte extiende sus sombras sobre mí.

Así murió él, también en brazos de su hermana. Pero entonces surgió otra vez la discordia entre ambos bandos. Los tebanos atribuían la victoria a su señor Etéocles, los contrarios sostenían que era de Polinices. La misma disensión existía entre los jefes y los amigos de los caídos. «¡Polinices dio la primera lan­zada!», decíase aquí. «¡Pero fue el primero en caer!», oíase del lado opuesto. Estas disputas llevaron a empuñar de nuevo las armas. Por fortuna las filas de los tebanos se habían organizado y pertrechado mientras duró el duelo; en cambio, los argivos ha­bían depuesto las armas y, seguros de la victoria, se habían limi­tado a contemplar el combate sin otra preocupación. Así, los tebanos se lanzaron contra los argivos antes de que éstos tuvieran tiempo de apercibirse. No encontraron resistencia; los inermes adversarios llenaban la llanura en fuga desordenada, y la sangre fluía a torrentes, pues los venablos derribaban a centenares de los fugitivos.

En el curso de aquella fuga de los argivos ocurrió que el héroe tebano Periclímeno persiguió hasta la orilla del río Ismeno al adivino Anfiarao. Llegado allí, el agua detuvo al fugitivo, con su caballo y el carro, y el tebano venía pisándole los talones. Desesperado, el augur ordenó a su auriga que lanzase los corceles al río y tratara de salvar el profundo vado, pero antes de entrar en el lecho, su eneaigo había alcanzado la orilla y su lanza le apuntaba al cuello, intonces Zeus, no permitiendo que su vate sucumbiese en una fuga deshonrosa, envió un rayo que abrió el suelo en una nega caverna y que tragó los caballos, que trataban de escapar, junto con el carro, el profeta y sus compañeros.

Pronto quedaron limpios de enemigos los alrededores de Tebas. También habían caído el osado héroe Hipomedonte y el poderoso Tideo. De todas partes traían los tebanos escudos arrebatados a los fugitivos injertos y otros trofeos, entrándolos triunfantes a la ciudad.

La resolución de Creonte

Se pasó luego a dar sepultura a los muertos. Desaparecidos los dos hermanos, la dignidad real de Tebas fue asumida por su tío Creonte, el cual hubo de tomar las disposiciones necesarias para el entierro de sus dos sobrinos. Inmediatamente ordenó que se tributasen honores reales y se inhumase con la máxima pompa y solemnidad a Etéocles, caído defendiendo la ciudad, y todos los habitantes asisitieron a a fúnebre ceremonia, mientras el cuerpo de Polinices quedaba insepulto y privado de toda clase de honores. Entonces Creonte mandó pregonar por toda la capital que el enemigo de la patria, /enido con el propósito de destruir la ciudad por el fuego, saciarse en la sangre de los suyos, expul­sar a los propios dioses locales y reducir a la esclavitud a los sobrevivientes, este enemigo no debía ser llorado ni enterrado, sino que su cadáver maldito se abandonaría para que fuese pasto de las aves y los perros. Al propio tiempo ordenó a los ciudadanos que vigilasen el cumplimiento de aquel mandato dictado por el soberano; además, colocó vigilantes junto al cadáver, con la misión de que nadie tratase de robarlo o enterrarlo. El castigo de quien lo hiciera sería inexorablemente la muerte: se le lapi­daría en plena ciudad.

Antígona, la piadosa hermana, había oído también la terrible sentencia; pero la muchacha no había olvidado la promesa hecha al moribundo. Con el corazón oprimido se dirigió a Ismene, su hermana menor, y trató de persuadirle a que entre las dos se aventurasen a intentar sustraer el cadáver de Polinices a sus enemigos. Pero Ismene era una muchacha débil, incapaz de aquella heroicidad.

—Hermana —le díjo llorando?, ¿has olvidado el triste fin de nuestro padre y nuestra madre, se ha borrado de tu memoria la prematura muerte de nuestros hermanos, que quieres ahora atraer sobre nosotras, las únicas que quedamos, una muerte igualmente trágica?

Antígona se alejó con frialdad de su timorata hermana:

?No quiero que me ayudes ?le díjo?; yo sola voy a dar sepultura a nuestro hermano. Cuando lo haya hecho moriré gustosa y reposaré al lado de quien tanto quise en vida.

Poco más tarde uno de los guardianes, abatido y con vacilante paso, se presentaba al rey Creonte:

—El cadáver que nos ordenaste vigilar, ha sido enterrado ?dijo al Monarca?, y el autor, desconocido, ha escapado. No sabemos tampoco cómo ha ocurrido el hecho; cuando el primer vigilante del día nos lo mostró, ninguno de nosotros pudo explicárselo. Sólo una tenue capa de volvo cubría el muerto; única­mente lo preciso para que un entierro sea válido ante los dioses del Averno. No había señales ni de un golpe de pico ni de una paleta, ni huellas de carro en el suelo. Los guardianes comenzamos a discutir sobre el caso, cada uno culpaba al otro y al fin pasamos a las manos. Luego nos pusimos de acuerdo sobre la conveniencia de comunicarte el hecho en seguida, ¡oh Rey!, y a mí me cupo en suerte la desagradable embajada.

A esta noticia Creonte montó en ira, y amenazó a todos los guardianes con mandar ahorcarlos si no le entregaban inmediatamente a los autores. Por orden suya los vigilantes hubieron de quitar toda la tierra que cubría el cadáver y seguir montando la guardia a su lado. Y así se estuvieron desde la madru­gada hasta mediodía, bajo un sol ardoroso; pero de pronto se produjo una tormenta, con remolinos de polvo. Los guardianes estaban aún suspensos acerca de aquel signo inesperado, cuando vieron acercarse una doncella quejándose dolorosamente, como el ave que ha encontrado el nido vacío. Llevaba en la mano una vasija de bronce y, aproximándose con cautela al cadáver ?pues los guardianes estaban sentados a considerable distancia, en una colina, para sustraerse al hedor de aquel cuerpo que llevaba ya mucho tiempo insepulto?, derramó sobre él una triple libación. Los vigilantes no titubearon ya y, acudiendo a toda prisa, apresaron y condujeron ante el airado Monarca a la muchacha cogida en flagrante.

Antígona y Creonte

Creonte reconoció en la infractora a su sobrina Antígona.

—Insensata ?exclamó, increpándola?, ya que bajas la frente al suelo, ¿confiesas o niegas esta acción?

—La confieso ?replicó la doncella, irguiendo la cabeza.

—¿Conocías ?siguió preguntando el Rey? la ley que sin recato violaste?

—La conocía ?replicó Antígona con voz firme y tranquila?, pero esta ley no proviene de ninguno de los dioses inmortales. También conozco otras, que no son de ayer ni de hoy, que tienen valor eterno y de las cuales naie sabe la procedencia. Ningún mortal puede infringirlas sin ataer sobre sí la cólera de los dioses y es una ley de esta clase la ue me ha ordenado que no dejase insepulto al hijo muerto de ai madre. Si este proceder te parece insensato, quizá sea un ko el que me acusa de locura.

—¿Piensas ?dijo Creonte, más exaaerado aún por la réplica de la muchacha? que tu terquedad no puede doblegarse? Hasta el acero más duro se rompe alguna vez Quien está en poder de otro no debe obstinarse.

A lo cual contestó Antígona:

—No puedes hacerme mayor mal qit quitarme la vida. ¿Para qué demorarlo? Mi nombre no cobrar; vilipendio por el hecho de mi muerte. Sé también que es sólo ;1 miedo lo que cierra la boca a todos tus subditos y que, en el fondo de sus corazones, todos aprueban mi acción, pues amar al hermano es el primer deber de la hermana.

—¡Vete, pues, al Hades ?gritó el Fey, cada vez más exasperado?, y si has de amar a alguien, ama a los muertos!

Y ya se disponía a ordenar a los criados que se la llevasen cuando Ismene, que había oído cuál iba a ser la suerte de su hermana, se precipitó en la cámara. Lubiérase dicho que nada quedaba ya en ella de su femenina debilidad y de su temor a los hombres, Animosa, presentóse ante el cruel tío y, declarando que conocía los proyectos de Antígona, pidió que se la enviase a la muerte con ella. Al propio tiempo recordó el Rey que Antígona no era solamente la hija de su hermana, sino también la novia prometida de su único hijo Hemón, por lo que al ejecutarla inmolaría al propio tiempo a la esposa de su hijo. En vez de contestar. Creonte mandó que se las llevasen a las dos, y los esbirros las condujeron presas al interior del palacio.

Hemón y Antígona

Cuando Creonte vio acudir precipitadamente a su hijo, no pensó otra cosa sino que la sentencia recaída contra su novia habría sublevado a aquél contra su padre. Sin embargo, Hemón respondió a sus recelosas preguntas con palabras llenas de filial respeto, y sólo cuando el mozo hubo percuadido de su leal apego a su progenitor, se atrevió a abogar por su prometida.

—Tú no sabes, padre ?le dijo?, lo que habla el pueblo, lo que encuentra censurable. Tu mirada asusta a todos los ciudadanos y les impide decir cualquier cos¡a que haya de ser ingrata a tu oído; a mí, en cambio, me resullta posible oirlo todo desde la penumbra. Así permíteme que Ite diga que la ciudad en­tera se compadece de esa muchacha, cuya acción es de todos ensalzada como merecedora de eternaa fama; que nadie piensa que ella, la hermana piadosa, haya merecido la muerte en pago de haber impedido que su hermano fuera pasto de aves y perros. Por lo tanto, padre querido, cede a la voz del pueblo; haz como aquellos árboles que, plantados al borde del torrente impetuoso, no se oponen a su paso, sino que, cediendo a la fuerza del agua, se mantienen incólumes, mientras aquellos otros que se empeñan en resistirse a ella, son arrancados de raíz por las olas.

—¿Quiere el rapaz darme lecciones? ?exclamó Creonte en tono despectivo?. ¡Diríase que se hace campeón de la mujer!

—¡Sí, si es que tú eres una mujer ?replicó el joven rápida y vivamente?, pues sólo por tu bien he dicho todo eso!

—Bien veo ?dijo el padre, indignado? que tu ciego amor por la culpable te ofusca los sentidos; pero, viva, no la vas a poseer. Pues sábelo: su cuerpo será sepultado en vida en una fosa cerrada, lejos, donde jamás resuenen las pisadas de los hom­bres. Se le suministrará muy pocos alimentos; sólo los necesarios para preservar a la ciudad de la censura de una ejecución inmediata. Que pida al dios del Hades, el único al que honra, que venga a liberarla; demasiado tarde se dará cuenta de que es más prudente obedecer a los vivos que a los muertos.

Dichas estas palabras, Creonte se alejó irritado de su hijo, y pronto se efectuaron todos los preparativos para cumplir la horrible sentencia del tirano. Antígona fue conducida públicamente a la abovedada tumba que la esperaba, a la cual entró ella, impávida, invocando a los dioses y a las personas amadas con quienes iba a reunirse.

El cadáver del caído Polinices seguía pudriéndose en el lugar donde había sido abandonado, y aves y perros nutríanse de él, ofreciendo a la ciudad un bochornoso espectáculo al llevar los restos de un lado para otro. Entonces se presentó ante el rey Creonte el anciano vidente Tiresias, como lo hiciera antaño ante Edipo, y le anunció la proximidad de una desgracia, anunciada por el vuelo de las aves y el examen de los animales sacrificados. Había percibido un graznar de mal agüero emitido por los cuervos sacios, y en el altar la víctima propiciatoria se había quemado entre un denso humo en lugar de arder con clara llama.

—Es evidente que los dioses están irritados ?dijo, terminando su relato? por el mal trato dado al hijo del Rey. No seas, pues, obstinado, Monarca; cede ante el muerto; no exhibas cuerpos insepultos. ¿Qué gloria hay en volver a matar a un muerto? Desiste; te lo aconsejo por el bien que te quiero.

Pero Creonte, como antaño Edipo, despidió al adivino con ofensivas palabras, tratándolo de codicioso y de embustero, al oir lo cual el profeta, bullendo de indignación, descorrió sin piedad ante los ojos del Rey el velo que le ocultaba el porvenir.

—Sabe —le dijo— que no se pondrá el sol antes de que con tu propia sangre hayas pagado dos cadáveres con uno. Cometes un doble crimen al retener a un muerto que pertenece al

Hades y a una viva que es del mundo de a luz. ¡Llévame de aquí sin tardar, muchacho! Abandonemos a ese hombre a su desgracia.

Y, cogiendo la mano de su lazarillo se alejó apoyado en el báculo.

El castigo de Creonte

Con un estremecimiento vio el Rey marcharse al irritado profeta. Convocando a los más ancianos de la ciudad, preguntóles qué procedía hacer.

—Saca a la doncella de la caverna y da sepultura al cuerpo abandonado del joven? fue el unánime consejo.

Muy difícil se le hacía ceder al inflexible Monarca. Pero su ánimo vacilaba. Por fin, angustiado, se anino a adoptar la única salida capaz de evitar la ruina de su casa que le anunciara el adivino. Él mismo, con los criados y su séquito, se personó primero en el campo donde yacía el cuerpe de Polinices y después en la tumba donde se hallaba encerraca Antígona, quedando sola en palacio su esposa Eurídice. Ésta no tardó en oir en la calle fuertes quejas y gemidos, y cuando, impelida por un griterío cada vez mayor, saliendo de sus aposentos, llegó al vestíbulo del palacio, acercósele un mensajero que había guiado a su es­poso al alto descampado donde el cuerpo de su sobrino, lastimosamente despedazado, seguía aún insepulto.

—Rogamos a los dioses del Hades ?contóle el emisario?, bañamos al muerto en agua sagrada y después quemamos los restos de su deplorable cadáver. Cuando ya le hubimos levantado un tumulto con tierra patria, nos dirigimos a la bóveda de piedra donde descendiera la doncella para terminar allí su vida, víctima del hambre. Pero un criado que se había adelantado, oyó ya de lejos unas sonoras y lastimeras voces que llegaban de la puerta del horrible recinto sepulcral y retrocedió para ir a comunicarlo a su amo. También el oído de éste había captado las sombrías lamentaciones y reconocido en ellas la voz del hijo. Los criados corrimos, obedeciendo sus órdenes, a mirar por entre las grietas de las rocas. En lo más hondo de la cueva vimos a la doncella colgando del lazo de su velo, ya muerta, y delante de ella, abrazado a su cuerpo, a tu hijo Hemón, que, con horribles exclamaciones, lloraba a su robada novia y maldecía la maldad de su padre. Entretanto había llegado éste al borde de la caverna y, gimiendo lúgubremente, penetró por la abierta puerta. «Hijo desdichado ?exclamó?, ¿qué has hecho? ¿Qiué amenaza se encierra en tu mirada extraviada? ¡Ven a tu padre! ¡Sal, te lo suplico de rodillas!». Pero el muchacho, clavando en> él una mirada de desesperación, sin responder sacó del cinto siu espada de doble filo. El padre entonces precipitóse al exterior de; la bóveda, esquivando el golpe, y el desventurado Hemón, inclimándose sobre el acero, se lo hundió en el costado. Al caer, su brazo sujetaba aún fuertemente el cuerpo de su desposada, y ahora yace allí abrazado a ella, muerto en la sepultura.

Eurídice escuchó en silencio aquella embajada y retiróse luego sin pronunciar palabra, buena o mala. El Rey regresó desesperado a palacio, deshecho en lamentaciones, seguido de los criados que transportaban el cadáver de su hijo. Pero ya salía a recibirle la noticia de que su esposa yacía inánime en el interior de la mansión, bañada en sangre, atravesado el corazón por una espada.

Inhumación de los héroes argivos

De toda la descendencia de Edipo no quedaba ya, aparte dos hijos de los hermanos caídos, más que Ismene. De ésta nada dice la leyanda, sino que murió soltera y sin hijos, extinguiéndose con ella aquella raza desventurada. De los siete héroes que tomaron parte en la expedición contra Tebas sólo escapó al malhadado asalto y a la última batalla el rey Adrasto, salvado por la alada fuga de su inmortal corcel negro Arión, de divino origen. Llegado felizmente a Atenas, refugióse en calidad de suplicante en el altar de la Piedad y, con un ramo de olivo en la mano, conjuró a los atenienses a que le ayudasen a dar honrosa sepultura a los héroes y ciudadanos caídos ante las puer­tas de Tebas. Los atenienses, accediendo a su ruego, salieron con él a la campaña, al mando de Teseo. y los tebanos se vieron forzados a permitir la inhumación. Adrasto erigió para los cadá­veres de los siete héroes caídos otras tantas gigantescas piras y celebró junto al Asopo unas carreras en honor de Apolo. Al encenderse la pira de Capaneo, su esposa Evadne, hija de Iris, se arrojó a ella y se consumió con el cuerpo de su marido. No pudo encontrarse, para sepultarlo, el cadáver de Anfiarao, que la tierra se había tragado, y al Rey le dolía no poder tributar a su amigo los honores postreros.

—Echo en falta —dijo— al ojo de mi ejército, al hombre que era a la vez el vidente más seguro y el combatiente más valeroso?. Una vez estuvo terminada la solemne ceremonia funeraria, Adrasto levantó frente a Tebas un templo a Némesis o la Venganza y, con sus aliados atenienses, se retiró de aquel país.

Los Epígonos

Diez años después, los hijos de los héroes caídos ante Tebas, llamados Epígonos o descendientes, resolvieron emprender una nueva campaña contra aquella ciudad para vengar la muerte de sus padres. Eran ocho: Alcmeón y Anfíloco, hijos de Anfiarao; Egialeo, hijo de Adrasto; Diomedes, hijo de Tideo; Prómaco, hijo de Partenopeo; Esténelo, hijo de Capaneo; Tersandro, de Polinices, y Euríalo, de Mecisteo. Ascióse también a ellos el viejo Adrasto, el único superviviente ie la expedición de los padres; pero no asumió el mando suprmo, sino que lo cedió a un héroe más joven y vigoroso. Los onfederados consultaron al oráculo de Apolo a quién debían eegir para caudillo, y el dios les indicó a Alcmeón, hijo de Anfiaao. Éste fue, pues, designado general en jefe. Sin embargo, Almeón no estaba seguro de tener derecho a aceptar el cargo ante de haber vengado a su padre; por eso, volviendo al templo del [ios, preguntó al oráculo. Respondióle Apolo que debía realizar imbas cosas.

Hasta entonces su madre Erifile no s.lo había estado en posesión del fatídico collar, sino que tamlién había sabido adue­ñarse del velo, el segundo fatal presente de Afrodita. Tersandro, el hijo de Polinices, que lo poseía por derecho de herencia, se lo había regalado, de igual modo que supadre le regalara en otro tiempo el collar, sobornándola con él pira que convenciese a su hijo Alcmeón a que participara en la campaña contra Tebas.

Atendiendo a la sentencia del oráculo, Alcmeón aceptó el mando supremo, dejando la venganza para el regreso. Traía de Argos no solamente un considerable ejército, sino también muchos belicosos guerreros de las ciudades vecinas que se le habían unido, con lo que avanzaba contra las puertas de Tebas al frente de una imponente fuerza miltar. Renovaron allí los hijos la tenaz lucha que diez años antes libraran los padres; pero aquéllos fueron más felices que éstos, y la victoria se decidió en favor de Alcmeón. En el ardor de la batalla cayó uno de los epígonos, Egialeo, hijo del rey Adrasto, muerto a ma­nos del jefe de los tebanos Laódamas, hijo de Etéocles; pero éste, a su vez, cayó bajo los golpes de Alcmeón, jefe de los epígonos! Ante la pérdida de su general y de numerosos ciudadanos, los tebanos abandonaron el campo de batalla y se refugiaron detrás de sus murallas, pidiendo consejo al ciego Tiresias, el profeta, quién, más que centenario, seguía viviendo en Tebas.

Aconsejóles el anciano, como único medio de salvación, abandonar la ciudad, al mismo tiempo que enviaban a los argivos un parlamentario con proposiciones de paz. Aceptando el dictamen, despacharon a un emisario, y mientras éste entretenía a los adversarios, ellos, cargando a sus niños y mujeres en carros, huyeron de Tebas. En la oscuridad de la noche llegaron a una ciudad de Beocia, llamada Tilfusion. El ciego Tiresias, que figuraba entre los fugitivos, bebió agua fría, de la fuente de Tilfusa, que fluía en las cercanías, y murió. El sabio adivino se distinguió hasta en el Hades. No vagaba allí de um lado para otro aturdido como otras sombras, pues había podidlo guardar su claro sentido y su virtud profética. Su hija Manto no había huido; había permanecido en Tebas, y cayó en poder de los conquistadores cuando ocuparon la abandonada ciudad. Habían éstos formulado un voto: consagrar a Apolo lo mejor del botín que encontrasen en Tebas, y juzgaron que nada podía ser tan agradable al dios como la profetisa Manto, que había heredado de su padre aquel don divino y no en bajo grado. Así los epígonos la condujeron a Delfos y la consagraron al dios como sacerdotisa. Hízose cada vez más perfecta en sabiduría y en el arte de la predicción, y no tardó en ser considerada como la profetisa más famosa de su época. Con frecuencia podía verse junto a ella a un anciano a quien enseñaba magníficas canciones que no tardaron en resonar por toda Grecia: era el meonio Homero.

Alcmeón y el collar

De vuelta de Tebas, Alcmeón pensó en realizar la segunda parte del fallo del oráculo, vengándose de su madre, la cau­sante de la muerte de su padre. Su resentimiento contra ella había crecido de punto al saber, a su regreso, que Enfile había aceptado regalos por traicionarle también a él. Creyendo que no debía seguir teniendo miramientos con ella, acometióla con la espada y la mató. Cogiendo luego el collar y el velo, abandonó la casa paterna, convertida para él en una pesadilla. Pero aun cuando el oráculo le había ordenado que vengase a su padre, no por ello dejaba el matricidio de ser un crimen contra natura que los dioses no podían dejar impune. Así fue desatada una Furia en persecución de Alcmeón, que fue castigado con la locura. En este estado llegó primeramente a Arcadia y se presentó al rey Oicleo. Pero como la Furia no lo dejaba en paz ni un momento, hubo de seguir su vida errante. Por fin encontró un refugio en Psofis, Arcadia, en casa del rey Fegeo. Éste le absolvió y le dio por esposa a su hija
Arsinoe, con la que pasaron a su posesión los fatales presentes: el collar y el velo. Si bien Alcmeón se había curado de la locura, con todo la maldición continuaba pesando sobre su cabeza, y el país de su suegro se vio, por causa de su presencia, atacado de esterilidad. Alcmeón consultó el oráculo, que le despachó con un fallo desconsolador; encontraría la paz cuando llegase a una tierra que no exis­tiera aún en el momento del asesinato de su madre. Pues Erifile. al morir, había maldecido todas las tierras que acogieran al matricida.

Alcmeón, perdida toda esperanza, aandonó a su esposa y a su hijito Clitio y se marchó a vagar pr el ancho mundo. Al cabo de largo tiempo de caminar sin ruibo, encontró finalmente lo que le prometiera el oráculo. Llegadc al río Aqueloo, dio allí con una isla que se había formado recentemente; establecióse en ella y se sintió libre de sus cuitas. Ms la liberación del ana­tema y su recobrada felicidad volviero. su corazón insolente; olvidándose de su primera esposa Arsíne y de su tierno hijo, casó con la hermosa Calírroe, hija de diosrío Aqueloo, que muy pronto le dio dos hijos uno tras oto, Acaman y Anfótero. Como fuera, sin embargo, que por doquer perseguía a Alcmeón la fama de las inapreciables joyas que, según general creencia, tenía en su posesión, también su jovei esposa le pidió muy pronto el collar y el velo. Pero Alcmeón, en su huida, había dejado aquellos tesoros en poder de su primera esposa, y la nue­va nada debía saber de aquel anterior natrimonio; así inventó un lugar lejano donde, según dijo, había dejado guardadas aquellas joyas y se declaró presto a ir en si busca. Volvió, pues, a Psofis y, presentándose a su primer suegro y a su repudiada esposa, disculpóse de su alejamiento, achacándolo a un resto de enajenación mental que le había impelido a marcharse y que aún le perseguía.

—Para verme libre de la maldición y regresar a vuestro lado —dijo el muy falso—, se me ha predicho que hay un solo medio: que lleve el collar y el velo que te regalé al dios de Delfos como ofrenda.

Sus falaces palabras engañaron a Fegeo y su hija, quienes le dieron las joyas, Alcmeón se marchó alegremente con el producto de su robo; no sospechaba que aquellos fatales objetos habrían de ocasionar al fin su ruina. Uno de sus criados, conocedor del secreto, había revelado al rey Fegeo que Alcmeón tenía otra esposa y se llevaba los atavíos para dárselos a ella. Salieron a su alcance los hermanos de la mujer abandonada, le prepararon una emboscada y le dieron muerte cuando avanzaba despreve­nido. Luego se volvieron a restituir a su hermana el collar y el velo, jactándose de la venganza que en su nombre habían tomado; pero Arsinoe, que amaba a Alcmeón a pesar de su infidelidad maldijo a sus hermanos al enterarse de aquella muerte. Los fatídicos regalos iban a producir ahora sus perniciosos efectos en Arsinoe. Los irritados hermanos pensaron que todo castigo sería poco para la ingratitud de la joven, por lo que, prendién­dola, la encerraron en una caja y la llevaron a Tégea, al rey Agapenor, amigo suyo, acusándola falsamiente de haber asesinado a Alcmeón. Y así sucumbió ella de una imuerte miserable.

Entretanto Calírroe había sabido la muerte lamentable de su esposo Alcmeón, y, a la vez que el dolor rmás profundo, agitábale el deseo de una rápida venganza. Con el rostro pegado al suelo, rogó a Zeus que, haciendo un milagro, cconvirtiese de pronto en hombres viriles a sus dos hijitos Acaman y Anfótero, para que pudiesen castigar la inmolación de su padre. Siendo Calírroe inocente, Zeus escuchó su plegaria, y los niños, que se habían acostado en edad infantil, despertaron transformados en hombres barbudos, llenos de vigor y sed de venganza. Partieron, dirigiéndose ante todo a Tégea, donde su llegada coincidió con la de los hijos de Fegeo, Prónoo y Agenor, que conducían los restos de su desgraciada hermana Arsínoe y se disponían a rendir viaje a Delfos para depositar como ofrenda en el templo de Apolo los fatídicos atavíos de Afrodita. Ignoraban a quiénes tenían delante cuando se les presentaron los barbudos jóvenes con el propósito de vengar a su padre, y cayeron muertos antes de que pudiesen enterarse del motivo de la agresión. Los hijos de Alcmeón se justificaron ante Agapenor contándole la verdad de lo sucedido; luego, encaminándose a Psofis, en Arcadia, irrumpieron en el palacio y dieron muerte al rey Fegeo y a su esposa. Perseguidos y salvados, fueron a dar cuenta a su madre de que la venganza había sido cumplida; después se dirigieron a Delfos, siguiendo el consejo de su abuelo Aqueloo, y depositaron el velo y el collar en el templo de Apolo como ofrenda. Realizado este acto, extin­guióse la maldición que pesaba sobre la casa de Anfiarao, y sus nietos Acaman y Anfótero, atrayendo colonos al Epiro, fundaron Acarnania. Clitio, el hijo de Alcmeón y Arsínoe, después del asesinato de su padre había abandonado, horrorizado, a los pa­rientes maternos, y buscó un refugio en Elida.

A lo largo de los siglos, la mitología romana extrae y adapta para sí concepciones religiosas y culturales de los países de la cuenca mediterránea: en primer lugar de Grecia, pero también de Egipto, Frigia o Siria. Pero la mitología romana no posee la riqueza intelectual y poética de la mitología griega, por ejemplo.

Y es que aunque los romanos son un pueblo profundamente religioso, sus dioses son, ante todo, los dioses son útiles y se espera de ellos acción y eficacia. Así encontramos dioses cómo Fontus (o Fons), dios de las fuentes y manantiales, Flora, diosa de los árboles, Pomona, que vela sobre los frutos, o incluso Fides, personificación de la palabra dada.

En el Imperio romano, se adora a dioses como Faunus, un antiguo dios protector de los rebaños y de los pastores, o Terminus, guardián de los límites de los campos. Los dioses más venerados son los protectores de la casa y de la familia, los Lares (espíritus de los antepasados), y los Penates, guardianes del hogar, para los que cada vivienda reserva un sitio. Un gran número de fiestas y de sacrificios son dedicados durante el año a todas estas divinidades.

Los romanos se consideran los humanos más piadosos y es por eso que son ayudados por los dioses. Los romanos también invitan a los dioses de los adversarios vencidos a acudir a Roma para ser honrados correctamente. Así, los dioses de los vencidos dejan a estos últimos, que perderán toda protección, y se pondrán del lado de los romanos, para ayudarle aún más a ellos.

Júpiter se convirtió en el más grande de los dioses del Olimpo: Dios de la luz, Jupiter mantenía la orden entre los dioses y los hombres, e intervenía y juzgaba sus conflictos. Sus decisiones eran justas y equilibradas: No concedía favores a nadie.

Mitología: Dioses romanos.Júpiter era un dios muy poderoso, cuya voluntad fue limitada solamente por las detenciones del destino. Sus atributos ordinarios son el cetro, el águila y el rayo.

Su madre, Rea, se lo confió a la guardia de cabra Amaltea, porque su padre, Saturno, devoraba a los niños. Al hacerse grande, Júpiter destronó a Saturno y compartió el mundo con sus hermanos, Plutón y Neptuno. Júpiter buscó a su hermana gemela Juno en Creta, donde la cortejó, primero sin éxito, aunque finalmente ella sintió lastima de él cuando él adoptó el disfraz de cuco mojado, y se casaron.

Júpiter tuvo muchas aventuras amorosas y fue el padre de numerosos dioses, semidioses, ninfas, héroes y reyes. Júpiter se convirtió en tan insoportable, que otros dioses organizaron una rebelión contra él. Júpiter castigó a Apolo y a Neptuno enviándolos a edificar Troya en la tierra.

Dios de la agricultura y de la cosecha en la religión romana, Saturno era invocado en el momento de las siembras. Sin embargo, este dios corresponde al dios griego griego, Cronos, dios del tiempo.

Saturno es el menor de los hijos de Urano y de Tellus, el Cielo y la Tierra. En virtud del derecho de primogenitura, Titán, el mayor de los niños de Urano, debía suceder a su padre en el trono. Pero Saturno, el más ambicioso de todos, consiguió que su hermano Titán le dejara reinar en su lugar con la condición de que Saturno, hiciera perecer a sus hijos varones, con el fin de dejar Saturno, a su muerte, el trono del Olimpo a los hijos de Titán.

Saturno devora a todos sus hijos recién nacidos de su matrimonio con Ops. Pero Júpiter escapa de su suerte, gracias a una estratagema de Ops. Júpiter, educado en secreto, se venga de su padre y le fuerza a devolverles la vida a sus hermanos y a sus hermanas.

Saturno se refugia con Ops en Italia, en la región del Lacio, donde se hace rey y reinará la conocida como "La edad de oro". Los pueblos de las montañas vecinas se reúnen en Lacio para vivir una vida cómoda, sin injusticia ni deshonor, regulada por una eterna primavera en la que no existen las catástrofes agrícolas. Allí las cosechas son buenas y abundantes.

Saturno se quedó, tras el fin de "la edad de oro", como el dios protector de las siembras, como recuerdo de la eterna primavera. Y es que Júpiter, enfadado por la felicidad de su padre, lo manda a los Infiernos. La primavera eterna es destruida y se crean las cuatro temporadas que conocemos en la actualidad. La injusticia y el crimen nacen en Lacio y la diosa Justicia se convierte en diosa.

Las saturnales, fiesta anual que se celebra cada diciembre, conmemoran "la edad de oro". Esta fiesta es la única manifestación religiosa que los romanos consagran a Saturno. Fiesta de libertad, de felicidad, e incluso de exceso, esta fiesta representa el ideal de vida que simboliza la edad de oro perdida.

Neptuno era el dios del mar, de los buques, de los temblores de tierra y de la navegación. Junto a Júpiter y a Plutón, se repartieron el mundo de su padre, Saturno. Y él recibió las aguas marinas y las dulces. Sus atributos son el tridente (ofrecido por sus hijos los Cíclopes), el caballo que él mismo había domesticado, el toro y el delfín.

Neptuno era muy aguerrido y a menudo, armado con su tridente, recorría su reino sobre un carro tirado por caballos hechos de algas y de espuma, o por delfines. Neptuno era el dios marino: medio humano, medio pez. Él se casó con Anfitrite. Los romanos festejaban Neptuno todos los meses de Febrero.

Minerva es la diosa de la Guerra y del Olivo. Es la hija de Júpiter, el dios de dioses, y de Metis, ninfa de una belleza notable. Júpiter, habiendo fijado en Metis, se la tragó para demostrarle su amor y después de hacerlo, tuvo un terrible dolor de cabeza. Le pidió a Vulcano, el dios del fuego y de los metales, que le golpeara con su hacha para abrirle el cráneo. Y al hacerlo, una mujer salió de su cabeza, perfectamente armada y protegida. Así nació la diosa Minerva.

Minerva es también la diosa del Olivo, a raíz de un pelea entre ella y Neptuno. Los dioses del Olimpo se reunieron para saber quién sería el protector de la futura ciudad de Atenas. El que consiguiera darle el regalo más útil a la ciudad, ganaría. Minerva ofreció un olivo mientras que Neptuno un caballo. El olivo fue considerado más útil porque les permitiría a a los hombres vivir. Entonces ella se convirtió en la protectora de Atenas, que llevó su nombre.

Venus es la diosa del amor, de la belleza, de la fertilidad y es capaz de hacer inmortal a los enamorados. Alrededor de su nacimiento existen unas leyendas contradictorias. Unas dicen que Venus habría nacido de la espuma de los flujos después de la mutilación de Urano a manos de Saturno. Otras teorías dicen que es hija de Júpiter y de Dione.

Otra teoría dice que Venus surge desnuda de la espuma del mar y cabalga sobre una caracola llegando primeramente a la isla de Citerea, pero cuando se percata de que es una isla pequeña , se fue a Peloponeso y, finalmente, se instala a Paphos, isla de Chipre. Las hierbas y las flores crecían bajo sus pasos conforme ella andaba. En Paphos, se encuentra con "las Temporadas", las hijas de Temis, que se apresuraron a vestirla y a engalanarla.

Ella quiso a numerosos dioses y a simples mortales. A pesar de que estuvo casada con Vulcano, lo engañó frecuentemente con Marzo (de esa unión nace Rómulo). Pero un día fue sorprendida por su esposo, que los encarceló a ambos en una red. Avergonzada, Venus dejó por una temporada el Olimpo. Venus fue también la madre de Cupido y de Anteros.

Venus recibió de Paris la famosa manzana de oro y le demostró su reconocimiento al héroe troyano originando entre él y Helena un amor que desgraciadamente fue fatal para Troya. Venus está considerada como la madre del pueblo romano gracias a su hijo.

Juno es una diosa romana, hija de Saturno y de Rea, y hermana de Júpiter. Juno se convirtió en la mujer de este último y tuvo con él a sus hijos Vulcano y Hebe. Marzo también era su hijo, pero ella lo tuvo sola.

Al principio, Juno personifica el ciclo lunar, rige fiestas en relación con los principios del mes y el renacimiento de la luna. Juno es invocada también bajo el nombre de Lucina: en ese caso era la diosa que velaba por los nacimientos, por los que iban a ser dados a luz.

Juno es el símbolo del matrimonio. A veces incluso podemos ver entre sus manos la manzana de granada, emblema de la fecundidad. Muchas veces vemos como Juno monta en cólera y tiene ataques de celos terribles contra las mujeres que cortejaba Júpiter. Los animales que le son consagrados son la vaca y el pavo real.

La diosa Luna, hija de Hiperión y de Teia. Tras conocer que su hermano Helios, al que amaba tiernamente, había sido ahogado en Eridan , se lanzó al vació desde lo alto de su palacio. Pero los dioses, gracias a su piedad fraternal, la colocaron en el cielo, y la convirtieron en un astro. Píndaro la llama "el ojo de noche" y Horacio la llamó "la reina del silencio".

La divinidad sideral más grande después del Sol, era la Luna. Su culto, bajo mil formas diversas, fue difundido entre todos los pueblos. El primer día de la semana, el lunes, está consagrado en su honor.

Hijo de Júpiter y de Leto, Apolo es el hermano gemelo de Diana. Las funciones y los símbolos de este dios son múltiples. Apolo puede presentarse bajo dos aspectos muy diferentes: por un lado encarna el orden racional y una cierta forma de belleza masculina ligada a este orden racional. Pero por otro lado, es también el dios vengador pudiendo llegar a mostrarse cruel y mortífero. En efecto, Apolo puede castigar y enviar enfermedades a los que le hacen daño.

También es el dios de la música y de la poesía, y más particularmente de la armonía musical. A menudo le vemos acompañado de las nueve Musas de las Artes y las Ciencias. A veces vemos al dios Apolo asociado al sol (así como a su hermana a la Luna).

El nacimiento de Apolo fue retrasado por Juno, divinidad del hogar y esposa de Júpiter, que, por celos, impidió a Leto dar nacimiento a sus hijos, amenazando con fuertes represalias a cualquier región que los acogería. Solo Ortigia , uno de las islas más pequeñas de las Cícladas, aceptó albergar a la joven, que pudo dar vida a sus dos gemelos: Apolo y su hermana Diana. Más tarde, Apolo llamó a esta isla Delos.

Baco (Dionisos en la mitología griega) es el dios del vino, de la vida, de la vegetación, del baile y también de los placeres de la vida. Es el hijo de Semele y de Júpiter. Semele murió muy rápido (antes de que Baco naciera) fulminada por Juno, loca de celos, y es Júpiter quien lo guardó en su muslo porque el niño no estaba aún listo para nacer.

Juno quería la muerte de Baco, pero Júpiter lo escondió en los dominios del rey Athamas que lo disfrazó de chica. Luego, Mercurio lo transformó en ciervo y se lo confió a las ninfas. Y es con ellas que Baco creó el vino. Más tarde, cuando fue adulto, Juno lo reconoció y lo volvió loco. Pero Rea, su abuela le devolvió la razón.

Como Baco quería asegurar su descendencia (porque era sólo un semidiós), fue a los infiernos a buscar a su madre. Plutón no se opuso a eso, ya que Baco le dio a cambio su flor preferida, el mirto. Después de este intercambio, Baco llevó a Semele al Olimpo donde estuvo admitida bajo el nombre de Tione y Baco se convirtió en uno de los doce dioses.

Dios del Amor, considerado como el más joven de los dioses y como uno de los dioses fundamentales del mundo, fue el primer dios de la Pasión. A Cupido se le considera como un dios nacido al mismo tiempo que la Tierra y sacado directamente del Caos primitivo. A veces de le presenta como hijo de Afrodita y de Mercurio, como se le presenta como hijo de Iris y de Céfiro.

Cupido era un chico ruidoso, con alas de oro, y que tiraba sus flechas al azar o incendiaba los corazones con su antorcha. Pero bajo el niño aparentemente inocente, se podía vislumbrar a un dios poderoso, que podía, a merced de su fantasía, causar heridas crueles. Por ejemplo, Cupido atacó a Heracles, a Apolo, a Júpiter, a su propia madre y a los hombres. Su madre tenía, incluso, un poco de miedo de él, aunque le trataba con ciertas consideraciones. Cupido tenía como compañero a Anteros, que lo convertía en adulto cuando estaba a su lado, y en niño cuando estaba lejos de él.

Vulcano es el dios del fuego subterráneo, del metal, el dios herrero pero también el dios de la fecundidad. Este dios vive en los volcanes y provoca erupciones volcánicas. Su atributo es el martillo. Hijo de Juno y de Júpiter, algunos piensan que Vulcano era hijo de Junon por partenogénesis.

Nació enfermo y su madre lo abandonó, no reconociéndole como hijo suyo ni como dios y lo echó desde lo alto de Olimpo.

Vulcano cayó al mar dónde dos diosas marinas lo educaron en una cueva submarina donde creó su primera forja. Allí produjo numerosos objetos: el cinturón de Venus, el carro solar de Apolo, el palacio de los dioses, el tridente de Neptuno. Juno, viendo el don que podeís, le hizo volver al Olimpo y le casó con Venus.

Tras un enfrentamiento con Júpiter, Vulcano fue expulsado por segunda vez del Olimpo y al caer se quebró las piernas, quedando tras eso cojo para siempre.

El fuego es un instrumento del demonio: Vulcano fue rechazado por su madre a causa de su fealdad demoníaca. Lo asociamos también con el agua por sus años en la cueva submarina junto a las ninfas. Su fiesta se celebraba en Agosto, o sea, durante los calores ardientes del verano.

“Pax Deorum” significa la paz de los dioses. Con esta traducción ya podemos intuir de qué se trata y en que se basa, pero vamos a intentar explicarlo un poco más, para que a todos nos quede del todo claro.

Incluso en el momento de la fundación de la ciudad por Romulo, se piensa que los dioses han dado su acuerdo a esa decisión y han trasmitido buenos presagios sobre la misma. Este acuerdo no es sólo un apoyo de los dioses, sino que los romanos veían más allá: Este acuerdo significa que los dioses le son favorables a Roma y que, por tanto, los romanos están en paz con los dioses. Esto les asegura protección eterna.

Este favor y este soporte de los dioses son esencial y, por tanto, es importante mantenerlo. Los dioses al estar del lado de Roma, ayudarán constantemente a los romanos. Así, todo acontecimiento desfavorable para la ciudad de Roma, se pensaba que era consecuencia de una ofensa hecha a los dioses y que convenía reparar lo antes posible.

El sacrificio es el rito más importante porque permite mantener el "Pax Deorum" reconociendo la superioridad de los dioses a través de un voto. Es practicado por un magistrado o por un padre de familia para la religión doméstica. El ateísmo no existe. Los ciudadanos no tienen el derecho de devolver culto al dios público sin convocación.

La religión romana es una religión politeísta, emparentada con la religión griega antigua. Estudiando la misma historia de la nación romana, podemos apreciar y entender sus fundamentos: el primer rey, Romulo, se concentra sobre el arte militar y hace de Roma una verdadera potencia. El segundo rey, Numa, ofrece a los Romanos una nueva fuerza: la de luchar por una buena causa, los dioses...

Los romanos creen en un cierto número de potencias divinas: los dioses. La potencia de los dioses inquieta, por lo que los romanos intentan vivir en buena armonía con ellos, reconociendo su superioridad, y rindiéndoles culto a través de los ritos. Podríamos decir que la religión es un acto la "diplomático" con los dioses: se busca la paz de los dioses. La finalidad del culto no es ni personal ni del más allá, sino que es colectiva y terrestre. Por tanto, la religión es el conjunto de las prácticas rituales cívicas que buscan el bienestar de la ciudad.

La mitología nórdica o escandinava es más desconocida que otras mitologías como pueden ser la griega, romana o egipcia, siendo ésta igual de ricas en leyendas y mitos que las que hemos enumerado anteriormente.Este hecho es debido a la fragilidad de las fuentes que disponemos. Durante muchos siglos la mitología nórdica se ha trasmitido oralmente, y no fue hasta el Siglo X, con la llegada de los primeros cristianos en Escandinavia, que encontramos las primeras referencias literarias.

Y es que la llegada del Cristianismo traerá con ella la llegada de la escritura latina, permitiendo enseñar a los escandinavos la escritura. Las runas se crearon para ser únicamente grabadas y no se prestaban a la escritura de textos largos.

Entre el siglo X y siglo XII, solas algunas leyendas serán transcritas. Habrá que esperar al siglo XII y a la escritura de la Edda por Snorri Sturluson, para tener una nueva transcripción (ésta más amplia) de la mitología nórdica.

Religión panteísta que concede una importancia destacada a la Naturaleza, a la mujer y a la adivinación, la mitología nórdica coloca a la vida en el centro de su sistema. Para ellos la vida está concebida como un enfrentamiento de las fuerzas de creación y de las de disolución. Y de este enfrentamiento surge la fecundidad.

En la mitología nórdica existen dos clases de dioses: los dioses más antiguos (Vanir, son los dioses de la naturaleza, de la fecundidad y de la prosperidad) y los dioses Aesir, asociados a funciones de gobierno y de guerra.

Odín ("furor ") está considerado como el rey de los Dioses según la mitología nórdica. Es el dios de la guerra, de la muerte, de la sabiduría, de la poesía y de la magia. Es hijo del dios Bor y de la gigante Bestla y tiene 2 hermanos: Vili y Vé.

Odín está casado con 3 mujeres, cada una simbolizando una parte de la tierra:

Frigg: Simbolizaba la tierra cultivada. Con ella tuvo a Balder, Hoder y Hermod.
Jörd: Simbolizaba la tierra deshabitada. Con ella tuvo a Thor y a Meili.
Ring: Simbolizaba a la tierra invernal y helada. Con ella tuvo a Vali.

Pero no podemos olvidar que, según la mitología escandinava, Odín es también el padre de los primeros humanos Ask y Embla.

La morada de Odín en Asgard, es Valaskjalf, donde reina sobre su trono desde el que puede observar los 9 mundos. Cuando Odín no está allí, son Vili o bien Vé, sus hermanos, los que gobiernan en su lugar. La morada de Odín también la podemos encontrar en el Walhalla, que es también la residencia de los guerreros valientes muertos en combate.

Y es que Odín recompensa siempre a los guerreros intrépidos. Por ello se dice que Odín encarna el espíritu de superación personal.

Odín estaba considerado como el dios más sabio de todos, pero aún así tuvo que pasar y superar unos ritos iniciáticos muy agotadores. Por ejemplo, tuvo que sacrificar su ojo derecho para beber del pozo de Mimir y poder acceder así a la sabiduría universal.

Por tanto Odín es el dios del conocimiento pasado (gracias al agua que bebió del pozo de Mimir), presente (gracias a sus 2 cuervos y su trono) y futura (gracias al don de ver el destino de los hombres, que le enseñó la diosa Freyia). Además, bebió hidromiel de la poesía, convirtiéndose en inspirador de los poetas.

Odín decía: "El lobo gris amenaza la morada de los Dioses". El lobo gris es el lobo Fenrir que le matará en Ragnarök, devorándolo. Esta frase y el posterior desenlace, clarifican su inquietud y sus bruscos cambios de humor.

Thor es el dios de la fuerza, de la valentía, de la tormenta y del trueno. Está considerado como el dios más grande, más fuerte y el encargado de mantener la paz. Es difícil enumerar todas sus hazañas y todas sus batallas con gigantes.

Thor tiene un porte similar a los gigantes: Es pelirrojo (por eso uno de sus nombres es "barba rojiza"), corpulento, con mucha barba y tiene dos ojos ardientes. Posee una fuerza inmensa, que le otorga una valentía y le hace ser digno de confianza.

Por todo esto, Thor tiene como función proteger a los Dioses y a los humanos de los gigantes. Cuando él era pequeño, dos espíritus del rayo (Vingir y Hlora) se encargaban de vigilarlo y de apaciguar sus cóleras.

Thor es el dios de la tormenta y del trueno. Durante las tormentas, Thor se desplaza sobre su carro, provocando el trueno por el ruido de sus ruedas y los relámpagos por el remolino de su martillo en el cielo.

Su enemigo más grande es la serpiente Jormungandr. En el Ragnarök, Thor la mata destrozándole el cráneo pero muere de su veneno 9 pasos más lejos.

Baldur es el dios de la luz, de la alegría, de la pureza, de la inocencia y de la reconciliación. Él encarna la primavera, la fertilidad y la vegetación.

Considerado como el más juicioso y el más elocuente de los Aesir. Se le coloca generalmente como el segundo o tercero de los dioses Ases en importancia. Aunque todo el mundo lo glorifica, desgraciadamente Baldur es conocido por su muerte.

Baldur tenía pesadillas con su muerte desde que era joven. Por desgracia para él, sus pesadillas se hicieron realidad a causa de las artimañas de Loki, que lo haría matar por su hermano Hoder. Tras el Ragnarök, Baldur resucitará

Bragi, hijo de Odín y la giganta Gunlod (o de Odín y Frigg según otras versiones). Es el dios de la poesía y los Bardos, era el poeta personal de Odín y también era uno de los Ases más sabios; fue el primero que supo versificar y el que mejor lo hizo, desde entonces, a las personas que sobresalían en el arte de la poesía, se les apodaba Bragi, también es conocido como el dios de la barba oblicua.

Bragi es el encargado en el Valhalla de entregar la copa de bienvenida a los recién llegados y acogerles con palabras corteses, además él ameniza el Valhalla recitando versos.

Es el esposo de Idun, una de las diosas más importantes del panteón nórdico, pues posee las manzanas de la juventud, que son de gran importancia para Asgard ya que los Ases deben tomar este fruto para no envejecer.

A este As se le relaciona con un famoso poeta del siglo IX llamado Bragi Boddason “El Viejo”, que tras su muerte se cree que se le deidificó como el mayor poeta.

Frigg es una de las diosas mayores en la mitología nórdica y germánica, esposa de Odín, reina de los Æsir y diosa del cielo. Es la diosa de la fertilidad, el amor, el manejo del hogar, el matrimonio, la maternidad y las artes domésticas. En las Eddas se la menciona como una de las diosas principales, junto a Freyja. Sus funciones primordiales en los relatos de la mitología nórdica la mencionan como esposa y madre. Tiene el poder de la profecía aunque nunca relata lo que sabe, y es la única que junto a Odín tiene permitido sentarse en el trono Hliðskjálf y observar sobre los nueve mundos.

Frigg también participa en la cacería salvaje, Asgardreid, junto a su esposo. Los hijos de Frigg son Baldr, Höðr y sus hijastros son Hermóðr, Heimdall, Tyr, Vidar y Váli. Thor es mencionado en algunas ocasiones como su hermano o como su hijastro. Frigg es acompañada en ocasiones por Eir, la diosa de las curaciones. Las ayudantes de la diosa son Hlín, Gná y Fulla.

Heimdall es el dios guardián en la mitología nórdica. Es hijo de Odín y de nueve mujeres gigantes que lo nutrieron con sangre de jabalí. Poseía una vista aguda, un fino oído y podía estar sin dormir varios días. Pero en cambio, no podía hablar. Su percepción era tan extraordinaria que oía crecer la hierba, razón por la cual se le designó guardián de la morada de los dioses, Asgard, y del Bifrost, el arco iris que hace de puente hasta ella.

Según la mitología Nórdica, con un cuerno llamado Gjallarhorn, que Odín le regaló, anunciará el combate entre dioses y gigantes, después del cual sobrevendrá el fin del mundo, el Ragnarök. Heimdal intervendrá en la lucha, en la que será muerto por el dios maligno Loki. Aunque será símbolo de Poder porque será el último dios en caer en el Ragnarok . Una tradición nórdica dice que descendió a la tierra y engendró en tres mujeres los tres linajes (castas): príncipes, súbditos y siervos.

Idhunn es la diosa de la juventud eterna, de la fertilidad y de la primavera. Es la mujer del Dios de la poesía Bragi.

Loki es un dios timador de la mitología nórdica, es hijo de los gigantes Farbauti y Laufey y tiene dos hermanos, Helblindi y Býleistr de los que poco se sabe. En las eddas es descrito como el "origen de todo fraude" y se mezcló con los dioses libremente llegando a ser considerado por Odín como su hermano o hijo hasta el asesinato de Baldr. Luego de esto los Æsir lo capturaron y le ataron a tres rocas. Se liberará de sus ataduras para luchar contra los dioses en el Ragnarök.

A pesar de muchas investigaciones, la figura de Loki permanece oscura; no existen trazas de un culto y su nombre no aparece en ninguna toponimia. En términos religiosos, Loki no es una deidad: al no tener culto ni seguidores (no se ha encontrado ninguna evidencia o referencia a ello), es más bien un ser mitológico. Algunas fuentes a veces lo relacionan con los Æsir; pero esto probablemente se deba a su estrecha relación con Odín y la cantidad de tiempo que pasó junto a los dioses en comparación con los suyos (por lo cual se asocia a Lugh su paralelo en el panteón celta).

En los idiomas escandinavos continentales (sueco, noruego y danés) su nombre es Loke (pronunciado "luque"). El compositor Richard Wagner presentó a Loki bajo el nombre germanizado de Loge en su ópera Das Rheingold. Existe un gigante del fuego denominado Logi, motivo por el cual, debido a su similitud en la pronunciación, muchas veces se le confunde con él y se le asocia con el fuego.

Tyr es el dios de la guerra y el jefe divino de la Justicia. A este dios se le conoce por ser el encargado de introducir el orden y la justicia entre los hombres.

Ull es el dios de la justicia, de los duelos, del invierno y de la agricultura.

Viðarr (Vidar) es el hijo de Odín y la giganta Gríðr en la mitología nórdica. Es el dios del silencio, la venganza y la justicia. En el mundo renacido que emergerá luego del Ragnarök, Vidar está predestinado a regresar con su hermano Vali.

Durante el Ragnarök, Odín será devorado por el lobo Fenrir y Vidar vengará su muerte matando a la bestia. De acuerdo a Vafþrúðnismál, Vidar mata a Fenrir pisando su mandíbula inferior con el pie, en el cual llevaba un zapato que consistía de tiras de cuero de los cuales los hombres, seguidores de los Æsir, pelaban de sus zapatos en la zonas de los dedos y talones para fortalecerlo. Teniendo su pie situado, tomará la mandíbula superior del lobo y lo desgarrará. Sin embargo, de acuerdo a Völuspá, usó su espada para matarlo dirigiéndola directo hacia su corazón.

Se refiere a Vidar como "el silencioso hijo de Odín" en Skáldskaparmál (segunda parte de la Edda prosaica).

Njörd es el dios del mar, vientos, de la marea y del fuego. Tuvo a sus hijos Freyr y Freyia con una de sus 8 hermanas (probablemente la diosa Nerthus). Njörd es el esposo de la gigante Skadi.

Su territorio es la orilla del mar, donde aporta alimento y prosperidad a los pescadores calmando las tempestades del mar. Pero vive en Noatun ("ciudad de los barcos"), en Asgard.

Es él quien está inspiró el acuerdo de paz entre las dos familias de los Dioses concluyendo un intercambio de presos: Él entregó a los dioses Aesir a sus hijos Freyr y Freyia como muestra de paz, a cambio de Hoenir y Mimer.

Es la hija del dios Njörd y la hermana gemela del dios Freyr. Su marido es el misterioso dios Od, que desaparecía durante largos periodos de tiempo, y que hacía que Freyia llorara por él lágrimas de oro que se hacían de color rojo si caían en la tierra y de color ámbar si caían en el mar.

Freyia vive entre los dioses Aesir y está considerada como la más bella y noble de las diosas. Fue una diosa muy popular en la época de los vikingos. Su nombre hasta se convirtió en un título de nobleza para las damas de la aristocracia.

Freyia es la diosa de las cosechas, del amor, de la belleza, de la atracción, de la magia, de la lujuria y de la sexualidad. Como ya hemos dicho, Freyia es la diosa de la brujería. Tiene el don de ver el destino de los hombres. Este arte se lo enseñará a Odin, después de la guerra entre los dioses Aesir y los Vanir.Pero Freyia también esté relacionada con el tema de la muerte, ya que se reparte cada día con Odin la mitad de los guerreros muertos en combate.

Freyr (" señor brillante ") es el dios de la paz (nadie puede odiarle) y de la fertilidad, teniendo también poder sobre el sol, sobre la lluvia y la prosperidad. Freyr es también el dios de los Elfos y de las hadas que viven en Alfheim.

Se le representa generalmente con una espiga de maíz (simbolizando la tierra), con un jabalí (Gullinbursti) y su poderosa “la Espada de la Victoria”. Se le veneraba principalmente en el solsticio de invierno, para que concediera buenas cosechas al año siguiente.

En la mitología nórdica, Los Aesir, eran el grupo de dioses principales, asociados o emparentados con Odin, que se le consideraba el dios de los dioses. Los dioses Aesir vivían en el mundo de Asgard.

Estos dioses aparecen en la mitología nórdica después de las invasiones indoeuropeas y fueron incorporados al Panteón antiguo, en lugar de suplantar a sus dioses predecesores, los Vanir. Al contrario de los Dioses griegos, los dioses de Asgard, de la mitología escandinava, son mortales y pueden sentir dolor físico y psicológico.

El origen del nombre de dioses Aesir lo encontramos en el prólogo de la Edda en Prosa, que explica el origen de su nombre haciendo referencia a que eran hombres que venían de Asia, de Troya más exactamente, y que los pueblos del norte de Europa tomaron por dioses.

Los detalles de esta leyenda son relatados en Völuspá, uno de los principales textos de la mitología nórdica, donde se narra la lucha de los Aesir contra los Vanir, una guerra de interés.

Los dioses Aesir eran adorados principalmente por la aristocracia mientras que los Vanir eran rogados por los campesinos. Este dato muestra la gran diferencia entre ambas clases, con la Aristocracia por una parte y la gente campesina por otra.

Los dioses Aesir estaban asociados con el Cielo mientras que Vanir estaban asociados con la Tierra. Los Aesir representan el orden social, la conciencia humana y las obras artísticas y tecnológicas.

El dios Odin, que creó el mundo con sus hermanos a partir de la carne y la sangre del gigante Ymir, estaba considerado como el jefe de los Aesir, el dios de los Dioses.

Los dioses Vanir son los mayores dioses de la mitología nórdica. Njörd es el dios principal de los Vanir, es el dios de la abundancia, del viento y del mar. Njörd se casó con su hermana Nerthu, pero se separó bajo la presión de los dioses Aesir, que encontraban esa actitud intolerable. Su segunda mujer fue la gigante del mar Skadi. Njörd es el padre de Freyr, el dios de la vida y de la fecundidad, y de Freyja, diosa del amor, que acoge la mitad de guerreros muertos al combate.

La mitología egipcia comprende el estudio de creencias sustentadas en la religión del Antiguo Egipto desde la época predinástica hasta la imposición del cristianismo, cuando sus prácticas fueron prohibidas en tiempos de Justiniano I, en el año 535.

Su desarrollo e influencia perduraron más de tres mil años, variando lógicamente a través del tiempo; por lo tanto, un artículo o incluso un libro, sólo puede resumir la multitud de entidades y temas de este sistema complejo de creencias. La variada iconografía egipcia es muy diferente de la griega o romana: en la mitología egipcia muchas deidades son representadas con cuerpo humano, y cabezas de otros animales.

Al principio, Amon era el dios local de las tribus de Tebas. Cuando los tebanos conquistaron el trono de Egipto, Amon se hizo una divinidad universal y fue considerado como el padre de los dioses. Luego será asimilado al dios solar Râ, indispensable para la vida, bajo el nombre de Amon-Râ.

Según la leyenda, Amon se habría sido creado a sí mismo y luego habría creado al resto de los dioses con el fin de darle vida al mundo. La esposa de Amon era Mout, "la madre". Ambos tuvieron un hijo llamado Khonsou "el dios la luna".

Entre sus santuarios principales, podemos citar: Karnak, el edificio religioso más grande nunca construido, situado en Tebas, su ciudad santa.

El dios egipcio del sol cuyo principal lugar de culto fue Héliopolis. Le consideraban los egipcios como el dios creador del universo, el dios del Estado y de la justicia. Se creía que durante el día recorría el cielo sobre la Mândjet.

Según la leyenda, se dice que Râ se creó a sí mismo en una flor de loto. No es sino después cuando creó a Shou y Tefnout. Ellos mismos luego dieron origen a las divinidades de la tierra y del cielo, Geb y Nout. Es así, a partir de Râ, que se creía que el mundo fue creado.

Horus es venerado en todo el territorio egipcio. Es una de las divinidades superiores y ciertamente una de las más antiguas. Es el dios del cielo, puede ver a través del sol y de la luna. Podemos encontrarlo bajo dos formas: la de un niño que chupa su pulgar o bajo un dios poderoso con forme de halcón. Junto a Osiris e Isis, forman "la trinidad egipcia".

Es el hijo póstumo de Osiris y de Isis. Cuando Seth mató a su hermano Osiris y le recortó en numerosos pedazos para diseminarlos por todo Egipto, Isis tuvo el coraje de reunir todos los trozos de su marido para resucitarle de los muertos y posteriormente su hijo Horus nació. Más tarde, Horus se vengó de Seth por la muerte de su padre. Además, Horus también quería convertirse en el gobernador de Egipto.

En oposición de Seth que representa el mal, Horus encarna el Bien. Durante su combate con Seth, Horus perdió un ojo, que encontró más tarde gracias a Thot. Llamado "Oudjat", este ojo representa la victoria del bien sobre el mal. Y llevado en forma de amuleto, convertía a su portador en invencible y le aportaba clarividencia.

Isis es una de las principales divinidades. Protectora del bienestar de los nacimientos, de los navegantes y del Estado. Ella desempeña un papel fundamental en el mito de Osiris, su esposo asesinado y desmembrado por su hermano Seth. Isis consigue reunir todos sus miembros, devolverle a la vida y concebir con él a su hijo Horus, que vengará su asesinato.

A esta divinidad se le representa a veces como una mujer que lleva el disco solar entre dos cuernos de buey o con su jeroglífico en la cabeza y el nudo de Isis sobre el traje. Como esposa de Osiris, Isis se hace el símbolo de la compañera y de la madre ideal. Ella es el perfecto símbolo de la diosa-madre.

Aunque hasta la llegada de los romanos Isis no fuera objeto de un culto propio y que no tuviera ningún templo dedicado a ella, Isis fue venerada hasta fuera de Egipto incluso después de la decadencia de la civilización egipcia. Por otra parte, parece claro que las imágenes de Isis y de Horus influyeron sobre la concepción cristiana de María y Jesús.

Una de las grandes divinidades egipcias, fue adorado como el dios de la vegetación, de la agricultura y de la fertilidad. El centro más importante de su culto era Abydos. Está representado bajo forma humana, con la cara pintada de verde (color de la regeneración) y con abrigo estrecho que moldea su cuerpo y le da el aspecto de una momia. Además, está representado con atributos reales: el espectro, el látigo, el cayado y la corona blanca del Alto Egipto, flanqueado de plumas.

Se convirtió posteriormente en el dios de los muertos y de la accesión a la vida eterna. Estaba considerado como el protector y el juez del difunto.

Osiris era el hijo de Nout y de Geb. Él tenía un hermano, Seth, y dos hermanas Isis y Nephtys. Isis era también su mujer. De su unión nació Horus.

Según la leyenda, Osiris era el que gobernaba el mundo de los hombres antes de que su hermano, celoso, decida asesinarle. Es por la fuerza del amor y la magia de Isis que éste revivió. Osiris será vengado por su hijo Horus que lo reemplazará en el gobierno del mundo de los hombres. Y Osiris se convertirá en dios de los muertos y de la vida eterna.

Símbolo de la Verdad, la Justicia y la Armonía cósmica; también era representada como diosa, la hija de Ra en la mitología egipcia.

Fundamentalmente, maat es un concepto abstracto de justicia universal, de equilibrio y armonía cósmicos que imperan en el mundo desde su origen y es necesario conservar. Resume la cosmovisión egipcia, similar a la noción de armonía y areté, propia del mundo helénico, o a la idea de virtud, del mundo judeo-cristiano.

Señor de la magia", era un dios creador en la mitología egipcia. "Maestro constructor", inventor de la albañilería, patrón de los arquitectos y artesanos. Se le atribuía también poder sanador.

Thot está considerado dios de la sabiduría y tenía autoridad sobre todos los dioses. También fue el inventor de la escritura, patrón de los escribas, de las artes y las ciencias. Como dios de la escritura, era el inventor de todas las palabras, del lenguaje articulado. Era un dios lunar medidor del tiempo, y el que estableció el primer calendario y por eso el primer mes llevaba su nombre. Creó los cinco días Heru Renpet (epagómenos), quitándolos de la luminosidad de Jonsu, que simbolizaba la Luna. Estos nuevos días permitieron a Nut parir cuatro hijos, pues Ra le había impedido tenerlos en el transcurso del año; estos fueron los dioses: Osiris, Seth, Isis y Neftis.

Thot desempeña el oficio de escribano sagrado, ya que documenta los hechos en la sala de las Dos Verdades. Es el registrador y el juez. En el panteón egipcio asistía al pesaje de las «almas» en una balanza, el juicio de Osiris.

También fue considerado el arquitecto que conocía los trazados y trayectorias de todas las cosas, el señor de los inventores y de la sabiduría. Estaba relacionado con la música como inventor de la lira.

Es el dios egipcio de los muertos. Su papel principal era velar por la momificación, el embalsamiento y por el acompañamiento de los muertos hacia el reino eterno. Es él quien lleva el difunto a la habitación de "Las Ambas Verdades", en el "Juicio de los muertos" con el fin de que sufra la prueba de la balanza. Además, Anubis es el presidente de esta ceremonia.

Su nombre quiere decir "chacal ", y por ello es representado como un chacal o como un perro negro, a menudo acostado sobre una maqueta de capilla funeraria o sobre un naos, con una venda roja alrededor del cuello y el látigo entre las patas posteriores; En ocasiones también aparece representado bajo una apariencia humana, con una cabeza de perro, sosteniendo en una mano la cruz Ankb y en la otra el cetro.

Seth, o Set, dios ctónico, deidad de la fuerza bruta, de lo tumultuoso, lo incontenible. Señor de lo que no es bueno y las tinieblas, dios de la sequía y del desierto en la mitología egipcia. Seth fue la divinidad patrona de las tormentas, la guerra y la violencia, también fue patrón de la producción de los oasis

Neftis representa la parte invisible, la noche, la muerte como paso a la otra vida; en este sentido es lo opuesto a Isis, sin embargo las dos están asociadas de forma inseparable y suelen actuar juntas en todo lo que concierne al bienestar del difunto, asistiéndole en su paso hacia el Más Allá por medio de cánticos. Como poder creador activo protegió a Osiris y fue llamada Menjet; y por sus actos benéficos con él recibió los nombres de Benra-merit y Jerseket, el primero de los cuales se le aplica cuando aparece en forma de gato. Se le atribuían poderes mágicos y se la llamó "Poderosa en palabras".

Es la diosa de los desiertos, de la decadencia, de le muerte, de la esterilidad, y de todo lo que se mueve en la noche. Es la diosa ciega, la madre noche, de los vicios y las pasiones extremas.

Es la patrona de todos aquellos que son desterrados de las sociedades por no coincidir con ellas. Es la diosa que desprecia el culto a la apariencia externa y al éxito como ejes de vida, se mofa de aquellos quienes se consideran a sí mismos como "el bien" y "lo bueno", y pasa por encima de las reglas, las estructuras, y las normas.

Es una diosa oscura, muy cercana a lo instintivo. Se la considera la patrona de los celos, la muerte, y también de la adopción (una forma de amor ciego y algo extremo).

Diosa cósmica del cielo, engendrada por Shu cuando, desatendiendo la prohibición de Ra, se unió a su hermano Geb (tierra), el padre le arrancó de aquella unión para impedirle engendrar. También se dice que Ra prohibió a Nut unirse con su hermabo Geb en los trescientos sesenta días del año egipcio. Entonces la diosa, con la ayuda del dios Thot, consiguió de la luna algunas fracciones de tiempo y con ellas formó los famosos cinco días epagómenos (que equilibran el año solar y el lunar), sobre los cuales Ra no tenía ningún poder. Durante ese período Nut pudo concebir a Isis, Osiris y Nephtis, con los cuales forma parte de La Gran Eneada. El mito está reproducido sobre papiros y sobre sarcófagos, en donde Nut aparece en forma de arco mientras su padre Shu intenta levantarla hacia el cielo. Sobre su cuerpo figuran las dos barcas de Ra (el sol) que navega hacia el cielo tras haber dejado la tierra porque los hombres se habían rebelado. Nut fue también protectora de los difuntos y bajo ese aspecto aparece pintada en el interior de las cubiertas de los sacófagos, ofreciendo alimentos y bebidas a los difuntos. Como todas las restantes divinidades cósmicas, se representa a Nut con dos cuernos que encierran el disco solar.

Hathor significa Casa de Horus (hat-hor). Es la esposa de Horus.

Lleva sobre la cabeza el sol entre dos cuernos de vaca; es la madre por excelencia. Representa la embriaguez del placer, el amor, la fertilidad. Bajo el reinado de Ra, Hathor vivía en Nubia. Era una leona sanguinaria. Ra sintió la necesidad de tener a Hathor junto a él.

Envió a Shu y a Thoth a buscarla. Éstos consiguieron convencerla de que fuera a Egipto, país de la alegría y del vino. Cuando llegó, perdió su salvajez y se convirtió en la gracia y la sonrisa.

En su honor se celebraban fiestas periódicas, distinguidas por las danzas, el vino y las orgías. Se la consideraba también diosa lunar. Simboliza el calor benéfico del sol y como hija del sol Ra forma una tríada divina con Ra y Sekhmet.

Dios lunar, hijo de Bastet, diosa de la cabeza de gata. Según otros es hijo de la diosa Hathor y del dios Sobek, con los cuales formó una tríada divina. Las imágenes lo muestran momificado, con sus manos saliendo de las vendas para sostener La Pilastra Ded. En otras iconografías tiene el rostro de muchacho y la cabeza coronada por el creciente lunar. Khonsu tuvo una amplísima notoriedad entre los egipcios, ya sea como taumaturgo o como exorcista. Se le dieron los atributos de Señor de La Alegría y el calificativo de Navegante, que hace referencia a un viaje mítico que el dios hizo a través del cielo.

Diosa madre, señora de Tebas, mujer de Amón-Ra.

En las representaciones aparece con un aspecto de mujer con un tocado en forma de buitre, ideograma de su nombre.

Conocidísimo dios al que se le rendía culto en torno a la primera catarata como guardián de las fuentes del Nilo. Junto con la divinidad local Anukis y Satis, formó una tríada divina, con un culto que se prolongó hasta época tardía. Asociado al culto solar de Ra, tuvo honores bajo la forma de Khnum-Ra. Para la leyenda, Khnum creó al primer hombre a partir de arcilla, moldeándolo con una rueda de alfarero, por tanto fue también el dios de estos especialistas. Se le representaba con el cuerpo humano, pero con la cabeza de macho cabrío con los cuernos horizontales.

Mujer del dios carnero Khnum, presidía la crecida del Nilo. En las representaciones tiene aspecto femenino con la cabeza ceñida por la corona del sur, adornada con cuernos de gacela.

La diosa, de orígenes probablemente nubios, personificaba las benéficas aguas del Nilo.

Se la representaba con la forma humana, la cabeza adornada de plumas.

Diosa leona representante del Sol en su aspecto maléfico. El nombre significa La Potente y su culto, centrado en Menfis, se difundía , ya por sí sola, ya formando tríada con Ptah, su esposo, y con su hijo Nefertum. Simbolizó también la guerra y fue colaboradora de la diosa cósmica Hathor, enviada a la tierra por Ra para exterminar a los rebeldes a su fe. Con este objetivo Hathor-Sekhmet adoptó el aspecto de una leona, e inició la matanza con tal fiereza, que el dios Ra tuvo que intervenir para aplacarla. El aspecto de la diosa es antropomorfo con la cabeza de leona cubierta con una peluca y coronada por el disco solar y el Áureo; en la mano izquierda tiene el Onch, símbolo de la vida eterna.

Dios-cocodrilo asociado en un segundo momento al culto solar de Ra. En algunas localidades de Egipto se asociaban los cocodrilos a los demonios y a las fuerzas devastadoras del dios Seth, que se había transformado en cocodrilo para escapar al castigo divino tras haber asesinado a su hermano Osiris. Sobek aparece nombrado como espíritu benefactor en los Textos de las Pirámides y en el Libro de los Muertos. Se le representa con aspecto zoomórfico, pero también antropomórfico con cabeza de cocodrilo adornada por el disco solar, el Áureo y las dos plumas.

Divinidad de orígenes inseguros.

Gobernaba el sueño y las iniciaciones mistéricas. su figura, a pesar de ser horrorosa, adornaba muchos lechos, objetos de uso femenino y amuletos.

Bes era un dios agresivo, pero al mismo tiempo alegre, como demuestran algunas imágenes en las que el dios aparece representado mientras toca un instrumento musical de viento.

Diosa predinástica con su centro de culto en Sais, en el Bajo Egipto, se la representaba con el escudo de esta ciudad coronado por dos flechas cruzadas, emblema conservado hasta época tardía, cuando la diosa asumió el carácter de diosa de la guerra. Del Imperio Nuevo en adelante, cuando con Psammético I los faraones de autoproclamaron.

Hijos de Neith, se consideró a la diosa como engendradora de los dioses. Seguidamente se la adoró también como diosa de la quietud doméstica, patrona de la institución familiar, protectora del arte textil y como tal representada con un huso en la mano. Neith se aproxima a la tríada Isis-Osiris-Horus, y después se fusionó con Isis. Por ello fue una diosa funeraria con misión de velar por los despojos mortuorios y restaurar las almas a las que ofrecía pan y agua tras su viaje desde el mundo de los vivos. Tuvo un templo magnífico en Sais, sobre cuya puerta estaba esta inscripción: Soy lo que actualmente está, y lo que ha estado; ninguno ha levantado mi vestido, el fruto producido por mí es el Sol. Neith fue de hecho madre del universo, especialmente del sol Ra, concebido por ella a pesar de ser virgen. Iconográficamente tiene aspecto femenino, con la cabeza ceñida por la corona roja del Bajo Egipto, el cetro en una mano y el arco y las flechas cruzadas en la otra.

Diosa-escorpión, considerada hija de Ra. Disfrutaba de una gran popularidad como diosa encargada de los nacimientos y como divinidad funeraria que custodiaba las vísceras del difunto en los vasos canopeos. Se la invocaba también durante la cermonia del embalsamamiento. Tiene aspecto femenino, lleva sobre la cabeza el escorpión, o bien aparece como un escorpión con cabeza de mujer, con el disco solar entre dos cuernos.

Antiquísima diosa de aspecto de rana.

Se la veneraba en la ciudad de Hermópolis como patrona de los nacimientos, se la consideraba hija de Ra y esposa de Khnum. Iconográficamente tiene un aspecto femenino con cabeza de rana, o bien se la representa en todo similar al mismo animal.

Dios del aire, hijo de Ra y esposo de Tefnut.

Se le representa en figura humana con una pluma en la cabeza mientras sostiene el cielo. En algunos amuletos aparece mientras sostiene el sol.

Según la tradición, Shu sudeció a su padre en el gobierno de Egipto, después, enfermo y cansado pero todavía no viejo, dejó el poder a su hijo Geb.

Antiguamente dios egipcio de la tierra. Hijo de Shu y de Tefnut. Tercer faraón tras Shu y Ra. Se unió con su hermana Nut, diosa del cielo, a pesar de la prohibición de Ra, y engendró a Isis, Osiris, Seth, y Nephtis, con los que formaba parte de la Gran Eneada. Se le representaba con apariencia humana y con la cabeza ceñida por la corona roja del Bajo Egipto, o bien con el símbolo de la oca, ideograma de su nombre. De ello deriva su epíteto de Gran Aleteador. Reinó con sabiduría durante muchísimos años antes de subir al cielo, en donde, según el Libro de los Muertos, se hizo juez y heraldo de los dioses y cedió el cetro faraónico a su hijo Osiris.

El nombre significa el escarabeo o aquél que surge. Divinidad solar cuyo culto se menciona en los Textos de las Pirámides. El sacerodcio de Heliópolis lo consagró como Dios del Sol Diurno y lo veneró como sol al surgir en la triple forma Khepri-Ra-Atón (orto, mediodía, ocaso). En las iconografías aparece en forma humana con el coleóptero situado en lugar de su cabeza, o simplemente como un escarabajo que empuja con sus patas delanteras el disoc solar a través del cielo. El símbolo del escarabajo estaba sobre los amuletos y en los sellos del rey. Existía un escarabeo del corazón que formaba parte del ajuar del difunto.

Era un dios cananeo de la fertilidad, la tormenta y la guerra y uno de los más importantes de su panteón. Hermano y marido de Anat. Como dios guerrero, en Egipto fue identificado con Seth en la época de los hicsos; también fue asociado a Montu. Su culto fue popular en Egipto desde finales del Reino Nuevo.

La "Gran Serpiente" es un Dios anterior a la Creación que se dice nació de un escupitajo lanzado por "Neith" a las aguas primordiales, representa el "Mal" en estado puro e intenta hacer zozobrar a "Ra" en su trayecto divino siendo "Set" Dios de la tormenta asociado a la guerra el que saldrá lanza en mano en defensa de este. Personifica el "No-Ser" anterior a lo creado. Indestructible representaba los poderes de la disolución desde un punto de vista metafísico, como un "Agujero Negro". Es Diosa Serpiente Egipcia de del Inframundo y de las Fuerzas del Caos y el Mal.